viernes, 24 de abril de 2020

Esto va para largo


Por José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
La verdad sea dicha, no oculté mi malestar con el alargue de esto que ahora llaman el aislamiento obligatorio. Tenía la manifiesta esperanza en que desde el 27 de este mes terminaríamos con la cuarentena y poco a poco volveríamos a la normalidad. Y mi fastidio no es por estar encerrados cuidándonos, sino por no hablar claro y directo. ¿Para qué nos generan ilusiones y expectativas que de antemano se sabe no se cumplirán? Primero que el 13, después que el 27, ahora dizque el 11 de mayo. Y ya me imagino al presidente con cara compungida diciéndonos que va hasta el 31, para luego extenderlo, en módicas cuotas, hasta agosto.

Claudia López de modo frentero ha dicho que “nos vemos hasta el año entrante” y aunque suena exagerada, creo que es crudamente realista. Posponer el aislamiento no solo es para salvar vidas, sino para evitar un colapso hospitalario. Mientras no se produzca la vacuna, cosa que puede tardar meses, y no haya un número amplio de pruebas diagnósticas diarias, estaremos condenados a contagiarnos en un porcentaje que algunos calculan entre el 60 y el 70%, volumen que ayudaría por otro lado a generar la inmunidad, dicen los expertos, para convivir sin temores y aspavientos con el COVID.

Es evidente que este problema nos tomó por sorpresa y por eso lo que está sucediendo. Nunca imaginamos el poder de este virus para someternos y lo que me preocupa es que están resultando ciertas las apocalípticas voces que nos han dicho que esto apenas está comenzando y que lo peor está por venir. Si en Europa y USA, después de todas estas semanas, no hay señales reales de mejora a pesar de las medidas asumidas y contando con infraestructuras hospitalarias mejores que las nuestras, la única forma que esto aquí no sea la debacle es estando encerrados, porque en realidad aún desconocemos la magnitud del contagio entre nosotros.

Pero ¿por qué después de las medidas adoptadas sigue creciendo el número de infectados? Porque fueron demasiado laxas y el número de excepciones muy alto, de manera que el riesgo de que esos potenciales vectores estuvieran sueltos deambulando todos los días por las calles, explica por qué en cárceles, hospitales y en sitios donde se supone no había enfermos, ahora aparezcan en bloque. Estamos en Macondo y la indisciplina social va creciendo. La prevención y la asepsia no son nuestra fortaleza y en cambio la parranda, el mamagallismo y el olimpismo para pasarse por la faja las normas, sí. Y la gente que se tomó en serio las órdenes, cada vez más, está saliendo a las calles no solo porque está desesperada psicológicamente con el confinamiento sino, principalmente, porque necesita sobrevivir.

Nuestra reflexión va evolucionando también. El problema es sanitario, pero lo es también económico y como no estamos en el hemisferio norte sino en el sur, a estas alturas uno no sabe si el remedio es peor que la enfermedad: o se cuida la salud y se muere de hambre porque la plata se va acabando y no hay Estado para sostenernos a todos largo tiempo o la economía se reactiva y la cuota de muertos se dispara. Hay tantos románticos sueltos como irresponsables y tanta gente honesta como ladrones oportunistas que están robando a sus anchas aprovechándose del caos. Y lo que me preocupa es estar en una olla de presión que está hirviendo y subiendo la temperatura. ¡Que mi Dios nos coja confesados! Necesitamos liderazgos basados no en el populismo oportunista sino en el discernimiento, la sensatez y la cordura, pero también la honestidad, la verdad y el rigor y la disciplina para caramelear menos y decidir con rectitud y sabiduría. ¡Te lo pedimos, Señor! (porque esto va para largo).