Por Antonio Montoya H.
El slogan de “Sí se puede”, no es una
simple forma de motivar a las personas, a los grupos, a los trabajadores y en
general a una sociedad; esta conlleva en contexto toda una forma de vida, es
esa actitud que nos motiva, induce a lograr resultados de corto, mediano y
largo plazo, que en la medida en que se obtienen crece la motivación, la
creatividad y la emoción por seguir superándose y cumplir nuevas metas.
Esto no es un articulo de superación, para ello
existen motivadores, psicólogos, estudiosos del comportamiento humano, de
nuestras debilidades y fortalezas. Aquí deseo resaltar el éxito de un trabajo público
que condujo a una ciudad a lograr que su gente se sienta orgullosa de sus
gobernantes y de su persistencia para lograr objetivos, de mantener la dinámica
constante de desarrollo de obras públicas, de creación de empresas, de atracción
de nuevos capitales y por consiguiente lograr disminuir el desempleo. Los
índices de pobreza, aunque aun son altos, si continúan con la tendencia que han
mostrado en poco tiempo también serán ejemplo en cuanto a la reducción de esos
indicadores y por ende los habitantes tendrán una mejor calidad de vida.
Pocas ciudades de Colombia han logrado ese
grado de motivación de sus ciudadanos. Por el contrario, lo que percibimos es
que las que eran ejemplo para los demás, tienen serios problemas en la
actualidad: el ánimo de la gente esta bajo, los conflictos sociales se
multiplican y la gobernabilidad es poca. Me refiero a Medellín y Cali, donde es
latente y palpable el descontento ciudadano con quienes gobiernan porque no
tienen como objetivo primordial y único el mejoramiento de las condiciones de
los ciudadanos, sino que cumplen y avanzan en un plan previsto que busca
implementar un sistema social que favorece a unos pocos.
Ambos alcaldes de las ciudades capitales de
departamento, tienen contra ellos en marcha procesos de revocatoria de mandato,
que surge como un mecanismo de participación ciudadano previsto en la
Constitución Nacional y no se da porque sean buenos, es por lo contrario,
porque gobiernan en contra de la sensatez, de los valores tradicionales, de
principios que permitieron que la empresa privada, el sector público y la
educación trabajaran de la mano desarrollando políticas públicas serias y
coherentes. Actualmente ellos son generadores de polarización y conflicto entre
los mismos ciudadanos.
Resalto entonces la ciudad que es objeto de
reconocimiento no solo mío, sino de la sociedad colombiana en general. He
tenido la inmensa alegría de ir viendo y constatando el cambio de Barranquilla. De ocho años hacia acá,
no hay día en el que no se avance o que no se concluya una obra. Se están solucionando
las inundaciones generadas por los arroyos y lugares por donde baja el agua en
épocas de lluvias, las obras públicas se inician y se concluyan, el crecimiento
urbano es organizado y obedece a un plan de desarrollo armónico, que hace ver
la ciudad linda, los estadios están bien mantenidos, los escenarios públicos
protegidos, la economía en auge y sus habitantes felices.
Barranquilla se ha convertido en un gran centro
industrial por cuanto su situación geográfica favorece el desarrollo; empresas
textileras, petroquímicas, distribuidores, la consideran óptima por las
facilidades que ofrece para la exportación de los productos, evitando costos de
trasporte desde el interior hacia el puerto. Antes no se entendía que ciudades
del interior tuvieran un gran desarrollo industrial estando alejadas del mar,
con dificultades y costos mayores para la distribución de los productos, de
manera que, en buena hora, creo yo, que esa mirada amplia hacia el mundo
exterior facilitará el crecimiento de los empresarios, teniendo en cuenta que,
además, están en desarrollo los puertos del Urabá antioqueño.
El cambio se dio gracias a la gestión de
políticos jóvenes que en su momento se fueron contra el monstruo de la
corrupción creado por caciques políticos de antaño y más recientes, como el
cura Bernardo Hoyos, quienes ofrecían en sus discursos las promesas de siempre:
realización de grandes obras públicas, un desarrollo urbanístico organizado, cero
politiquerías y todo quedaba en bla, bla, bla. Uno tras otro, sus gobiernos y
sus dirigentes terminaron investigados y condenados por delitos cometidos en el
ejercicio de los cargos. Los generadores del cambio dijeron no más al
incumplimiento y procedieron a ser ejecutores de grandes obras, a crear sentido
de pertenencia en los habitantes, a generar empleo, dinámica social y
empresarial.
Alejandro y Los Char, el actual alcalde Jaime Pumarejo,
la gobernadora Elsa Noguera, que también fue alcalde, el gobernador Eduardo Verano
de la Rosa y muchos otros, trabajando unidos, manteniendo el orden y la
disciplina, lograron en doce años el cambio, una ciudad prometedora, con futuro
promisorio, que elevo el nivel de vida de sus habitantes.
Es posible que tengan opositores, pero estos se
quedan mudos ante la realidad de los acontecimientos; no han logrado derrotar
la acción liderada por una generación de barranquilleros que creyeron que se
debía hacer un cambio y lo pusieron en marcha.
Hoy día ellos lideran una propuesta de
autonomía para la región que comparten con personas de otros siete
departamentos de la Costa Atlántica; van organizándola paso a paso, al igual
que las iniciativas que se lideran en otras regiones. Ejemplo de ello es el doctor
Héctor Quintero Arredondo, a quien tuve el placer de entrevistar hace poco.
Todo este reconocimiento a una ciudad, a un
departamento, contrasta con lo que sucede en Antioquia, Cali, Bogotá, Cúcuta y
otras capitales. Debemos seguir el ejemplo, aunque hoy tengamos dificultades en
el manejo de la ciudad. Si trabajamos con deseo de progreso, respeto por el ser
humano, generando trabajo y con orden y disciplina, lograremos volver por la
senda del desarrollo y sentido de pertenencia. Adelante colombianos de bien, ni
un paso atrás.