Por José Alvear Sanín*
Cuando contemplo la actual situación del país,
no puedo dejar de recordar la historia del ingeniero encargado de la
construcción de un rascacielos. Era un profesional competente, próspero,
satisfecho, calmado, optimista, enemigo de juicios apresurados. Sin embargo,
descuidaba, como buen colombiano, detallitos para la prevención de riesgos,
instalación de barreras, talanqueras y otras defensas frente a peligros, según
él, remotos, y que por tanto podrían aplazarse.
Inspeccionando un piso muy elevado cayó al vacío,
por falta de alguna baranda necesaria. Como era dado a no dejarse llevar de
primeras impresiones, al pasar por el piso 40 observó:
— ¡Hasta aquí no me ha pasado nada!
Con algún eco de Rubén Darío continúo: ¿No comprendes,
amigo lector, la historia que te he contado del ingeniero que cayó al abismo?
El ingeniero es la clase dirigente de un país
que todavía no ha terminado de construir su democracia, pero donde se han
descuidado todas las barreras necesarias para conservarla, y por tanto ha
dejado de ser gobernable: todos los poderes han sido usurpados por una
judicatura cooptada por los enemigos del derecho; de la educación se han
apoderado los oponentes de la cultura; la legislación depende de los más
ignaros cuando no de los más violentos; el campo solo produce dinero para los
sembradores de veneno; los medios de comunicación sirven a la desinformación y
los gobiernos locales son ejercidos por locos y por aprendices de brujo.
Y el suelo donde se va a estrellar, dentro de
poco, el optimista e imprudente ingeniero, está formado en su mayor parte por
una población depauperada, a la que demagogos y vendedores de ilusiones ofrecen
promesas electoralmente invencibles: renta básica universal; entrega a los
inquilinos de las viviendas arrendadas, por el avalúo catastral; cohabitación
con quienes tengan más de 65 m2; rebaja de los servicios
domiciliarios; repartición de las tierras cultivadas y la construcción del
puente en el pueblo sin río… ¡y el río también!
Y a ese país, descuadernado hasta el fondo, le
recetan más despilfarro público, más endeudamiento, más impuestos…
Y faltando unos pocos meses, la elite —pública
y privada— se divierte con la vanidosa figuración política, los pingües
contratos, la suculenta nómina, la molicie diplomática, sin que falten el
amiguismo y el cvy…
Y mientras la subversión avanza siguiendo un
plan estratégico bien articulado y financiado, la oronda y gárrula dirigencia
se divide y subdivide detrás de vanas candidaturas y de ambiciones
cortoplacistas, con la sólida tranquilidad de que “aquí no pasa nada”.
***
No es la primera vez que recuerdo al lector
amigo la explicación perfecta de la caída en el abismo de la República de
Weimar. A Ernst Kaltenbrunner, en el Juicio de Nuremberg se le preguntó cómo
había sido posible que un gran país culto, como Alemania, hubiese terminado en
manos de una pandilla de facinerosos, a lo que el lugarteniente de Hitler
respondió que mientras el gobierno debía atender la crisis económica, el
desempleo masivo, las reparaciones aplastantes de guerra, la hiperinflación, el
desorden público y los mil y un problemas diarios, desde la salud y la
educación hasta la policía y las obras públicas, ellos solo debían ocuparse de un asunto:
¡Cómo apoderarse del gobierno!
***
Dejando de lado tantos aspectos interesantes
del análisis de Alexis de Tocqueville en El
antiguo régimen y la revolución (1857), que valdría reseñar, cito:
Pero la Revolución Francesa, habiendo sido abolidas las
leyes religiosas al mismo tiempo que destruidas las civiles, el espíritu humano
perdió por completo los estribos, ya no supo con qué contenerse ni dónde
pararse, y aparecieron revolucionarios de una especie desconocida, que llevaron
su audacia hasta la locura, a quienes ninguna novedad parecía sorprender ni
ningún escrúpulo moderar, que no vacilaron nunca en la ejecución de un
designio. Y no creamos que esos nuevos seres fueron creación aislada y efímera
de un momento determinado, destinados a pasar con este, sino que forman desde
entonces una raza que se ha perpetuado y extendido por todas las partes
civilizadas de la Tierra, que en todas ellas ha conservado la misma fisonomía,
las mismas pasiones, el mismo carácter. Nuestra generación se ha tropezado con
ella al nacer y todavía la tenemos ante nosotros.
***
Juez y
parte — Ante el incumplimiento de las FARC en relación
con la entrega de bienes (uno de sus trece compromisos no respetados), el
gobierno somete el asunto a la JEP, ¡organismo parajudicial de las FARC!
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El Decreto que reglamenta el derecho a la protesta,
que acaba de expedirse, socava el orden público, con la autorización
irrestricta de la protesta y la interdicción de la respuesta eficaz por parte
de una policía obligatoriamente inerme frente al motín que se estimula.