Por José Alvear Sanín
Considerando la elección presidencial dentro de
18 meses, los colombianos se debaten entre la desesperanza y la resignación. Al
tenor de las encuestas y por percepción directa, pocos dudan de que los dos que
se enfrentarán en la segunda vuelta serán, el uno, pésimo y el otro, aun peor.
El pésimo continuaría la transición, y con el otro llegaría la república
castrista.
En medio de esta angustiosa espera, a mediados
de diciembre apareció un artículo de Néstor Humberto Martínez, que fue
ampliamente leído por su mensaje consolador. El brillante jurista, político y
fiscal aseguraba que ni Petro ni Fajardo serían candidatos en 2022.
Del primero dice que tiene que responder ante
los jueces penales por hechos muy sospechosos, y del segundo, que debe
enfrentar investigaciones de la Contraloría General de la República, por su irresponsable
participación en las determinaciones que causaron el desastre constructivo y
financiero de Hidroituango.
Nada más tonificante que ver despejado el
porvenir, porque ambos personajes son funestos, y el país, en manos del uno o
del otro, iría inevitablemente al abismo. Pero por desgracia, el pronóstico de Néstor
Humberto no pasa de ser wishfull thinking.
La mayor parte de los colombianos agradecen esa inocentada que ha hecho menos
lúgubres las Navidades, pero el exfiscal simplemente piensa con el deseo.
Mientras Petro disfrute de inmunidad judicial,
que lo ampara frente a sindicaciones penales y malversación de fondos públicos,
será candidato. No será fácil derrotar a quien prometa, a la salida de la
pandemia, además, renta básica universal, rebaja en los servicios
domiciliarios, compartir las viviendas de más de 65 m2 con extraños,
la expropiación de las viviendas arrendadas para financiarlas a los inquilinos
por el precio catastral, y todo lo demás que salga de la febril minerva
demagógica…
En lo que dice a Fajardo, al resto del país no
le interesan detalles de la actuación de un mediocre alcalde de Medellín, de
tal manera que el exdocente puede seguir posando de matemático y de buen mozo,
sin expresar nada concreto, siguiendo la exitosa fórmula vacía del inmortal e
inútil Pacheco retratado por Eça de Queiroz.
Antes de que aparecieran los antibióticos, la
escogencia entre dos enfermedades venéreas era bien difícil, porque ambas se
eternizaban con los peores efectos. En política, por desgracia, no hay
antibióticos, de manera que entre Petro y Fajardo es como escoger entre dos
males muy similares.
Lo trágico es que los políticos saben que el
acomodo con Fajardo es bien fácil; pero que con Petro también será posible… Por
eso, en vez de unirse para conjurar el peligro supremo en la vida nacional,
surgen diariamente candidaturas presidenciales absurdas, para fragmentar y
parcelar la votación democrática.
Aparte del narcisismo y la vitrina, ¿qué buscan
los “candidotes”, distinto de un puñado de votos para negociar cuotas de poder
y para poder así soñar con estar en el partidor del año 2026?
Nadie quiere recordar cómo Hitler en 1932 y
Allende en 1970 se montaron sobre solemnes promesas de cumplir la Constitución,
burlándose a los pocos días de todas ellas para establecer sus funestas
dictaduras.
Como así habrá de ocurrir con Petro, no se
entiende que un país entretenido siga patinando por el plano inclinado que
conduce al precipicio, en vez de exigir responsabilidad a un establecimiento
político que siguiendo tristes juegos será barrido, si se resigna desde ahora a
la derrota del 22, pensado que será provisional y reversible.
***
Celebro vivamente la expulsión de dos
“diplomáticos” rusos, después de dos años de seguimiento, porque finalmente el
gobierno colombiano toma cartas en el asunto del espionaje. En la Embajada de Castro,
en Bogotá, con varias docenas de funcionarios que monitorean a millares de
cubanos que escudriñan todos los rincones de nuestro país, deben estar
temblando…
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¡Reconstrucción o catástrofe!