Por José Leonardo Rincón, S. J.*
Somos
un país desconcertante. Vivimos quejándonos del Estado ineficiente. Todos los
gobiernos son malos. La justicia es inoperante y si funciona es para los de
ruana. Palo porque bogas y palo porque no bogas. Criticar por criticar es nuestro
lema, nada nos gusta, nada nos satisface. SI no hay vacunas ¿por qué no han
llegado? Si llegaron, ¿por qué no de la marca que me gusta? El canibalismo en
las relaciones sociales nos tiene con sobrepeso.
El
tema de hoy no es exagerada caricatura. Cuando el raponero callejero corre con
su botín, la gente le abre paso gritando “cójanlo, cójanlo” y cuando el policía
de la esquina, obediente a su tarea por fin lo atrapa, le gritan “suéltenlo,
suéltenlo”. Queda uno súpito. Al fin qué: ¿que se haga justicia, o que sigamos
lo mismo? Incomprensible.
La
tal Epa, esa misma que con un martilllo en mano destruyó una estación de
Transmilenio, frente a millones de colombianos que mirábamos impotentes su
desfachatada sonrisa mientras lo hacía. Esa que fue solo regañada dulcemente
por la autoridad y que en segunda instancia es condenada a un tiempo de cárcel,
ésa misma resulta ahora inspirar benevolencia, compasión y ternura. Pobrecilla
ella, angelical criatura, víctima de una justicia que se ensaña con tan
simpática jovencita. Hasta movilización nacional exigiendo su libertad. Los
psicólogos sociales nos deben una explicación: cójanlo o ese anhelo implacable de
disciplina y orden. Suéltenlo o la apoteosis de la anarquía y el desorden. Nos
movemos esquizofrénicamente entre querer rigor, mano dura y, a la par, ser
blandos, permisivos, laxos.
En
el fondo alcanzo a vislumbrar un resentimiento generalizado contra la justicia
desbalanceada, porque no es que la muchacha esa no se merezca una fuerte y
merecida sanción. No. El problema es que estos ladronzuelos de calle y estos
vándalos sociales se convierten en chivos expiatorios de una justicia radical y
muy severa contra ellos y bastante ciega, ineficiente y complaciente con los
ladrones de cuello blanco que se roban miles de millones, han ordenado
masacres, roban a cuentagotas a todo el país y no les pasa nada, siguen ahí,
impunes, toteados de la risa. Esa es la injusticia. Porque es bien sabido que
en las cárceles hay muchos que por poca cosa pagan largas condenas en tanto
siguen sueltos otros que deberían estarlo para siempre. Y como si fuera poco,
el expresidente sale a proponer entonces amnistía general para todos. ¡Por
Dios!
En
mal momento o coyuntura se da esta confrontación, porque impávido el país
entero mira cómo el carrusel de las contrataciones sigue robándose miles de
millones sin que les pase nada, en tanto le meten cinco años de cárcel a esa
pobre niña. De modo que, si no han cogido a tan protagónicos ladrones, dejen
suelta a la muchacha, es la radical conclusión. Estamos mal, muy mal. Desde que
la justicia se corrompió, “que entre el diablo y escoja”.