Es una frase
pronunciada por el alcalde de Medellín, que se volvió motivo de discusión por
su significado y aunada a otras constantes expresiones del mismo señor, ha
conllevado a que casi todos los antioqueños estemos preocupados con su forma de
actuar.
No es posible comprender
cómo la persona que representa a la ciudad, su historia, sus costumbres, su tradición
política y forma de gobernar, sea el encargado de menospreciar y devaluar los
principios que nos han regido por años, y diría casi desde su fundación, que se
convirtió en una forma de hablar, pensar y actuar propia, lo cual, sin duda,
representa a toda la raza antioqueña. Bien es cierto que somos una mezcla de
españoles, indios, mestizos, negros, pero, al fin de cuentas somos uno, antioqueños
que nos hemos distinguido como ciudadanos emprendedores, pujantes, indómitos,
leales, familiares y que en la adversidad defienden los valores y principios
que nos rigen. Como dicen, el antioqueño, “se conoce por el caminado”; raza luchadora, religiosa pero no fanática, que se hace
respetar y a quien se manifiesta contra ella, se le hace a un lado utilizando
las buenas maneras, las leyes y por ese camino de la legalidad se enfoca “lanza
en ristre” a defender su institucionalidad.
No entiendo por qué
nuestro alcalde considera que todo lo de Medellín es malo, que hay que
cambiarlo, destrozarlo, y para ello, se vale de personas de otras regiones, de
empresas que no tienen su domicilio en la ciudad y que recogen todo el camino
de trabajo y efectividad que hasta el momento han logrado. Sus decisiones, en
vez de apoyar lo local, están obligando a que salgan del mercado, generando
desempleo y obviamente incertidumbre empresarial.
Por qué atacar el
empresarismo antioqueño, si son los que dan trabajo, estabilidad, seguridad
social, generan grandes beneficios a sus trabajadores, más que los que el mismo
municipio otorga, pagan impuestos y se reinventan en las crisis. Todo ello
conlleva a no entender ese ataque permanente y constante contra quienes sostienen
la ciudad.
Parece que al alcalde
no le inculcaron el amar a Antioquia, a Medellín, que a la mayoría de los antioqueños
si lo hicieron nuestros padres, y a estos los suyos, y así sucesivamente, de
generación en generación. O se le olvido en el camino, al irse a vivir a Bogotá
y al regresar vino con el desamor que se siente allá, donde no hay sentido de
pertenencia y todo da igual. En Antioquia y Medellín, existe sentido de pertenencia,
sabemos qué es lo bueno y qué es lo malo, tenemos la llamada malicia indígena y percibimos
claramente que el rumbo que llevamos no es el adecuado.
En los años que
llevamos eligiendo alcaldes popularmente, hemos tenido gobiernos más buenos que
malos, gobernantes serios, que han respetado y trabajado por el mejoramiento de
la ciudad y sus habitantes. Se han cometido errores, pero estos se corrigen
rápidamente, nunca esperamos que ese ciclo de desarrollo y bienestar que traíamos
se interrumpiría con el actual alcalde.
No se puede afirmar
con certeza a quién o a quiénes realmente representa, se especula que a la
izquierda, que a César Gaviria, que a Petro, pero eso no se sabe, y por ende es
oscuro, y si es verdaderamente independiente o no, es un misterio para mí.
Medellín, sí nos
pertenece y ahora nos quedan tres caminos para que la ciudad retome su rumbo. El
primero de ellos es que por fin el CNE desista de dilatar y poner trabas al
proceso revocatorio y para lograr avanzar en la recolección de firmas y
consecuentemente llegar a la votación. El segundo, de no prosperar la anterior,
sería esperar un cambio de actitud del alcalde, quien es inteligente –no se
puede desconocer– y podría retomar a la concertación y respeto por la ciudad. Y
la tercera es esperar el término de su mandato, pero serian dos años y nueve
meses largos, eternos, y quién sabe en qué estado termine la ciudad y el grado
de polarización en que terminemos sus habitantes de la ciudad.
Medellín,
sí nos pertenece