Por Pedro Juan González Carvajal*
Existe una figura literaria que es
preciosa sobre todo para el desarrollo de la poesía. Se llama oxímoron y
consiste en escribir dos palabras con significados opuestos en una sola
expresión.
La “graciosa torpeza” de los recién
nacidos, el “sol negro” de la injusticia, la “luminosa oscuridad” de las
opiniones estúpidas, la “alegría triste” de un logro casi alcanzado, el “fuego
helado” del clima frío que quema las cosechas o de las pasiones desechas, la “luz
oscura” de los retardatarios y retrógradas, la “vista ciega” de la justicia que
no se aplica, el “vuelo rastrero” de quienes no ven más allá de sus narices, el
“débil mármol” de las instituciones poco
representativas, el “instante eterno” que antecede a una noticia, son, entre
muchos, ejemplos de esta figura gramatical.
En un país como el nuestro donde la
contradicción es un estado permanente y considerada natural, esta figura la
hemos empleado de manera empírica e intuitiva desde épocas inmemoriales. Ante
la imposibilidad y la falta de voluntad por alcanzar la paz, pues vivimos en un
estado permanente de “tensa calma”. Ante la falta de claridad en las posturas
que demuestran nuestros mal llamados líderes, pues reconocemos una “luz
oscura”. Y cuando nos quieren meter la mano a la boca y se ha tomado una decisión
nociva y que afecta los intereses de todos, pues hablamos de figuras como el “fracking
responsable”. Es como si adquiriéramos armas mortales marca Hello Kitty, y
consideráramos que su impacto es benigno por tener un nombre asociado a
productos para niños.
Pero eso también ocurre en el plano de
las ideas. Las ideas de un país subdesarrollado como el nuestro son pequeñas en
la mayoría de los casos, pero las consideramos como “grandes ideas”. Cuando nos
referimos a un hombre corrupto y cacique político a su vez, lo denominamos como
a un “gran hombre”. Cuando hablamos de gobiernos que restringen la libertad en
todos los órdenes, no dudamos en llamarlo como un “gobierno democrático”. Al
gobernante autoritario lo denominamos como “amigo de todos” y a las masas mal
educadas las asociamos con que “los buenos somos más”.
Ni qué decir cuando los gobiernos de
turno quieren defender posturas indefensables. La aspersión aérea con glifosato
es un peligro para la salud pública, tanto que la mayoría de los países
desarrollados impiden y prohíben la venta y utilización de este químico,
independientemente las buenas causas ‒inútiles y fracasadas causas‒
argumentadas para acabar con los cultivos ilícitos.
Pretendido ejercicio de la soberanía
con posturas genuflexas, meternos en asuntos de otros países para distraer la
atención sin concentrarnos y reconocer que tenemos grandes problemas internos
por resolver, luchas “implacables contra la corrupción”, mientras esta crece
cada día, son algunos de los casos cotidianos que nos toca observar y padecer en
Locombia.
Posturas firmes y grandilocuentes de
los gobiernos que uno sabe que cuando dicen que algo se va a hacer es porque no
se va a hacer. Recordemos el impuesto temporal del 2 por 1.000 que ya va en el
4 por 1.000 y que ya cumplió 20 años de haberse convertido en impuesto
permanente.
Que en Colombia “la ley se respeta,
pero no se cumple”, es uno de los corolarios que definen nuestra precaria
ciudadanía y que nos invita a repensarnos de un todo y por todo.
Ser tolerantes con lo nuestro, pero no
con lo de los otros, exigir privilegios a costa de los otros, no entender lo
que significan la sindéresis y la consecuencia, son algunos de los mayores
lastres con los que cargamos como pretendida sociedad.
Todo lo anterior lleva a una gran
conclusión: este grupo de humanos que somos los colombianos y que pretendemos
mirarnos como sociedad, teniendo muy lejanas las posibilidades de mirarnos y
reconocernos como sociedad política y menos como nación, con sus actuaciones y
sus omisiones, no ha permitido que nazca, crezca y se consolide la confianza,
que es el atributo prerrequisito para pretender vivir juntos dignamente y
pensar en formas de gobiernos democráticos.
¡Sin confianza no hay nada!
Y para rematar como el poeta, “me
encanta la claridad de tus ojos oscuros”.