Por José Alvear Sanín*
Antonio Caponetto, agudo escritor argentino,
nos da cuenta de la situación originada por el creciente “terrorismo mapuche
y la usurpación de tierras rurales, que obedecen al común denominador del
recurso a la violencia, perfectamente pensada, planificada y ejecutada por distintas
agrupaciones de izquierda, que llevan a cabo así la llamada guerra social en
favor de los pobres”.
Pero no son estos —advierte— “quienes se
dedican al latrocinio y a las actividades terroristas, sino un lumpen rentado y
subsidiado expresamente para provocar la anarquía como programa ideológico”.
A diferencia de lo que sucede especialmente en
el Cauca de las mingas, las invasiones y las quemas, en Argentina es notoria la
afinidad de los promotores de esas acciones con el gobierno de ambos Fernández.
En cambio, “la falta absoluta de frenos, castigos o legítimas represiones
por parte del poder ejecutivo y el poder judicial”, también se presenta en
Colombia.
Lo más preocupante es que, el principal
dirigente de esos desmanes, que da a conocer “con orgullo a través de las
redes sociales”, es Juan Grabois, ciudadano argentino, asesor del Consejo
Pontificio de Justicia y Paz, frecuente visitante de Roma, donde disfruta
públicamente “de la amistad, aquiescencia y simpatía” del papa. Este,
además, en reciente encíclica encomia los “movimientos sociales y populares”,
como los de Grabois, que operan bajo iguales líneas en muchos países, sobre
todo en América Latina. (https://adelantelafe.com/bergoglio-y-la-guerra-social/)
Desde luego, el resultado del plebiscito
chileno a favor de una constituyente gárrula, para la elaboración de una Carta
populista y disociadora, se traducirá en incremento de la acción del terrorismo
mapuche, que desde hace años viene afectando a ambas naciones australes.
El retorno de Morales al poder, en Bolivia, y
la persistencia de movimientos indigenistas teleguiados por la más extrema de
las izquierdas, en Ecuador, Brasil y Colombia, constituye una amenaza
continental, porque la integración, conveniente y necesaria para los pueblos
ancestrales, no solo se ha detenido sino que ha sido sustituida por la
segregación de esas poblaciones, agrupadas en ghettos y bajo tiranías rapaces y absolutistas, dueñas de la vida y
el pensamiento de esas gentes en inmensos territorios. El odio que se les
infunde se convierte en factor de desestabilización permanente, capitalizado
por los peores movimientos revolucionarios.
En el excelente blog de la Alianza para la
Reconstrucción de Colombia https://alianzareconstruccioncolombia.org/,
aparece un amplio reportaje, “El
CRIC y las mingas proFarc, ¿qué hay detrás de las marchas indígenas?”, en
el cual, dos valientes jóvenes de un resguardo denuncian la ausencia de
libertad política e intelectual en esas comunidades, sometidas a caciques,
mamos y chamanes, por medio del terror que infunden las tales guardias indígenas.
Por indiferencia, ignorancia y pusilanimidad,
hasta ahora ningún gobierno ni grupo político toma la bandera para exigir la
liberación de los excolombianos en que han convertido a los pueblos
ancestrales.
El radical y violento enfrentamiento entre
etnias y concepciones culturales del mundo lleva a los países a situaciones
insostenibles, como vemos en el Viejo Continente. En los últimos 30 años, cerca
de 40 millones de niños europeos han sido abortados. Ese enorme hueco
demográfico se ha colmado con una inmigración que ha producido comunidades
cerradas, que odian las gentes y la civilización de los países donde se
asientan, con las consecuencias de todos conocidas.
De igual manera, el apartheid de los indígenas nos llevará a confrontaciones parecidas,
por la actuación de grupos automarginados y fanatizados contra el resto de la
población, por lo menos hasta que triunfe la revolución, pero esta no traerá
para esos pueblos lo que los agitadores les han prometido, porque también los
integrará violentamente dentro de un “nuevo orden”, aterrador para todos.
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