miércoles, 4 de noviembre de 2020

Si por allá llueve...

José Alvear Sanín
Por José Alvear Sanín*

Antonio Caponetto, agudo escritor argentino, nos da cuenta de la situación originada por el creciente “terrorismo mapuche y la usurpación de tierras rurales, que obedecen al común denominador del recurso a la violencia, perfectamente pensada, planificada y ejecutada por distintas agrupaciones de izquierda, que llevan a cabo así la llamada guerra social en favor de los pobres”.

Pero no son estos —advierte— “quienes se dedican al latrocinio y a las actividades terroristas, sino un lumpen rentado y subsidiado expresamente para provocar la anarquía como programa ideológico”.

A diferencia de lo que sucede especialmente en el Cauca de las mingas, las invasiones y las quemas, en Argentina es notoria la afinidad de los promotores de esas acciones con el gobierno de ambos Fernández. En cambio, “la falta absoluta de frenos, castigos o legítimas represiones por parte del poder ejecutivo y el poder judicial”, también se presenta en Colombia.

Lo más preocupante es que, el principal dirigente de esos desmanes, que da a conocer “con orgullo a través de las redes sociales”, es Juan Grabois, ciudadano argentino, asesor del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, frecuente visitante de Roma, donde disfruta públicamente “de la amistad, aquiescencia y simpatía” del papa. Este, además, en reciente encíclica encomia los “movimientos sociales y populares”, como los de Grabois, que operan bajo iguales líneas en muchos países, sobre todo en América Latina. (https://adelantelafe.com/bergoglio-y-la-guerra-social/)

Desde luego, el resultado del plebiscito chileno a favor de una constituyente gárrula, para la elaboración de una Carta populista y disociadora, se traducirá en incremento de la acción del terrorismo mapuche, que desde hace años viene afectando a ambas naciones australes.

El retorno de Morales al poder, en Bolivia, y la persistencia de movimientos indigenistas teleguiados por la más extrema de las izquierdas, en Ecuador, Brasil y Colombia, constituye una amenaza continental, porque la integración, conveniente y necesaria para los pueblos ancestrales, no solo se ha detenido sino que ha sido sustituida por la segregación de esas poblaciones, agrupadas en ghettos y bajo tiranías rapaces y absolutistas, dueñas de la vida y el pensamiento de esas gentes en inmensos territorios. El odio que se les infunde se convierte en factor de desestabilización permanente, capitalizado por los peores movimientos revolucionarios.

En el excelente blog de la Alianza para la Reconstrucción de Colombia https://alianzareconstruccioncolombia.org/, aparece un amplio reportaje, El CRIC y las mingas proFarc, ¿qué hay detrás de las marchas indígenas?”, en el cual, dos valientes jóvenes de un resguardo denuncian la ausencia de libertad política e intelectual en esas comunidades, sometidas a caciques, mamos y chamanes, por medio del terror que infunden las tales guardias indígenas.

Por indiferencia, ignorancia y pusilanimidad, hasta ahora ningún gobierno ni grupo político toma la bandera para exigir la liberación de los excolombianos en que han convertido a los pueblos ancestrales.

El radical y violento enfrentamiento entre etnias y concepciones culturales del mundo lleva a los países a situaciones insostenibles, como vemos en el Viejo Continente. En los últimos 30 años, cerca de 40 millones de niños europeos han sido abortados. Ese enorme hueco demográfico se ha colmado con una inmigración que ha producido comunidades cerradas, que odian las gentes y la civilización de los países donde se asientan, con las consecuencias de todos conocidas.

De igual manera, el apartheid de los indígenas nos llevará a confrontaciones parecidas, por la actuación de grupos automarginados y fanatizados contra el resto de la población, por lo menos hasta que triunfe la revolución, pero esta no traerá para esos pueblos lo que los agitadores les han prometido, porque también los integrará violentamente dentro de un “nuevo orden”, aterrador para todos.

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