martes, 27 de abril de 2021

De cara al porvenir: ping pong

Pedro Juan González Carvajal
Por Pedro Juan González Carvajal*

Se estrenó el entonces presidente Trump con una serie de “órdenes ejecutivas”, instrumento que empleó permanentemente, durante su mandato, para buscar agilidad y prontitud en la instrumentación de los temas de su interés, la mayoría de los cuales estaban en contravía de lo dispuesto por el Gobierno de su antecesor Barak Obama. Por su parte el presidente Biden, al llegar a su escritorio después de su posesión, tenía listas 17 “órdenes ejecutivas” para ser firmadas, la mayoría de las cuales iban en contra de lo establecido por su antecesor.

Recordemos que una “orden ejecutiva” es un instrumento del cual goza el presidente de los Estados Unidos dentro de su período de gobierno, pero cuya vigencia expira con la terminación del mismo.

Estamos siendo testigos impasibles, de un juego irresponsable de ping pong, guiado por el retrovisor desde la óptica de los recientes mandatarios, perdiendo la continuidad que se exige para programas de carácter social y que reflejan un interés más de carácter partidista que de carácter nacional.

¿Si eso es en la primera potencia del mundo, qué podremos esperar de los remedos de democracias entre las cuales se encuentra Colombia?

Es a todas luces lamentable que la madurez y la experiencia de gobiernos democráticos, tan difíciles de construir, desaparezca ante el imperio de la voluntad del gobernante de turno y tire al vacío procesos, acciones e impactos que, de alguna manera, responden a las expectativas de porciones significativas de ciudadanos.

En un país como el nuestro, temas como el de las relaciones internacionales, la postura con respecto a las estrategias de Estados Unidos asociadas a la fracasada lucha contra las drogas, los modelos económicos sugeridos bajo imposición por la banca multilateral, el uso o no del fracking, el empleo o no de la figura de la extradición, entre otros varios, son manejados con criterio gobiernista y no de Estado.

¿En dónde quedan los principios del interés nacional? ¿Qué queda del concepto de políticas públicas? ¿Se dejan a un lado los objetivos nacionales?

Cada vez más, ciertas figuras presidenciales se asemejan a la de pequeños reyezuelos, rodeados de áulicos, enceguecidos por el poder temporal que poseen.

Ahora bien, esta realidad que se gesta desde el poder ejecutivo vive su propia realidad en el poder legislativo, donde, ante las mayorías parlamentarias, ‒evidenciando la existencia de partidos políticos fuertes‒, hacen que las minorías vivan su propio drama.

Expectante, el poder judicial, quien termina siendo la esperanza última de la democracia, trata de guardar el equilibrio y de preservar las normas constitucionales, a pesar de las presiones que sufre permanentemente desde el ejecutivo y el legislativo.

Vivimos épocas tormentosas para la democracia, agravadas por las situaciones que desnuda la pandemia de covid-19 a lo largo y ancho del planeta.

Iniquidad, pobreza, corrupción, falta de gobernabilidad, son algunos de los factores que hoy atentan contra la continuidad del modelo democrático, como ya lo habían anticipado y avizorado desde hace tiempo, pensadores como Jean Francoise Revel, Norberto Bobbio y Karl Popper.

A pesar del desconcierto y la incertidumbre generalizada, de la complejidad y la volatilidad de los acontecimientos y de la irresponsabilidad de algunos, aún estamos a tiempo de maniobrar el timón y salvar y fortalecer el modelo democrático, el menos malo de los modelos conocidos.