Por José Leonardo Rincón S. J.*
Dícese
que a uno le da pena ajena cuando algún sinvergüenza obra mal y no se da por aludido,
de manera que le toca a uno asumir el asunto como si fuera propio y casi que
excusarse en su nombre.
Pues
bien, eso fue lo que sentí yo con el tinterillo, remedo de abogado, que dizque fue
empoderado como defensor del riquito borracho irresponsable que mató seis
jóvenes y dejó grave otro. Toda clase de artimañas se ha inventado para ver
cómo o de qué manera puede eludir la justicia. Que su cliente está en shock
psicológico, pero estuvo muy cuerdo para querer volarse del hospital. Que los
muchachos invadieron el carril de la camioneta como si fueran seis tractomulas.
Que los muchachos se le abalanzaron a la camioneta, seguramente para atacarlo.
No. ¡Increíble!
Y
ofreciendo plata que no era la suya sino la de la póliza del seguro, queriendo
saldar la deuda con dinero ajeno, para callarle la boca a los familiares de las
víctimas, como si por la plata bailara el perro y su interés fuera el estiércol
del diablo y no tener consigo a sus hijos, se ha querido dejar la cosa así.
Deje así. Pues no. De felicitar la jurista que, por encima de las presiones ejercidas,
sin miedo a contrariar tan encumbrados apellidos locales, ha mandado a prisión a
tan delicada e incomprendida joyita. Y el abogadillo de marras parece ser que
será investigado por su inverosímil comportamiento.
No
es la primera vez que pasa, ni ha sido la única, ni será la última. Es verdad
que todos tenemos derecho a tener un abogado para nuestra defensa, pero lo que no
hay derecho es a defender lo indefendible, a inventarse mentiras descaradas
para justificar conductas reprochables. Por eso, para la justicia impoluta es vergonzoso
someterse a los poderes mezquinos que amañan sus particulares intereses.
Es
desconcertante ver cómo se pretenden manipular pruebas y evidencias con tal de
salvar al victimario para mostrarlo cual ingenua y tierna ovejita cuando en
realidad es lobo feroz. Pero resulta indignante ver cómo a veces los jueces
ceden con el argumento de que no hay pruebas suficientes y dejan libres a estos
delincuentes. Alguna vez me pasó siendo rector: unos estudiantes rompieron el
techo de una casa para robarse un licor que allí se guardaba. Y la abogada
alcahueta se inventó la película de que tan inocentes chiquillos estaban realizando
una prueba scout, ¡a medianoche, un fin de semana! Los expulsados, orondos, fueron
reintegrados cual inocentes víctimas de un rector rigorista. Más en segunda
instancia fueron puestos en su sitio y en la última instancia, la Corte regañó
la abogadilla porque ni ortografía tuvo para responder el requerimiento del
alto tribunal.
Pena
ajena dan esos, dizque, profesionales del derecho, egresados seguramente de la
San Marino o de Pacotilla University, mediocres a todo dar, que pasaron con
tres, raspado, y que, no teniendo otra forma de laborar, se prestan para tan bochornosos
espectáculos. Qué pena con los abogados serios y juiciosos, profesionales
estudiosos y juristas probos con esos, dizque “colegas”.