José Leonardo Rincón, S. J.*
No
recuerdo haber vivido un paro nacional tan prolongado, tan firme, con tantas
manifestaciones por todas partes, con tantos comunicados, marchas, expresiones
de todo orden en redes sociales y comunicaciones. Ni la amenaza de contagios
masivos en plena pandemia, ni los fuertes aguaceros que cayeron adrede como
para disuadir y espantar, han podido detener esta fuerza popular incontenible. La
copa se ha rebosado y no sé si quienes están al frente del país sean
conscientes de ello. Si nadie aguantaba un día más de confinamientos con sus
obligados cierres que han dejado a miles desempleados, pasando hambre y en la
calle, menos se iba a aguantar la afrenta de una reforma tributaria inmisericorde,
descabellada y absurda. Se equivocaron de coyuntura y de destinatarios de la
misma. Fueron tercos y no quisieron ni ver ni escuchar. Ahora estamos con un
país caótico y en la peor crisis estructural de su historia. Y no es una frase
de cajón, ni haber caído en las garras demoníacas de la izquierda comunista
regional denominada castro-chavismo-madurismo con la que siempre nos asustaron,
pues finalmente caímos en las garras del otro régimen, tan nefasto como aquel,
porque régimen es régimen sea de izquierda o de derecha y siempre usan el poder
para su provecho y en cualquier caso el pueblo siempre es el que pierde.
Este
enorme reto que estamos afrontando todos, le resulta más incisivo a quienes
tienen la responsabilidad de dirigirnos. Lamentablemente no veo líderes de
talla, grandes en dignidad, creíbles y con autoridad moral como para convocar
con fuerza y jalonar un diálogo nacional de fondo y con todos los actores. Toda
la clase política está desprestigiada. Yo por lo menos estoy harto de discursos
oportunistas unos, mediocres otros, polarizantes muchos, sinvergüenzas todos. Creo
que todos queremos algo nuevo, algo distinto. Basta ya de los mismos con las
mismas, mentirosos compulsos, farsantes engañosos que prometen descaradamente
lo que saben que nunca cumplirán.
Durante
décadas enteras hemos sembrado vientos, ahora estamos cosechando tempestades. Destruimos
la familia, célula madre de la sociedad, cuna de la auténtica formación en
valores, lo que generó que el tejido social resultara enfermo. ¿De qué nos
extrañamos sobre lo que está pasando? La calidad de la escuela no ha podido
caer más bajo. Se desecharon las humanidades por subversivas (la religión que
nos hablaba de trascendencia, la ética que nos enseñaba valores, la cívica y la
urbanidad que nos decían cómo comportarnos como ciudadanos para cuidar lo
público y para saber cómo actuar con los otros; la oratoria, redacción y la
ortografía para saber cómo hablarle a los otros, escribir bien y hacerlo
correctamente; la geografía que nos ubicaba y contextualizaba; la historia que
nos enseñaba las lecciones del pasado; la filosofía que nos ponía a pensar críticamente
y a no tragar entero) y se hizo apología de lo científico-tecnico y tecnológico
como si fuera la panacea. Las instituciones perdieron su norte al corromperse. La
justicia se arrodilló ante el delito organizado dando vía libre al crimen y la
impunidad rampantes. El dinero fácil permeó por doquier como la mejor opción
para ahorrarse trabajo, esfuerzo y sacrificio. El listado de desgracias sería
interminable, pero lo sabemos y lo conocemos.
Esta
coyuntura puede resultar una feliz bendición si se aprovecha para ir al meollo
del asunto. Vivimos en uno de los países más inequitativos del mundo donde la
miseria crece ante la mirada indiferente de una élite minoritaria. Y criticar
al capitalismo neoliberal no es defender el comunismo, ni el fascismo. Hay que
desaparecer la pobreza absoluta y catapultar la clase media, para vivir sin
ostentaciones y donde nadie pase hambre. La justicia tiene que reformarse de
fondo y recuperar la impolutez que tuvo. Al Congreso, legítimo espacio de la
representación del pueblo, hay que reducirlo en número y mañas, y expulsar de
su recinto a los que se lucran sin hacer nada. Hay que reducir el despilfarro y
el gasto público saturado de burocracia. Urge generar empleo. El campo y la
agricultura deben ser estimulados. La investigación y la ciencia requieren ser
apoyados. El deporte y la recreación que propicien salud corporal y mental. Hay
que hacer una reforma educativa con un currículo que forme personas íntegras e
integrales para la vida y la convivencia humana. La salud debe ser digna y para
todos. Los comunicadores deben ser imparciales y veraces. Las instituciones
necesitan volver a ser creíbles. La vida humana es sagrada y los derechos
humanos no son ideología amenazante si se acompañan de los deberes humanos, elemental
fundamento de una sociedad justa. La diversidad y la pluralidad son nuestra
mayor riqueza.
Así
las cosas, tenemos que ir al meollo de lo esencial y no distraernos en banalidades
superfluas. Todo esto, tan terrible y duro, que hemos vivido y estamos
viviendo, no es para buscar candidatos para las elecciones de 2022 sino para trabajar
por la alborada de un nuevo amanecer para nuestra patria. Y para que no queden
dudas y vacíos, categóricamente desde esta tribuna de libre pensamiento y
expresión, rechazo todo acto vandálico y violento, todo daño a los bienes
públicos precisamente por ser nuestros, todo atentado a la vida humana tanto de
quien marcha pacíficamente como de quien cuida y defiende al pueblo. Todo desadaptado
debe ser sancionado y reeducado, obligado a resarcir los daños ocasionados y
trabajar en su reconstrucción. Los delincuentes del estrato social que sean
deben pagar sus fechorías y sus crímenes. No más impunidad, no más
indiferencia. El problema es que no veo liderazgo, otra ausencia lamentable.