Por José Leonardo Rincón, S. J.*
El título despista. No es que haya Cuaresma de mentiras, lo que pasa es que esta puede ser la mejor Cuaresma de nuestras vidas. Me explico. Para muchos, este tiempo litúrgico en nuestra Iglesia es un tiempo lúgubre y medio harto que corta de tajo los carnavales y desde el miércoles con ceniza en la cabeza y un color morado bastante funerario nos invita a que hay que rezar más, dar limosna y hacer ayunos y abstinencias: los viernes reemplazamos las carnes rojas, que tanto ácido úrico producen, para comer resignadamente pescados y mariscos.
Paréntesis anecdótico: recién iniciados mis estudios teológicos pasé por Bucaramanga camino a Barranca para celebrar la Semana Santa. Era viernes de dolores, es decir, el viernes previo al domingo de ramos y mi entrañable amiga Nubia Carrillo me invitó a almorzar a una pescadería reconocida en la ciudad, pero resultó estar completamente colmada de clientes. Frustrada me dijo: ¿qué hacemos? Y sin titubear le respondí: ¡Pues ir a La Puerta del Sol! Yo no vine a Bucaramanga a comer pescado, quiero cabro, pepitoria, carne oreada y una buena yuca. Entre aterrada e incrédula me dio gusto, solo que, a mitad del almuerzo, cuando me relamía con tan rica culinaria santandereana, me preguntó respetuosamente si las normas eclesiásticas habían cambiado. No entendí la pregunta. “¡Es que hoy es viernes!”, me dijo con preocupación. ¡Ah pingos, esta señorita se tiró el almuerzo! Caí en cuenta de mi delito. Pero no era hora de arrepentimientos hipócritas. Estaba dichoso del reencuentro con ella y de estar en la ciudad donde pasé feliz mis dos años de magisterio, de modo que como no me confesé de aquel pecadillo en ese momento, ahora lo hago aquí, convencido, con el Salmo 50 de que no hubo tal falla, sino que precisamente la Cuaresma es para devolver la alegría, la auténtica alegría de la salvación.
En consonancia con esto, razón tiene el evangelio de Mateo cuando dice: “Y cuando ayunen, no pongan cara triste como los hipócritas que van con el rostro demudado para que todo el mundo vea que están ayunando… tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no se entere la gente de que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo escondido. Y tú Padre, que ve lo que se hace en secreto, te lo premiará” (Cfr. 6,16-18).
O sea, la invitación es que hay que cambiar el chip. La
Cuaresma de verdad es un tiempo para estar alegres, es una temporada
privilegiada para la renovación y el cambio, para hacer ajustes y mejoras en la
dinámica de nuestras vidas. Si esa posibilidad de ser mejores seres humanos no
es motivo suficiente de sincera alegría, estamos llevados. No es, pues, tiempo
de lutos y de caras largas y aburridas. Hay que darle otro sentido a este
tiempo litúrgico. Es oportunidad de mejora, superación de esas no-conformidades
mayores y menores; permítanme la comparación, de hacer auditoría interna para optimizar
nuestra vida de modo que sea una vida de calidad. Una Cuaresma así, una Cuaresma
de verdad, vale la pena, ¿o no?