Por John Marulanda*
Con ese aire de autosuficiencia e inexorabilidad que
caracteriza a los “científicos” comunistas, el 6 de octubre Maduro hizo un
meloso llamado a los empresarios colombianos a invertir en Venezuela. “Bienvenidos
colombianos y colombianas, venid a mí, venid a nosotros con vuestras
inversiones” dijo sin sonrojo, como una madre gordinflona acogiendo a su crío.
¿Invertir sin mirar atrás?
Habrá que ver si alguien quiere invertir en un país
endeudado, quebrado, hiperinflacionario, vinculado al crimen organizado transnacional
y con un éxodo masivo de los más grandes del mundo.
“Cantos de sirena”, advirtió el presidente Duque con
referencia a los llamados del sátrapa de Miraflores y su camarilla. Fiarle a
Venezuela es un riesgo muy alto, enfatizó el mandatario. Expropiaciones que
afectaron a muchos empresarios colombianos y experiencias de no pago, generan
un recelo muy grande.
Cuatro días después de la melosidad madurista, la revista
Semana publicó un detallado informe titulado “Colombia en peligro: Semana
revela las pruebas de los misiles, bombas y radares que Maduro le compró a
Irán”. Según el artículo “Maduro está desesperado, (…) pierde cada vez
más el control territorial…” y en las circunstancias actuales se “…puede
desestabilizar geopolíticamente el continente…”
Así pues, entre una convocatoria económica y una alerta
militar, se mueven las relaciones colombo-venezolanas actualmente.
El 4 de octubre, a través de su vicepresidenta y de manera
unilateral el gobierno de Maduro ordenó abrir su frontera, por razones
comerciales, no humanitarias, con la esperanza de que sea un alivio comercial
transfronterizo que, sin embargo, eventualmente beneficiaría más a Colombia que
a Venezuela.
Y el 9, con motivo de la visita de Duque a Villa del
Rosario, Miraflores ordenó el movimiento de efectivos y de drones al Táchira y
el Zulia. Esos drones rusos, lanzados desde La Victoria, al frente de
Arauquita, han ingresado repetidamente por Arauca hasta 5 kilómetros adentro de
territorio colombiano.
Han sido pues, días agitados entre ofertas de negocios y
amenazas militares, entre llamamientos económicos y advertencias guerreras.
Pareciera una estrategia con sabor mafioso.
¿Plata o plomo?
A decir verdad, los movimientos de tropas, de aprestos
militares y de arreos de guerra a la frontera son inveterados y vienen desde
mucho antes del chavismo. El riesgo es que nos acostumbremos a eso, pues el
primer paso prebélico es la acumulación de recursos en los sitios críticos
desde donde se apretará el gatillo.
Mientras se desarrollan los diálogos con la oposición en
México y la campaña política en Colombia entra en su fase final, esta
disyuntiva de ganancia o guerra es un remedo de aquel dilema infame de la
mafia, plata o plomo, elevado ahora a categoría de política de Estado.
Como siempre, el juego parece ser el que aplica el
comunismo y las películas de Hollywood: mostrarse benévolo, generoso,
soportando insultos y golpes y de esta manera justificar una reacción excesiva.
El argumento venezolano para acumular semejante cantidad de armamento por
encima de que su gente esté en un 94.5% de pobreza y el 76.6% en pobreza
extrema, ha sido y es el de la defensa. Jugar a ser víctima es la norma de
quienes quieren arrebatarle el poder a los que siempre llaman “victimarios”.
Preocupante, eso sí, la presencia cada vez mayor de
armamento y de militares iraníes en Venezuela, lo que representa una directa
amenaza a la seguridad de los Estados Unidos y que tendría como primera víctima
a Colombia. En su momento Elliot Abrams calificó esta situación de
“intolerable” pero el nuevo gobierno Biden parece desestimarla, a pesar de las
advertencias del Almirante Faller, comandante del Comando Sur.
Finalmente, hay que ver cómo se compaginan en este caso las
perspectivas de negocio y las intimidaciones bélicas, aunque lo que la historia
nos enseña hasta el cansancio es que toda guerra es un negocio.