Por John Marulanda*
La rápida y contundente respuesta del gobierno colombiano,
el 13 de agosto, al reclamo del gobierno ruso en la ONU para que Duque negocie
con el ELN y “asegurar el apoyo del proceso de paz por parte del Consejo de
Seguridad y el secretario general de la ONU”, pone de nuevo sobre la mesa a
Rusia y sus relaciones con Colombia y Latinoamérica. Aún están frescos los
señalamientos del ministro de Defensa a finales mayo cuando declaró que los
ataques cibernéticos contra las páginas del Ejército y el Senado durante la
primera semana del fracasado paro nacional “vienen de Rusia particularmente”,
a lo que la Embajada en Bogotá replicó que “Tales acusaciones (…) no
contribuyen de ninguna manera al desarrollo de relaciones tradicionalmente
amistosas entre Rusia y Colombia”.
Los intereses declarados
A mediados de julio, Nicolay Tavdumadze, embajador
extraordinario y plenipotenciario de Rusia en Colombia, invitó a una delegación
de la Asociación Colombiana de Oficiales de las Fuerzas Militares en Retiro, Acore,
para tratar asuntos de interés común. La geopolítica del Kremlin en la región
fue tema central durante el agradable almuerzo. “Solo queremos mantener una
buena relación con Colombia y ayudarles de la mejor manera que podamos” nos
dijo Tavdumadze. Diplomáticos expulsados, violaciones del espacio aéreo,
señalamientos de ataques cibernéticos y ahora presión para que se dialogue con
los narcoterroristas elenos, no parece ir en la dirección de las intenciones
del señor embajador.
Rusia maniobra en América Latina apoyándose en sus viejos
amigos Cuba y Nicaragua y en su “nuevo mejor amigo”, Venezuela. Luego de la
guerra fría y el glasnost, minimizó su participación militar en la región,
aunque en el 2008 hizo una demostración de fuerza en el Caribe mientras
convertía al país chavista en el mejor armado de la región. La participación de
Moscú en el comercio regional es pobre, muy superado por su aliado China, con
quien recién ejecutó ejercicios militares estratégicos de gran calado. Lo que
sí es notorio, es su avance propagandístico a través de RT (Russia Today)
cadena televisiva que ofrece sus noticias en 23 países con cerca de 300
proveedores de televisión por cable en la región. Para el profesor Vladimir
Rouvinski, “Moscú (…) parece estar ganando terreno en la batalla por la
mente de los latinoamericanos”. Y si hablamos de mentes, hablamos de
política.
El real interés
A ningún colombiano le extraña que Noruega sea el principal
promotor y tutor de los inciertos diálogos en México, entre el gobierno y la
oposición venezolanos. Con el cartel de las FARC, los mismos pazólogos nórdicos
ayudaron a configurar el acuerdo habanero, precisamente en Cuba, país de
simpatías de AMLO. En este tejemaneje, Rusia ha logrado un trascendental avance
político al convertirse junto con los Países Bajos, en acompañante de tales
acercamientos. Y ahora que la Corte Penal Internacional va a recibir de la OEA
y de la ONU acusaciones contra al gobierno madurista de serias violaciones a
los derechos humanos, las instancias rusas en esas Cortes serán de gran ayuda.
Para confirmar su posición frente a los reclamos de Rusia,
el 15 de este mes, Bogotá envió una circular roja de Interpol a 192 países,
para la detención y deportación a Colombia de los cabecillas narcoelenos,
protegidos en Cuba y en Venezuela, esta última con actividad permanente de
militares rusos. Y mientras avanza la “presión externa” rusa en la ONU,
organizaciones campesinas de Catatumbo estrujan la opinión con el miedo de la
guerra. Dentro de poco veremos “expertos” opinando sobre la necesidad urgente
de esos diálogos.
Una cosa es clara: en el actual juego de potencias,
Venezuela, Cuba, Nicaragua, Colombia y cualquier otro país latinoamericano,
están en la agenda estratégica política del Kremlin por un solo motivo: Estados
Unidos. Mucho más ahora que “La caída de Kabul” está renovando el mensaje de
Washington como un aliado poco confiable.