Por Pedro Juan González Carvajal*
Ante ciertas circunstancias adversas como las que estamos viviendo por culpa de la bendita pandemia y teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de lograr un relativo y casi que imposible equilibrio entre la preservación de la salud de los ciudadanos tratando de evitar el contagio y la necesidad de reiniciar las actividades económicas para viabilizar la supervivencia individual y colectiva, muy fácilmente se cae en posiciones absolutamente respetables, pero ante todo emotivas, con respecto a proteger la producción nacional y favorecer a los empresarios locales, lo cual es legítimo, pero además un poco ingenuo, y por qué no, inconveniente. El ejemplo lo vemos con la bella campaña de “Colombiano compra colombiano”.
Partamos
de un principio básico de la economía: mientras unos ganan, otros pierden. En
un mundo global, la vieja receta de los abuelos, aforismo sabio entre otras
cosas, decía que “hay que untar para que
resbale”. Cuando uno hace parte del mercado internacional, no se puede
estar allí de manera autónoma o unidireccional, pretendiendo simplemente vender
sin comprarle a los otros, a no ser que sea una gran potencia que imponga otro
tipo de condiciones que distorsionen el libre juego del mercado de oferta y
demanda.
Una
cosa es que Estados Unidos le cierre un consulado a China y otra que a los días
China responda de la misma manera. Nosotros no estamos en condiciones, por
ahora, de hacer eso con respecto a ninguna potencia del mundo. No nos
desanimemos, trabajemos con seriedad y perseverancia para que eso sea posible
en un futuro no muy lejano.
El
juego del proteccionismo, sin ningún tipo de esguinces, solo puede ser jugado
por los países ricos. Los países pobres lo intentamos, pero son demasiadas las
dependencias que tenemos y grandes las necesidades, para poder pretender
imponer condiciones.
Nace
de ahí la necesidad de poseer una suficiente y clara conciencia geográfica e
histórica para poder determinar, a partir del conocimiento, las ventajas y
desventajas que poseemos, cuáles son los sectores estratégicos que debemos
desarrollar, cuál el modelo económico a implementar y desarrollar, además de
tener un conocimiento profundo de las cadenas de valor donde podemos intervenir
y en cuáles eslabones de dichas cadenas podemos aportar.
Sin
establecer nuestros factores diferenciales o nuestros verdaderos aportes de
valor al engranaje productivo, es imposible competir.
Todavía
estamos hablando de agricultura y minería extractiva, de industria sustitutiva
de importaciones, de comercio y servicios básicos, y de otras nomenclaturas y
clasificaciones ya superadas, mientras estamos importando un poco más del 50%
de los alimentos que necesitamos, lo cual es un despropósito y una sinvergüenzada
por la que nadie responde.
Hoy
debemos estar hablando de la economía del conocimiento, de la economía de la
inteligencia de las cosas, de la economía de la manufactura, de la economía de
la biotecnología, de la economía del bienestar, respaldados en la
infotecnología, la nanotecnología, la biotecnología y la cognotecnología,
aplicadas todas ellas a nuestras propias realidades.
Se
habla de innovación, pero debemos aterrizar la innovación alrededor de qué. Si
somos ricos en posibilidades de agricultura, biodiversidad, minería y agua,
pues no le busquemos pelos a la calavera. Focalicémonos y dejemos de improvisar
o de seguir jugando a los negocios especulativos.
“Zapatero
a tus zapatos”. Esta sentencia nos debería servir de guía y a la luz de unos
objetivos nacionales realistas, pragmáticos y bien formulados, encauzar todos
nuestros esfuerzos en hacer de nuestra querida Colombia un país soberano, donde
la justicia, la equidad y el bienestar sean el patrimonio que todos queramos
construir y preservar. Pero para eso, debemos erradicar la corrupción.
NOTA: Mi
completa solidaridad con el señor gobernador Aníbal Gaviria Correa y su
distinguida familia.