viernes, 15 de enero de 2021

Humanidad agobiada y doliente

José Leonardo Rincón Contreras
Por José Leonardo Rincón, S. J.*

Recitábamos hace pocas semanas en la novena de navidad esta tradicional frase y no le faltaba razón a la madre María Ignacia, a quien le atribuyen su redacción, para describir mejor la actual situación de los seres humanos. Claro, al tiempo me parece escuchar al fondo otros gritos parecidos: a Rafael Pombo en el Gato Guardián: “gobiernos dignos y timoratos, donde haya queso, no mandéis gatos”, al Tribuno del pueblo, José Acevedo y Gómez el 20 de julio: Si dejais perder estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como sediciosos; ved los grillos, los calabozos y las cadenas que os esperan”; a Policarpa Salavarrieta: “¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad!” y al mismísimo Jesús de Nazaret: “Padre, ¡perdónalos porque no saben lo que hacen!”.

No es una simple colección de citas. Tras ellas, repito, un poco de nuestra condición y de lo que somos y merecemos. No gratuitamente estamos agobiados y sufrimos dolores profundos, si hay corrupción es porque lo hemos permitido con nuestro silencio cómplice, si de verdad supiéramos el valor de la libertad y la autonomía, no seríamos tan obsecuentes y arrodillados; si hubiera respeto y aprecio sincero por la vida, no haríamos lo que estamos haciendo para auto-exterminarnos. Somos, como se dice en el libro del Éxodo, “un pueblo de dura cerviz”. Hasta el humorista chileno Hebert Castro nos lo decía: “se le dijo, se le advirtió, se le recomendó… no hizo caso y…” ¡Que Dios nos perdone!

Es increíble el espectáculo al que estamos asistiendo: desolación y muerte por contagios masivos de covid-19 después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo. UCIs repletas, nuevos encierros y cuarentenas. Otra vez la misma historia. Nos lo habían dicho, nos lo habían advertido y recomendado. No hicimos caso, nos volvimos a sentir fuertes y poderosos y ahí tenemos las consecuencias y los resultados. No aprendemos, somos tercos y contumaces. De verdad, pareciera que queremos auto-destruirnos.

En otras latitudes se aprueba el aborto como la gran conquista de la libertad femenina. Estamos tan mal, somos tan paradójicos, por no decir contradictorios, que se penaliza el maltrato animal pero se aprueba el asesinato de un ser indefenso que se gesta como ser humano. Cuando como sacerdote he tenido que atender a mujeres que han abortado y cargan después con lastres de culpabilidad infinita por haberlo hecho, no entiendo qué de femenino y reivindicatorio hay con esa “conquista”. Con perdón del magisterio eclesial, preferíria mil veces los métodos anticonceptivos antes que frustrar una sola vida humana. Más aún, más de fondo, lamento en el alma que no haya una oportuna educación afectiva y sexual en las familias y en la escuela.

Creo que lo que nos pasa y sucede, nos lo hemos buscado. Hemos sembrado vientos, estamos cosechando tempestades. Así lo hemos querido, así lo hemos permitido. Sabemos que vamos hacia el abismo y seguimos marchando con paso firme. ¡Increíble!