Por John Marulanda*
El método marxista
leninista ha sido el mismo desde hace 100 años. Aprovechar o crear
inestabilidad, desorden, para que la urgencia básica de seguridad lleve a la
comunidad a pedir a gritos un ordenador, que suele ser uno con un discurso
sencillo, lógico y vendible: tenemos guerra, yo les traigo la paz. Y con
antecedentes que lo hacen creíble (exmilitar, exministro de defensa, exterrorista).
La segunda parte del proceso es más dramática, pues se basa en la relación
alimentación ‒lealtad al partido Estado y a su camarilla‒. Las prioridades se
alternan ahora, urgen los ácidos gastrointestinales por sobre la amígdala
cerebelosa. Esta dinámica, suficientemente documentada en la historia, es
cruelmente pavloviana y los primeros en caer son los intelectuales e
intelectualoides que justifican ante la comunidad el apoyo a la dictadura
nazista, estaliniana, comunista o castrochavista. Son los seducidos de los que
habla el suicida Münzenberg.
Colombia ha sufrido
menos de hambre que de inseguridad, que está reapareciendo. Venezuela no
experimentó ninguna de las dos, por lo menos en el último siglo y ahora
sobrelleva ambas. Pero la imprevista pandemia está unificando en un solo
escenario binacional el desempleo, la pobreza, el hambre, la inseguridad y la
violencia. En Venezuela, el levantamiento por falta de comida, combustible y
energía revienta en cada esquina. “Estoy sin gas, sin agua, ahora viene el racionamiento de luz, sin gasolina
(...) Salimos a protestar para desahogar esa rabia que tenemos dentro”, dice un entrevistado. “Se produjeron más de 4.000 protestas durante el
primer semestre de 2020, la mayoría en reclamo de derechos básicos como
alimentación o mejoras de servicios públicos. Las revueltas han dejado más de
un centenar de detenidos, decenas de heridos y cuatro fallecidos”, dice el
Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS).
El país que
malgobierna Maduro, está a punto de caramelo. El caradura y su comparsa ya no
están tan seguro de que Moscú y Pekín les den su apoyo irrestricto y la probabilidad
de enfrentar un juicio por violación de los derechos humanos es cada vez más
real, a menos que se logre una negociación antes de que haya un estallido
social mayor e incontrolable o que agentes extranjeros los arresten. En las
actuales circunstancias de nada sirven sus misiles.
Con la presencia
cotidiana de hambreadas y errabundas familias venezolanas, es muy difícil que
los colombianos compren el paraíso del socialismo del siglo 21, ante lo cual
solamente la desestabilización del país podría llevarnos a aceptar la oferta
comunista salvadora. A esa desestabilización le apuntan el Foro de Sao Paulo,
Miraflores y sus brazos Sebim, Dgicm, las FARC, el ELN y Cuba. El narcotráfico
financia esta intentona, cuatro años después de la ahora deshilachada confección
Santos – Cuba - Farc.
Curtidos en violencia,
sin embargo, los colombianos si percibieran una fuerza pública débil y unas
organizaciones narcoterroristas en crecimiento, pueden saltar fácilmente a la
autodefensa. El caso Ordoñez, muerto en un mal empleo de la fuerza policial,
logró colocar la institución en el foco de interés de la izquierda y de los
politiqueros oportunistas. Esta institución, de naturaleza flexible, adaptable
y versátil, soportará este nuevo intento para su politización. El ejército es
otro cantar. La institución bicentenaria ha sido durante dos décadas la de
mayor confiabilidad en el país, aunque algunos poderosos medios han logrado
mellar un poco su imagen pública y confundir a muchos de sus miembros. El caso
Juliana, muerta accidentalmente en un retén militar, es un buen ejemplo de
esto.
El asunto es regional.
Sin partidos políticos, sin justicia mínimamente creíble, con severas crisis
económicas y unas fuerzas públicas cuestionadas, ambos países están entrando a
una zona de turbulencia severa que los sumirá en un desastre o que los sacará a
un aire limpio, solo si los militares venezolanos recuperan su papel histórico
y los militares colombianos mantienen su posición de honor y no permiten que
ningún padrino los manipule.
Entre Bogotá y Caracas
se está formando una tormenta tropical que ya ha desatado algunos flatos
bolivarianos. Esta temporada de huracanes en el Caribe se puede extender hasta
diciembre e inclusive, según nuestros meteorólogos políticos, podría ir hasta
abril del 21.