viernes, 5 de febrero de 2021

Posición sobre el aborto

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

A propósito de mi optimista artículo frente a Joe Biden, dos amigos me hicieron saber sus reservas respecto del nuevo presidente norteamericano por ofrecer su apoyo a quienes promueven el aborto, sin duda un asunto de carácter ético y moral muy delicado. Por esos días también el arzobispo de San Francisco reconvino públicamente a Nancy Pelosi, la flamante presidenta de la Cámara de Representantes, católica ella, por sus ataques a los movimientos pro-vida. Clara y directamente le dijo que no se puede ser católico y simultáneamente aprobar la legalización del aborto.

Como presbítero católico, en mi ejercicio ministerial del sacramento de la reconciliación, me he encontrado al menos con tres o cuatro casos de mujeres que en su desesperación por un embarazo no deseado recurrieron al aborto. Inconsolables, acudían al sacramento para pedir perdón a Dios por haber cometido asesinato. Dos de ellas me dijeron que muchas veces se habían confesado del crimen, pero no lograban encontrar paz y que su conciencia les reprochaba a diario haberlo hecho. Infructuosamente intenté convencerlas de que la misericordia de Dios era grande y que Él ya las había perdonado. Esta dolorosa realidad trajo a mi memoria la frase de Julio Jiménez: “Dios perdona, pero la vida no perdona”.

Mi posición es la posición oficial de nuestra Iglesia: la vida es sagrada, la vida se respeta, es el don más grande que Dios nos ha dado y Él es su único dueño. Es un valor absolutamente innegociable. El aborto es una injusta decisión frente a la vida que surge. Para mí resulta no solo contrastante sino también escandaloso un contexto bastante generalizado que exacerba la protección de los animales y con esa misma fuerza alienta el asesinato del feto en formación. Es un exabrupto que sigo sin entender. Se llora por el maltrato a un jumento porque se le obliga a trabajos forzados, al perrito porque se le hace daño o al toro porque se le sacrifica en una corrida, dolores que comparto, pero incoherentemente no se inmutan al marchar reclamando el derecho a hacer con su cuerpo lo que se les dé la gana. Pareciera que quienes esto promueven es porque o están aburridos con la vida o tienen una autoestima muy baja.

Sinceramente no entiendo cómo puede haber mujeres defendiendo esta causa, haciéndole el juego al machismo egoísta que se satisface preñándolas irresponsablemente para luego evadir su compromiso exigiéndoles abortar. Olvidan que su cuerpo es sagrado y debe respetarse pues su seno fue diseñado para ser sagrario de la vida a plenitud. Arguyen que la causa está en las agendas feminista y de equidad de género. Juran que es una conquista para los derechos sexuales y reproductivos, pero olvidan que el problema de fondo es una auténtica educación de la afectividad, un tema que va mucho más allá de la educación sexual. No saben lo que dicen y menos lo que hacen. ¿Les hubiera gustado que sus propias madres las abortaran?

No somos los dueños de la vida y por eso condenamos las masacres y las guerras, la pena de muerte y la eugenesia camuflada detrás de una pandemia que arrasa con los ancianos y los enfermos cargados de comorbilidades, así como también la pobreza que mata a millones por el hambre.

No puedo, en conciencia, apoyar la causa abortista. Creo que estamos fuera de foco cuando creemos que es un gran logro tener una vida sexual desordenada e irresponsable. No es truncando vidas como somos mejores seres humanos. La educación en la familia y en la escuela tiene una tarea ineludible y apremiante enseñándonos desde pequeños a manejar nuestra afectividad, nuestra sexualidad y nuestra genitalidad, tres asuntos íntimamente relacionados pero que no son exactamente lo mismo. Tampoco creo en los discursos simplistas que exhortan a la continencia y al aguante, como si la represa no estuviera a punto de desbordarse, olvidando ingenuamente que el instinto calenturiento anula en minutos los discursos floridos y mojigatos.

Frente ante tan candente tema como humanidad tenemos un reto enorme pues los discursos extremistas de lado y lado resultan simplistas y definitivamente dañinos. No es cuestión solamente académica, o política, o religiosa, o de género. La vida hay que tomársela en serio. La vida es para vivirla. La vida no es fácil, pero vale la pena. Por favor: ¡vivan y dejen vivir!