miércoles, 28 de julio de 2021

Del tintero de Orwell

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

En el mundo distópico de “1984”, George Orwell describe minuciosamente el funcionamiento del gobierno totalitario, que ya había sido perfeccionado por Stalin en 1948, cuando apareció el libro. La omnipotente maquinaria del “Gran Hermano” funciona a través de cuatro ministerios: el del Amor, encargado del Odio; el de la Verdad, que difunde la Mentira; el de la Paz, que hace la Guerra; y el de la Abundancia, que se ocupa del racionamiento y la hambruna.

Ahora bien, a pesar de su profunda exploración sobre los mecanismos del Estado totalitario, a Orwell se le quedaron en el tintero algunos de los que operan en los regímenes despóticos para eliminar toda libertad individual.

En ese mundo se ha impuesto “la neolengua”, donde las palabras se construyen con fines políticos, para dirigir y controlar el pensamiento de las gentes. El lenguaje políticamente correcto —acoto— es el primer escalón hacia la neolengua obligatoria.

A medida que avanza la revolución colombiana se observan los mecanismos embrionarios de los ministerios del Nuevo Orden:

Fecode se va configurando como el Ministerio de la Verdad, que indoctrina a partir del kínder, donde se enseña a los párvulos a cantar el nuevo himno nacional: “¡Uribe, paraco, el pueblo está verraco!”.

Y en la rama “Judicial” se vislumbra el futuro Ministerio del Amor, si consideramos el verdadero significado actual de ciertas palabras en Colombia:

Derecho = Torcido

Justicia = Impunidad

Debido proceso = Arbitrariedad

Legalidad = Flexibilidad

Términos = Eternidad

Imparcialidad = Favoritismo

Juez = Agente político

Constitución = Acuerdo final

Perjurio = Prueba “reina”

Altas Cortes = Bajos fondos

Es verdad que en contadas ocasiones algún despacho falla en derecho, pero como una golondrina no hace verano, en la subsiguiente apelación la sentencia ajustada a la ley es revocada torticeramente.

En esas condiciones, la opinión pública se va acostumbrando a incontables fallos insólitos, que se suceden diariamente y que, por tanto, ya no sorprenden.

Hace unos días no más, julio 23, la todavía llamada “Corte Suprema de Justicia”, revocó el fallo del Tribunal Superior de Bogotá, que negaba la condición de víctima de Álvaro Uribe a la excompañera sentimental de un recluso, para convertirla en perseguida del expresidente, que jamás supo de los líos de faldas del protegido de su tenebroso acusador; y el Consejo (sic) de Estado suspendió el decreto, dictado in extremis, que autoriza la “asistencia” de las Fuerzas Armadas para restablecer el orden público en ciudades dejadas a merced de alcaldes proclives a la subversión.

Eliminados toda expectativa de imparcialidad judicial y los últimos vestigios de autoridad presidencial, ¡¿qué podemos esperar?!