Por John Marulanda*
En medio de la
pandemia, somos peones de la guerra de
la gran prensa tarifada y “Big Techs” con sicopoder incontrolable, en donde la
verdad se fragmenta y refunde en macro y micro intereses económicos y
políticos, y la razón se obnubila en el torbellino de la pasión ideológica.
Pero otra realidad concreta, dura y preocupante ronda en estos albores del
2021.
Submarinos y portaaviones
Hace pocos días, entraron al
mar Rojo dos submarinos nucleares de Estados Unidos e Israel, mientras
bombarderos B-52 escoltados por cazas sauditas sobrevolaron el golfo Pérsico y
el portaaviones nuclear Nimitz con su grupo de choque, con rumbo hacia Taiwán,
fue devuelto a vigilar los mares Rojo y Arábigo, y los golfos Pérsico y de Omán. Este despliegue aeronaval es una advertencia a Irán que continúa
escalando su chantaje nuclear. Y esa teocracia revolucionaria iraní tiene al
otro lado del mundo, cerca de US, una excelente plataforma de operaciones:
Venezuela.
A menos de tres horas
de vuelo de Irán, en la franja de Gaza, 12 diferentes organizaciones
terroristas realizaron por primera vez un ejercicio militar conjunto. Durante
12 horas se prepararon para enfrentar a Israel, al tiempo que enviaron al mundo
musulmán extremista, un mensaje de solidaridad, coordinación y unión. Fuera de
ese Oriente Medio, Hezbolá tiene como principal centro operacional extracontinental
a Venezuela.
También por estos días, dos destructores norteamericanos de misiles guiados transitaron por el
estrecho de Taiwán, en lo que China consideró una “provocación” contra su “soberanía nacional” e “integridad territorial” reaccionando además con sobrevuelo de sus aviones de guerra y
patrullajes de vigilancia de su flota. El Ejército Popular de Liberación chino
ha realizado tres gigantescos ejercicios aeronavales, proclamando soberanía
sobre las islas Paracel, que también son reclamadas por Taiwán y Vietnam. En
Venezuela, Pekín dota de aviones cazas, carros anfibios, misiles antibuques,
blindados para el combate urbano, radares y satélites a las fuerzas armadas
bolivarianas.
Incendios y piedras
Mientras el Pentágono
y sus aliados mueven bombarderos, portaviones y submarinos nucleares al Oriente
Medio y al Pacífico —el poder está en el control del mar—, en tierra, en casa,
las cosas no marchan tan bien como quisiéramos. Aunque una cosa es Washington y
otra Guatemala, la turba que invadió el Congreso en DC, no se compara con la
acción similar en el edificio del Congreso guatemalteco, cuando el pasado
noviembre enardecidos revoltosos cansados de la corrupción y el cinismo de sus
congresistas, incendiaron las instalaciones legislativas. En Venezuela, en
Miraflores, un camarero con 19 años de servicio directo a la presidencia fue
capturado con 20 gramos de explosivo C4, “11 detonadores no eléctricos; 2
detonadores engargolados y una mecha de seguridad de un metro 62cm”,
informó un medio progubernamental. El optimismo, muy escurrido por estos días, nos
hace pensar si esto es otro montaje para justificar una purga en las
debilitadas filas castrenses o si es una luz de esperanza. En Chile la
violencia urbana no cesa y las etnias mapuches, entrenadas por las FARC,
remedan las “repúblicas independientes” colombianas. Y el narcotráfico
permanece en apogeo en toda la región.
La protesta social
está a flor de piel a lo largo del continente, amainada forzosamente por la
pandemia, pero presta a brotar a la mínima oportunidad, aunque el virus puede
llevarnos a un agotamiento tal, que no nos queden fuerzas sino para sobrevivir.
Si la mayoría de los analistas coinciden en que el más grande perdedor con la
pandemia será el Oriente Medio, no hay ninguna duda que el segundo lugar lo
ocupará Latinoamérica. Ahora que llega Biden, que dicen recompondrá las
relaciones con China, Rusia e Irán y es probable que se consolide el poder de
facto del madurismo, con el apoyo de Beijing, Moscú y Teherán quienes, a
pesar de la pandemia, siguen con sus juegos duros militares en los mares del
mundo.