Por Pedro Juan González Carvajal*
En 1989 se estableció en Colombia una
estrategia particular para atacar al Cartel de Medellín y posteriormente para
capturar a Pablo Escobar, después de que este se fugara de la cárcel de máxima
seguridad en Envigado.
Esta estrategia consistió en la conformación
de un Equipo Élite de la Policía y el Ejército Nacional dedicada única y
exclusivamente al logro de estos objetivos. A este Equipo Élite, a partir de
1992, se le denominó Bloque de Búsqueda, cuyos resultados operacionales se
asocian al logro de los objetivos para los cuales fue creado.
A mediados del decenio pasado, se
configuró la Operación Agamenón para enfrentar y desmantelar al denominado Clan
del Golfo y a partir del 2020 se estableció la exitosa figura de Bloque de
Búsqueda para dar con sus cabecillas.
Se ha demostrado que, con la necesaria
voluntad política, con los recursos económicos y tecnológicos adecuados, y con
perseverancia, estas estrategias han dado los resultados esperados.
La eficacia de esta estrategia radica
en la definición de un objetivo, la definición de una estrategia, el aporte de
los recursos necesarios y la voluntad de las partes para sacarla adelante.
Ante el cáncer creciente y la
voracidad de la corrupción, ha faltado la voluntad política y la presión
ciudadana para enfrentarla y erradicarla de una vez por todas.
Habrá que tomar medidas extremas y
establecer condiciones de excepción para combatirla. Si hay que hablar de pena
de muerte, pues hay que hablarlo. Si tenemos que configurar un Bloque de
Búsqueda para ubicar, perseguir y castigar a los corruptos, pues hay que
hacerlo. El ejemplo de Singapur es singular y extremo: en menos de 50 años
salieron de la pobreza extrema y dieron el salto al mundo desarrollado y en ese
período lograron no solo erradicar la corrupción, sino, además, crear una
cultura de no corrupción entre la sociedad.
La voluntad de poder integra no solo
el compromiso, sino la capacidad de actuar de manera efectiva. En Colombia nos
ha faltado conciencia de la dimensión y las implicaciones del problema, la
voluntad política de la sociedad y los gobernantes de turno y el compromiso de
actuación para el logro del resultado esperado.
El no enfrentar este flagelo nos
condena al subdesarrollo y nos convierte a todos en cómplices, activos o
pasivos.
La erradicación de la corrupción debe
convertirse para Colombia, en un objetivo nacional de primer orden. Esta lucha
debe ser frontal y debe contar con la colaboración de todos los ciudadanos de
bien y que caiga quien tenga que caer, y que pague el que tenga que pagar.
No podemos seguir siendo estrangulados
y asfixiados como sociedad y como país por unos ladrones que hoy se pavonean
burlándose de todos nosotros y de nuestro casi inexistente aparato de justicia.
Debemos fortalecer a nuestra justicia
y debemos despolitizarla para que sean los más preparados, los más idóneos y
los más probos quienes la organicen, la administren y la ejerzan.
¡Sin justicia no hay sociedad! Todos
debemos aprender a querer y a respetar a la institución y a sus miembros y
reivindicar el ejercicio sagrado y la función fundamental del señor juez.
Y digo señor juez y no simplemente juez, pues este servidor es
instrumento de la justicia y debe ser reconocido como pilar fundamental de la
sociedad y baluarte de los principios democráticos.
Qué pereza una nueva campaña
presidencial esta vez llena de precandidatos hablando babosadas y esquivando de
manera irresponsable, miedosa y miope, el enfrentar los problemas que son.
Propongo con toda la fuerza del espíritu que el tema central de la campaña sea
la estrategia que cada uno de los aspirantes propone contra la corrupción, no en
el sentido retórico de cómo se refieren al asunto, sino, de su compromiso
abierto y a viva voz para acabar con este flagelo. Lo demás, a mí,
personalmente, no me interesa.
Nota: es lamentable que se sepa con anterioridad que hay un
altísimo porcentaje de certeza que habrá un rebrote después del día del paro,
otro después del día del trabajo y otro después del día la madre, por la
indisciplina social y la falta de respeto y solidaridad de los miembros de la
sociedad. Como diría Echandía, “¡País de cafres!”.