José Leonardo Rincón, S. J.*
Siendo secretario general de la CIEC, la entidad que agremia las redes de educación católica de America, tuve la fortuna de ir al Líbano, a comienzos de esta década, pues allí se realizó una Asamblea de la OIEC, organización que congrega las redes continentales. Fue una experiencia tan bella como inolvidable. A propósito de las impactantes imágenes de la nueva tragedia que vivieron allí esta semana, les comparto algunos recuerdos.
Beirut ha estado presente en mi conciencia desde niño. Las noticias que llegaban de allí eran siempre desoladoras pues el país se encontraba en guerra y el panorama era de edificios en ruinas por los bombardeos. La colonia libanesa en nuestro país ha sido numerosa desde hace mucho tiempo, originada en muchos casos como consecuencia de la necesidad de refugiarse para poder sobrevivir. La verdad, cuando estuve allí no me sentí extraño pues esta convivencia ha marcado mutuos influjos.
La ciudad que conocí había sido totalmente reconstruida. Moderna y hermosa, conservaba adrede en el centro de la ciudad una de esas ruinas de la guerra para hacer constante memoria de la espantosa tragedia vivida. Había ya paz, pero se respiraba tensa calma. A muy pocos kilómetros al oriente estaba al acecho Siria que ahora vive su propia guerra y al sur, muy cerca, Israel, un país con quien no hay buenas relaciones. Ese próximo oriente, pero también el medio, es un polvorín, como el que estalló en el puerto. Todos son árabes, casi todos musulmanes, pero hay cristianos y judíos. Les toca vivir juntos, pero no se quieren, hay recelos y odios ancestrales.
Preciso el día de la explosión vimos en casa una extraordinaria película
en Netflix, “El insulto”, que
evidencia los tiempos de la reconstrucción del país, pero todavía con las
heridas abiertas y sangrantes. Comentábamos que cualquier parecido con nuestra
realidad es una coincidencia de la que debemos aprender. Me hizo recordar las
caminatas por el centro de la urbe: de esta calle para acá somos cristianos, de
para allá son musulmanes. Los primeros, ricos, fueron mayoría, pero ahora son
solo el 40%, ahora lo son los segundos que tienen familias numerosas y más
pobres. La deslumbrante mezquita azul colinda con la catedral católica, pero al
construirla una de sus almenas sobrepasa al templo en 10 centímetros, asunto
que estaba siendo remediado alzando la torre lo que le faltaba. Ninguna puede
ser más alta, condición de igualdad y respeto. Estuve en abril y esperaban en
septiembre a Benedicto XVI para que la inaugurara, cosa que efectivamente
sucedió. Sobre un cerro cercano, un santuario mariano entona cánticos y rezos a
modo de rosario, oh sorpresa, es musulman. Aprendo entonces que Myriam (Maria,
la madre de Jesús) es venerada por ellos como madre del profeta. Camino al
Colegio de La Salle, donde tuvimos una merienda, observo que en la nomenclatura
de las casas se expresa abiertamente su confesionalidad religiosa.
En el restaurante donde nos ofrecen una opípara cena, nos sentamos alrededor de una mesa en la que no hay espacio para los propios platos, porque está desbordada con al menos 25 platos distintos y a cuál más sabrosos, para compartir con todos. La comida libanesa es exquisita, abundante y muy saludable. Al fondo suena la música y de pronto, otra sorpresa, canta nuestra famosa Shakira, allí muy admirada. Recuerdo entonces que su apellido es de ahí. El tour tiene otra sorpresa: quien lo coordina es la embajadora colombiana, nueva sorpresa.
Pero lo más impactante fue ir a la eucaristía dominical en rito maronita, presidida por el Patriarca, Boutros Bechara. No pudimos concelebrarla por las estrictas medidas de seguridad. El Patriarca es un personaje nacional de primera línea y su vida está en constante amenaza. Corpulentos soldados del ejército libanés lo custodian a lado y lado del altar y no se le despegan al momento de repartir la comunión apuntando con sus armas. Lo visitamos luego en su casa y tuvimos un ambiente más distendido y familiar. El Papa Benedicto, Patriarca de Occidente, creará cardenal al Patriarca primado de Oriente en el mismo consistorio donde fue nombrado el nuestro, Rubén Salazar.
Líbano es fascinante. No pude conocer sus famosos cedros porque fueron casi todos destruidos durante la guerra, pero sí pude admirar la similitud con nosotros en sus bellos paisajes, sin desiertos, bañado por numerosos ríos, con abundantes variedades de frutas y verduras. Este pueblo evoca con particular devoción a San Charbel, ha sido cuna de la muy rica cultura fenicia, primeros navegantes, inventores del vidrio, conserva tesoros y reliquias milenarios como el templo de Baalbek o el pueblo de Byblos donde aparece el alfabeto y se le da origen a biblioteca o la biblia misma.
A propósito del desastre de esta semana, me cuentan que el Líbano está otra vez atravesando por una situación bien difícil que se agrava con el insuceso. La pandemia del COVID-19, la pobreza creciente, la fragilidad política, los conflictos vecinos… En sus acuerdos de paz definieron que el presidente sería siempre cristiano, el primer ministro musulmán sunita y la tercera autoridad musulman chiita. Hasta ahora ha funcionado, pero su enclave geográfico estratégico, como corredor que une a Europa con Asia y África hace que esté en la mira de las grandes potencias. De hecho, a lo largo de la historia ha sido invadido más de una docena de veces y ellos, como a nosotros, les pasa que sus grandes riquezas son precisamente sus dolores de cabeza. ¡Quiera Dios acordarse de ellos… y de nosotros!