Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Siempre he creído en nuestros jóvenes. Y lo
hago porque “yo también tuve 20 años” y muchos adultos de entonces creyeron en
mí. Recuerdo mis experiencias de ser a los 16 años secretario del Comité Arquidiocesano
de Laicos y a los 18 presidente de la Comisión de Juventud del Consejo Nacional
de Laicos. Jesuitas y lasallistas educadores creyeron en mi liderazgo y muy
pronto me confiaron responsabilidades. Años atrás el Concilio Vaticano II nos
había dicho que nosotros éramos los primeros evangelizadores de nuestros
coetáneos y los obispos en Puebla hicieron una opción explícita por los
jóvenes.
Ya jesuita educador creamos el Curso Taller de
Formación Integral, una experiencia para formar jóvenes líderes que ha marcado
en más de tres décadas a cientos de estudiantes de nuestros colegios. Estoy
convencido de que los jóvenes no son el futuro, son el presente. Siempre lo han
sido. Algunos lo entendieron así y ahora se destacan por su servicio a la
sociedad desde responsabilidades diferentes. Otros, pudiendo explotar sus
talentos, prefirieron ser del montón.
Con ocasión de la jornada electoral del pasado domingo
que eligió los Consejos de Juventud y donde la abstención fue alta y la
participación promedio fue de poco más del 10%, me he quedado pensando en qué
pasó con esos miles de jóvenes que salieron durante las marchas, muchos pacíficamente,
otros con expresiones más agresivas o incluso violentas, ¿Qué se hicieron? Porque
era domingo, ¿les dio pereza ejercer su legítimo derecho? Ya había pasado en la
jornada del plebiscito cuando la gente creyó en las encuestas que daban ganador
al SÍ con un 80%, se abstuvieron de votar y resultaron perdiendo por un margen
pequeño. Al otro día los jóvenes salieron a marchar con antorchas para mostrar
su respaldo a los acuerdos: ¿ya para qué?
Queridos jóvenes: ¡este es su cuarto de hora! En
nuestra democracia tenemos espacios institucionales para que se hagan sentir,
para expresarse en sus anhelos y sueños, para participar en los ámbitos de
decisión, para promover cambios y sacarlos adelante, para liderar la
transformación de nuestro país. No importa de qué color son sus preferencias,
lo que importa es que vean en la política una opción válida y lo hagan a fondo,
con honestidad y firmeza, dispuestos a no repetir la dramática historia que hemos
vivido, decididos a construir un mejor país para todos rechazando con firmeza todos
esos males sociales que nos agobian y apostando por lo que parecería un sueño
imposible.
Todavía estemos a tiempo. Sería maravilloso
verlos organizados dando un primer paso a través de los órganos legislativos de
participación donde podrían tener una representación importante y comenzar a
cambiar hacia un mejor futuro para todos. Solo falta hacer evidente su vocación
de servicio, la decisión de trabajar duro y parejo en equipo y sin mezquindades,
mostrando lo mejor y más noble en valores que ustedes poseen. A las
generaciones precedentes les quedó grande el reto, a la de ustedes no. Háganlo
ahora o no vuelvan a quejarse. No es fácil, pero es mejor que cruzarse de
brazos, resignarse o preferir dormir hasta mediodía después de ver películas toda
la noche. ¡Es su turno, ha llegado su hora, adelante!