viernes, 2 de julio de 2021

Basta ya de tanta violencia

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Esta locura que estamos viviendo tiene que pararse ya. Al paso que vamos, si lo que impera es la ley del talión del “ojo por ojo”, pronto vamos a ser un país de tuertos o de ciegos. No es chiste. Es dramática realidad. Recuerdo el caso de dos familias guajiras, los Cárdenas y los Valdeblanquez que literalmente se extinguieron mutuamente con esa consigna.

En toda mi existencia no he dejado de ver violencia por doquier, las de antes: la que trajeron los conquistadores arrasando la población indígena nativa; la de las guerras de independencia; la de las luchas intestinas de la patria boba que luego se volvieron civiles por el control del poder; la de los mil días entre conservadores y liberales y que siguió por décadas bañando de sangre nuestros campos y ciudades, y las de hoy: la de las guerrillas; la del Estado con su doctrina de la seguridad nacional por allá en los 70 y 80; la paramilitar; la del narcotráfico; la de la delincuencia organizada; la de los falsos positivos… Y como si no fuera suficiente: la violencia cotidiana, la que se da a nivel intrafamiliar, pero también la que se da contra las mujeres y contra los niños inocentes; la escolar con el bullying; la de la calle, todos los días, que roba y asesina; la de los vándalos que destruye por destruir todo a su paso y nos acrecienta la miseria; la del Esmad cuando excede su poder y su fuerza contra de la población civil; la de las redes sociales cargadas de odios viscerales, insultos e improperios. La lista sigue. Es tanta-tanta que he pensado si es que estamos condenados a ella para siempre, si es que se trata de un problema genético-ontológico del colombiano, si es que es un problema cultural arraigado muy difícil de superar o qué es, pues, lo que nos pasa en nuestra deteriorada alma que hizo a San Juan Pablo II definirnos como un “país moralmente enfermo”.

De lo que me voy convenciendo es que esto ya es patológico grave y no veo a nadie, ni líderes relevantes, ni instituciones creíbles que quieran y puedan detener esta locura. La violencia en su espiral devastadora se nos volvió paisaje. Es más, nos ha convertido en sedientos vampiros que más bien extrañamos el día que no haya muertos. La televisión y el cine dejaron hace rato de ser ficción y la realidad la supera cual zaga de Netflix dolorosa y cruel. En otros países, un solo muerto hubiese dado para manifestaciones multitudinarias de rechazo. Aquí no, aquí más bien hay quien no solo las justifique y se alegre, sino insensatos de lado y lado que pidan aumentarla, ya para vengarse de esa sociedad rica e indolente que por siglos le ha importado un bledo el hambre y la miseria, ya para reprimir con mano dura y como se merece esa enardecida chusma ignorante, culpable del retraso de nuestro país. Tan vergonzosa realidad hace entender mejor la frase de Jesús en la cruz: “perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen“

Lo sabemos, violencia genera violencia. Abre dolorosas heridas en el corazón y suscita traumatismos existenciales difícilmente curables en el corto plazo. El resentimiento que produce puede ser eterno. Hay quienes buscan superar esas laceraciones para no dejarse llevar por los sentimientos de venganza y de querer cobrar justicia por propia mano ante una justicia que no hace justicia. Se necesita mucho valor, mucho coraje, para pasar la página. Pocos logran superarla con una memoria no vindicativa, voluntad de no repetición y decisión de reparación.

Estamos en una coyuntura decisiva frente a la cual no podemos equivocarnos. Basta ya de extremistas polarizantes, detestables y dañinos que se culpabilizan mutuamente y con razón, porque es verdad que juntos han producido esta desgracia, han demostrado por décadas su incapacidad para reconstruir el país y cerrar las brechas sociales, han evidenciado su corrupta voracidad sin tener voluntad política para siquiera menguarla. El pueblo ya les dio la oportunidad y la desaprovecharon. Hay que optar por un camino distinto, refrescante, oxigenante, que, sin dejar de afrontar la realidad de un pueblo generalizadamente maltrecho por toda clase de males, combata las raíces estructurales de estos males agobiantes y de modo propositivo, cual ave fénix, reviva desde las cenizas humeantes, con vida y esperanza, un mejor presente para todos, más humano y digno. Ojalá haya gente que quiera hacerle eco a esta alternativa.