Por José Alvear Sanín*
Es explicable la inicial “prudencia” de los
talibanes de Kabul cuando anuncian su respeto por los derechos y conquistas
femeninas. Al fin y al cabo, aún quedan algunos focos de resistencia, vencidos
los cuales, y cuando el mundo mire hacia otra crisis, dejarán sus aparentes
miramientos.
Lo de Afganistán es aterrador: un grupo
irreductible de salvajes fanáticos y analfabetas pasan de controlar un tercio
del territorio a gobernar todo el país, para imponer despóticamente un “nuevo”
orden social (que ya habían ensayado), brutal e inmodificable.
Ahora bien, en nuestra Iberoamérica abundan
grupos similares que podemos llamar “talibanescos”, aunque no esclavizan ni
degradan a las damas hasta los extremos de los afganos, pero la suerte de
mujeres y niñas bajo las FARC y el ELN no era mejor realmente. En cuanto a las
conexiones entre guerrilla y narcotráfico, las nuestras están tan comprometidas
con la cocaína como las de allá con la heroína. Y eso para no hablar de las
relaciones, en ambos casos, con la minería ilegal —oro, coltán, tierras raras—,
de la que trata The Independent en el
interesante artículo “How the taliban is funded. Where the military group gets money and weapons”, del 20 de agosto / 2021.
El ideal político retardatario, regresivo, brutal
y totalitario del grupo asiático es primordialmente cavernario, mientras en los
nuestros se añade el componente marxista-leninista y estalinista, que a la hora
de la verdad no es más esclarecido. Es posible que la ejecución brutal y
sumaria en Afganistán, procedente de la lucha armada exclusivamente, sea más
expedita que la combinación de guerrilla y política comicial, que exige
paciencia, disimulo y acceso gradual al poder, pero en ambos casos el resultado
final es lograr un poder omnímodo que jamás será sometido a los vaivenes de la
voluntad popular.
En cuanto a los efectos de la toma del poder,
todos sabemos que el pueblo afgano habrá de sufrir sin la menor esperanza de un
mejor estar económico y social. Ningún narcoestado se preocupa por el bienestar
de su población, sea en Birmania o en Venezuela. Y ya que hablamos de nuestros
vecinos, es fácil ver los resultados del talibanismo castro-chavista.
En Colombia tenemos muchos talibanes criollos,
empezando por el Senado, las Cortes, el magisterio y hasta el clero, avanzando
día y noche hacia el poder. Si el año entrante lo alcanzan, poco tiempo después
cesarán las sonrisas, la fementida aceptación del modelo de libre empresa y
libertades individuales, así como los últimos vestigios del estado de derecho.
Como quien dice, el final de la civilización y el ingreso a la barbarie.
Toda la vida ha habido “talibanes”. El signo
ideológico es lo de menos: los comunistas de Lenin, Stalin y Mao se superaron
con Pol-Pot y los Kim, pero no están solos, porque el mundo ha estado lleno de
movimientos como el IRA, ETA, los Tupamaros, los Montoneros, Sendero Luminoso,
FARC, ELN, Boko-Haram, Al Qaeda, que no han sido inferiores, en materia de
crueldad y violencia, a las SS. En esto del terrorismo, “Olivos y aceitunos,
todos son unos”.
Pero mientras la amenaza totalitaria sobre
Colombia avanza, nuestros políticos siguen engolosinados en sutiles juegos
decimonónicos y en la proficua explotación del Estado, que no les permite
enterarse del supremo horror del posible triunfo, el año entrante, de nuestros
propios talibanes.
***
¡Monumental el destape del taimado, sigiloso,
insidioso, piadoso, lacrimoso, calculador, ladino, falaz, mendaz, perjuro e
hipócrita padre De Roux!