Por José Leonardo Rincón S. J.*
Después de recitar juntos el Padre Nuestro, con
el cual se inicia el rito de comunión de la eucaristía, el presidente de la
asamblea, retomando la última petición de la oración que Jesucristo nos enseñó,
continúa la súplica: “líbranos de todos los males y concédenos la paz en
nuestros días…” Pues bien, hablábamos hace ocho días de uno de esos males
(la envidia), hoy debemos hablar de estos otros que no contribuyen en nada a la
paz ciudadana: fakes news, calumnias y chismes.
Cuando la envidia ha progresado al punto de que
ya no solo se siente, sino que se desborda en contra de personas, grupos o
situaciones, entonces se apela a estas artimañas para ocasionar daño. Se trata
de cobardes y rastreras estrategias para lesionar a los otros y afectar
severamente su reputación. Se acude entonces a la desinformación que inventa
cosas y pone a rodar, mediante comidillas del voz a voz, historias falsas.
“Calumnia, calumnia, que algo queda” es su consigna de
batalla, pues, aunque en principio la gente dude o no lo crea, de tanto
repetirla, eso que llaman hacerlo viral (de contagioso virus) y haciéndoselo
decir a una fuente que ha tenido alguna credibilidad, va logrando su cometido.
Si hay algo que la gente disfruta es sentarse a
chismosear. Nada más apetitoso que comer un buen plato de prójimo, condimentado
con narrativas de fantasía, aderezado con dosis de lenguas viperinas, con
abundantes pizcas de perversidad y maldad, sazonado de envidias, celos y
rencores ocultos y, cuando ya no queda nada, a modo de postre, el fresquito de
no solo sembrar cizaña y animadversión, sino de haber acabado con el otro.
Así las cosas, estos pecados sociales anidan en
el corazón de las personas y mientras no se combatan y exorcicen, serán la
fuente y origen de otros muchos males. Aquí es donde se entiende aquella frase
de Jesús Maestro cuando, enfrentando a los fariseos, radicalmente aseveró que
lo impuro no es lo que viene de fuera, sino lo que sale del corazón del hombre
(Cfr. Mateo 15,19). Con razón decimos que “de la abundancia del corazón,
brotan las palabras” y también otros muchos males, algunos de los cuales
apenas aquí hemos mencionado.
Qué bueno sería medirnos al hablar de los otros.
Tener el valor de reconocer las cosas buenas que tienen, no juzgando y menos
condenando. No aceptando gratuita e ingenuamente, de buenas a primeras, lo que
de ellos se nos dice. Ponderando objetiva y equilibradamente todo el conjunto y
no sólo la parte. Con razón, San Ignacio en sus “Ejercicios espirituales #
22”, pone como presupuesto “salvar la proposición del prójimo”, esto
es, de entrada, pensar bien del otro, dar el beneficio de la duda, no tragar
entero y menos comer cuento ingenuamente. Y no olviden que quien con uno habla
mal de otro, prontamente lo hará también de uno.