Por José Alvear Sanín*
La extrema izquierda, cada vez más enardecida,
viene exigiendo al gobierno el inicio de su “reforma agraria integral”; y como
Timo y Santos, en reciente e impúdico contubernio la reclaman, es urgente
llamar la atención, porque detrás de esa seductora falacia llegarán la
violencia, la hambruna y el derrumbe de la democracia.
La reforma agraria de corte marxista-leninista
arranca con la repartición de la tierra productiva, para que los campesinos,
agradecidos, se conviertan en partidarios de la revolución. Consolidada esta,
se procede a la segunda etapa, la eliminación de los nuevos propietarios para
colectivizar la agricultura, dogma no negociable en la ideología comunista
clásica.
Como a todos duele la miseria y pobreza de
tantos campesinos, la reforma agraria se convierte en una idea popular, en un
mito político obsesivo como camino hacia una sociedad justa; y mientras menos
se sabe de economía agraria —rama de las más difíciles—, con mayor vehemencia
se propende por el cambio del modelo rural, para llegar a algo así como un
idílico país de pequeños y poco productivos propietarios, sin detenerse a
pensar en la posibilidad de que existan otras formas de organización de la
producción del campo más capaces de hacer justicia social, desarrollo económico
y bienestar colectivo.
Tratando de estos temas hay que tener en cuenta
que ni en Colombia predomina el latifundio, ni este siempre es repudiable,
porque grandes extensiones incultas preservan la naturaleza prístina. En
realidad, desde un punto de vista ecológico, mientras más tierras se conserven
intactas, más se protege la biodiversidad.
La agricultura moderna logra en menor extensión
resultados asombrosos en lo que dice a producción y productividad, pero en
nuestro país sigue vigente el espejismo de la ampliación indefinida de la
frontera agrícola.
Ahora bien, se requiere con urgencia máxima una
reforma agraria tecnológica, ecológica, capital-intensiva, con empleo digno y
volcada hacia la exportación, en lugar de la regresiva e improductiva de Timo y
Santos, porque nuestra realidad agrícola es vergonzosa. Según el DANE, en 2015
importábamos 11.4 millones de toneladas de alimentos, y para 2020 se prevé la
llegada de 14.4 millones de toneladas.
Lo anterior significa que importamos casi el
30% de los 39 millones de toneladas que consumimos cada año.
Un buen futuro depende de la creación de una
gran agricultura moderna, que nos convierta en crecientes y voluminosos
exportadores de alimentos, en vez de volvernos inmensos importadores de
millones y millones de escuálidas cajas clap, como en Venezuela, donde ya
disfrutan de la economía agraria castro-chavista.
En realidad, rechazar el modelo petrista de un
país sin petróleo, dependiente de la monoexportación de cocaína y de algunos
aguacates, será el tema crucial en las elecciones de 2022.
Por la importancia del asunto, me extraña
el silencio en torno a las declaraciones del ministro de Agricultura, Rodolfo
Zea, a la revista Dinero, el pasado 8
de junio, en las que descartó reforma agrícola en el término del período
presidencial.
Esa es una noticia de fundamental importancia.
Hay que rodear al gobierno para que no ceda nada ante la implacable ofensiva
farc-santista, porque ellos exigen que cuando pase la pandemia se inicie la
“implementación” de la reforma agraria del AF, con inmensas partidas
presupuestales, de imposible cumplimiento, además, no solo por la penuria
fiscal, sino por su naturaleza letal y tóxica, que convertiría el gobierno del
doctor Duque en el de “la transición”. De ese acto de resistencia depende en
buena parte la supervivencia de nuestra muy amenazada democracia.
***
Si la periodista (y abogada) María Isabel Rueda
(El Tiempo, agosto 16/ 2020), leyó en
realidad las 1.554 páginas del auto más extenso de la historia, ¿por qué se
limita a criticar apenas tres o cuatro frases donde encuentra fallas estilísticas,
en vez de informarnos sobre la multitud de prevaricatos, abusos y fraudes
procesales de ese arbitrario pronunciamiento?
Ante tantos fallos judiciales, informes y
columnas en los medios y actuaciones oficiales, que se suponen imparciales,
equilibrados y neutrales, recuerdo que alguna vez, durante la guerra,
preguntaron a Churchill sobre la neutralidad de Irlanda y el repreguntó:
¿Neutral contra quién?
¡Aquí hay demasiada neutralidad!
***
¡Pinturita resultó más dañino que un mico en un
pesebre…!