Por Pedro Juan González Carvajal*
Se estrenó el entonces presidente Trump
con una serie de “órdenes ejecutivas”, instrumento que empleó permanentemente,
durante su mandato, para buscar agilidad y prontitud en la instrumentación de
los temas de su interés, la mayoría de los cuales estaban en contravía de lo
dispuesto por el Gobierno de su antecesor Barak Obama. Por su parte el presidente
Biden, al llegar a su escritorio después de su posesión, tenía listas 17 “órdenes
ejecutivas” para ser firmadas, la mayoría de las cuales iban en contra de lo
establecido por su antecesor.
Recordemos que una “orden ejecutiva”
es un instrumento del cual goza el presidente de los Estados Unidos dentro de
su período de gobierno, pero cuya vigencia expira con la terminación del mismo.
Estamos siendo testigos impasibles, de
un juego irresponsable de ping pong, guiado por el retrovisor desde la óptica
de los recientes mandatarios, perdiendo la continuidad que se exige para
programas de carácter social y que reflejan un interés más de carácter
partidista que de carácter nacional.
¿Si eso es en la primera potencia del
mundo, qué podremos esperar de los remedos de democracias entre las cuales se
encuentra Colombia?
Es a todas luces lamentable que la
madurez y la experiencia de gobiernos democráticos, tan difíciles de construir,
desaparezca ante el imperio de la voluntad del gobernante de turno y tire al
vacío procesos, acciones e impactos que, de alguna manera, responden a las
expectativas de porciones significativas de ciudadanos.
En un país como el nuestro, temas como
el de las relaciones internacionales, la postura con respecto a las estrategias
de Estados Unidos asociadas a la fracasada lucha contra las drogas, los modelos
económicos sugeridos bajo imposición por la banca multilateral, el uso o no del
fracking, el empleo o no de la figura de la extradición, entre otros
varios, son manejados con criterio gobiernista y no de Estado.
¿En dónde quedan los principios del
interés nacional? ¿Qué queda del concepto de políticas públicas? ¿Se dejan a un
lado los objetivos nacionales?
Cada vez más, ciertas figuras
presidenciales se asemejan a la de pequeños reyezuelos, rodeados de áulicos,
enceguecidos por el poder temporal que poseen.
Ahora bien, esta realidad que se gesta
desde el poder ejecutivo vive su propia realidad en el poder legislativo,
donde, ante las mayorías parlamentarias, ‒evidenciando la existencia de
partidos políticos fuertes‒, hacen que las minorías vivan su propio drama.
Expectante, el poder judicial, quien
termina siendo la esperanza última de la democracia, trata de guardar el
equilibrio y de preservar las normas constitucionales, a pesar de las presiones
que sufre permanentemente desde el ejecutivo y el legislativo.
Vivimos épocas tormentosas para la
democracia, agravadas por las situaciones que desnuda la pandemia de covid-19 a
lo largo y ancho del planeta.
Iniquidad, pobreza, corrupción, falta
de gobernabilidad, son algunos de los factores que hoy atentan contra la
continuidad del modelo democrático, como ya lo habían anticipado y avizorado desde
hace tiempo, pensadores como Jean Francoise Revel, Norberto Bobbio y Karl
Popper.
A pesar del desconcierto y la
incertidumbre generalizada, de la complejidad y la volatilidad de los
acontecimientos y de la irresponsabilidad de algunos, aún estamos a tiempo de
maniobrar el timón y salvar y fortalecer el modelo democrático, el menos malo
de los modelos conocidos.