Por John Marulanda*
Para el afán amarillista de tantos
comunicadores ansiosos de rating, ningún titular puede ser más atractivo que el
del asesinato de un presidente de una isla del Caribe a cargo de unos
mercenarios colombianos. Y no solo es rating: el hecho entra al arsenal de
argumentos políticos contra la desajustada democracia colombiana. Basta oír las
declaraciones del robótico canciller venezolano.
Durante más de 60 años, Colombia soportó
el asedio de la extrema izquierda que buscó llegar al poder a balazos,
asesinando civiles, magistrados, policías y militares, dinamitando vías y
oleoductos, activando carros bomba. No logró su propósito, aunque hoy en día
persiste en su malogrado empeño a cargo de los mismos matasiete de siempre, las
FARC y el ELN. El dique que impidió tal desafuero, fueron principalmente las fuerzas
militares, el Ejército Nacional, que desde hace 200 años viene defendiendo a
costa de su sangre un sistema de libertades y de desarrollo. Cualquier otra
explicación sobre el fracaso del proyecto marxista-leninista, es política.
Los militares y policías colombianos
mantienen un gran reconocimiento en el ámbito mundial debido, precisamente, a
su experiencia, disciplina y formación; miles de ellos, representan dignamente
al país, en diversas latitudes en donde son respetados y apreciados, y varios
retirados son los responsables globales de la seguridad de importantes
multinacionales. No son mercenarios, de acuerdo con la Convención Internacional
sobre el mercenarismo de las Naciones Unidas; son contratistas, término genérico
utilizado para quienes se emplean en los asuntos relacionados con la seguridad
pública y privada, y los asuntos de la defensa nacional.
Otras profesiones y especialidades
también emplean el mismo término, contratistas. Ingleses, franceses, israelíes,
norteamericanos, sudafricanos, campean en este empresarismo legal y legítimo
que ofrece perspectivas económicas gratificantes para quienes, una vez de
regreso a la vida civil, seleccionen esta opción entre muchas otras, pues entre
los militares retirados se encuentran cientos de abogados, médicos, ingenieros,
docentes, empresarios y pocos políticos. Y los militares neogranadinos, a pesar
de todo y lo de Haití, siguen siendo una de las instituciones más apreciadas
por los colombianos y respetadas por las demás nacionalidades.
Los militares retirados, con todo, son
miembros de un gremio mirado con odio o sospecha por los detractores y
malquerientes de la institucionalidad, pero también con esperanza y confianza
por empresarios, ciudadanía, organizaciones sociales y muchas instancias
gubernamentales.
Los mercenarios han existido, existen y
existirán, en tanto la guerra y el conflicto sigan siendo parte de la
naturaleza y la civilización humanas. Baste revisar nuestras guerras de
Independencia y en años recientes, la presencia de mercenarios británicos,
israelíes y norteamericanos en la región. En el caso de los militares retirados
colombianos en Haití, de confirmarse definitivamente su participación
consciente y activa en el asesinato de Moïse, sería el primer caso claro y
evidente de mercenarismo colombiano, aclarando que también existe el
mercenarismo a cargo de ciudadanos no militares según la misma convención de la
ONU. Además, los actores del Crimen Organizado Transnacional, en pleno
esplendor actualmente, convergen en este embrollo para generar mayor confusión.
Al caso de Haití, se agrega el
involucramiento de un capitán retirado en el atentado en contra del presidente
Duque, algo difícil de explicar y que genera serias dudas sobre los mecanismos
de contrainteligencia interna de las FFMM. Parecieran estos hechos, indicios
del desbarajuste moral en que entró el país desde que los acuerdos habaneros
concluyeron con el quiebre del régimen democrático, después del plebiscito del
2016. Dura tarea la de recuperar la moral pública, justo en estos momentos de
crisis económica, agravada por el desastre educativo en que Fecode ha sumido a
los jóvenes de hoy, que deambulan con celular, sin historia ni lógica,
embriagados de odio y resentimiento. Ya lo hemos advertido: un nuevo ciclo de
violencia se está iniciando y reiteradamente los colombianos tendrán que
confiar en sus soldados para que los protejan y contengan a los estalinistas
aupados desde Venezuela, que insisten en lograr el poder a punto de AK 47,
porque por votos no lo lograrán.
Pero, cualquiera que sea la discusión y
más allá de titulares, el daño que han causado a la imagen de Colombia los
militares retirados presuntamente involucrados en el magnicidio de Haití, es
irreparable.