Por José Leonardo Rincón, S. J.*
El
famoso filósofo Platón, en su teoría del conocimiento, nos habla de la búsqueda
de la luz y de los “niveles” o “estados” del ser humano: el bios, que, como su
nombre lo dice, alude a la realidad corporal, biológica. El logos, la razón, el
estado al que uno tendría que aspirar como Sumo Bien y, entre esos dos
extremos, por decirlo de alguna manera, en el centro, como lugar de tensión y
confrontación entre el uno y el otro, el thimós, el corazón. Mejor no pudo
describirse. Es el corazón del ser humano ese céntrico lugar donde se debaten
nuestras más complejas dudas y realidades, la satisfacción por gozar de las
cosas materiales, pero también las alegrías inconmensurables que nos regala el
Espíritu. En el corazón del ser humano se debate la realidad de nuestro ser con
el utopos del deber ser. Eso que San Pablo, con particular vehemencia y crudo
sentido de la realidad nos describe: un proceder que no entiende: hacer el mal
que no se quiere y dejar de hacer el bien que se quiere. Dice Jesús también que
es el origen de nuestros malos comportamientos y no la víctima de factores
externos.
El
corazón, definitivamente, es el centro de nuestra existencia. Es verdad que
somos razón, pero también es verdad que somos co-razón. La humanidad lo ha
usado como romántico e idílico símbolo del amor, también para ponderar su
fuerza como la del rey Ricardo que tenía corazón de león o, con una motivación
más religiosa, desde la misma iglesia, para mostrar la misericordia infinita de
Dios en el corazón de Jesús. Si alguien es buena gente decimos que es de buen
corazón, pero sí obró equívocamente aseguramos que se le dañó el corazón. Más todavía:
si se muestra insensible, afirmamos que no tiene corazón, porque si lo tiene,
le dolería el corazón.
Sobre
estos y otros asuntos relacionados con tan importante y vital órgano he estado
reflexionando estos meses desde que, en mayo, accidentalmente, descubrí que
estoy con arritmia cardiaca. Muy escasos, por no decir ningún síntoma he tenido
antes o desde entonces. El incidente comenzó a trastocar mi agenda para poder
atender hospitalizaciones, múltiples electros y ecocardiogramas, incluidos dos trasesofágicos,
medicación como nunca la tuve en la vida, holters, polisomnogramas, pruebas de
esfuerzo, perfusión, oxígeno y hasta cardioversión, sin lograr controlarla. Dejó
de ser el corazón un órgano que está ahí, oculto, sin siquiera sentirlo, para
convertirse en un músculo estratégico del que mi vida pende cómo de un hilo. Y
eso que soy consciente de que no ha habido tensión arterial alta, ni infarto,
ni isquemia, ni taponamientos u otras lesiones severas que otras personas
padecen. Podría sobrevivir con este asunto por un tiempo largo, pero, también, tener
un desenlace fatal si no se intervenía.
Cuando
se publique este articulo será prueba fehaciente de que el aislamiento de venas
pulmonares o ablación se habrá realizado y estaré convaleciente. Les escribo
desde la Clínica Cardiovid en Medellín a donde he venido a continuar el proceso
iniciado en el Hospital de San Ignacio en Bogotá. En estos meses he aprendido
mucho de cardiología, pero sobre todo del compromiso profesional de los
médicos, de la amabilidad del personal de enfermería y administración, y de
tantos que, de corazón, evidenciando que lo tienen bueno y grande, me han
ayudado a sobrellevar esta experiencia, a ser realmente paciente y a saber
ponerse en las manos de Dios sin dudar ni poder dudar. Me dicen que el
procedimiento resultó exitoso, lo que es igual a qué tendrán que tenerme
paciencia y soportarme todavía. Un deseo final: gracias al Corazón de Jesús a
quien me consagré por allá en 1977, espero me ayude a tener un mejor corazón,
ojalá semejante al suyo.