José
Leonardo Rincón, S. J.*
Las delicias del paraíso terrenal, interrumpidas abruptamente por el
querer ser como Dios, desembocaron en la famosa maldición (mejor sería decir invitación)
a ganarse el pan con el sudor de la frente (Cfr. Gen,3). Las cosas ya no se obtendrían
gratuitamente, sino que habría que lucharlas con esfuerzo. Y esto para los
vagos y perezosos es ciertamente una maldición, pero para la mayoría una
bendición que los dignifica como seres humanos.
Lo que hemos visto en esta cuarentena, un mundo forzosamente detenido por
razones sanitarias hasta el colapso económico en muchos de sus productivos
renglones, en el fondo ha sido una apología del ejercicio laboral. En realidad,
ese mundo del todo jamás estuvo detenido, pues siempre vimos en la calle a
miles de hombres y mujeres trabajando: conduciendo los buses de transporte urbano,
atendiendo en tiendas y supermercados, recogiendo la basura, custodiando el
orden público, socorriendo a los enfermos, entre otras tareas, todas con alto
riesgo de contagiarse de ese tenebroso virus. A la par, desde sus lugares de habitación
y con el apoyo de internet observamos una intensa actividad a nivel académico
de profesores y estudiantes de todas las edades y condiciones y a nivel
administrativo cumpliendo tareas de trabajo remoto o teletrabajo, bien
liderando y orientando, bien cumpliendo funciones de apoyo operativo. Todos,
unos y otros, nunca cesaron de laborar.
Quienes no pudieron estar en ese activo grupo y obligatoriamente les
tocó confinarse sin poder hacer absolutamente nada, han sufrido en carne propia
los rigores del receso pasando necesidades y estrecheces, viendo cómo sus pocos
pesos se acababan, sin poder salir a la calle a vender sus cachivaches, atender
a clientes en almacenes y restaurantes, ofrecer sus servicios independientes como
profesionales o sencillamente rebuscarse creativamente sus ingresos en tareas
todas aparentemente tan insignificantes como igualmente importantes y
relevantes. En verdad, fue en este amplio sector donde realmente la economía se
estropeó y donde poco a poco tendrá que reactivarse y apoyarse para seguir
adelante como país.
Ganarse el pan con el sudor de la frente es, ciertamente, un loable llamado
a sentirse útil, valioso, vital, productivo. Es la justa compensación al
esfuerzo realizado. Por eso, cuando ese retorno no se da, bien porque se carece
de la oportunidad de realizarlo, bien porque la remuneración en justicia es
menor al esfuerzo o es desproporcionada porque se recibe mucho y se hace pico,
se genera malestar social. La fiesta de hoy surgió como honroso homenaje a
quienes fueron explotados por sus patronos, atropellados en sus derechos,
avasallados como personas. La celebración de hoy es un cántico a esa verídica
máxima de que el trabajo dignifica al ser humano. Es una acción de gracias a
Dios que nos dio su testimonio al laborar seis días antes del merecido
descanso. Ese mismo Dios que hoy labora desde el interior nuestro y nos invita
a seguir trabajando por un mundo mejor pues, con mayor razón ahora, después de
todo lo que ha pasado, hay mucho por hacer. ¡Feliz día trabajadores!