José Leonardo Rincón, S. J.*
A todos nos llega el día del cumpleaños, pero me llama la atención que todos los celebramos de manera diferente, por ejemplo, un amigo mío ese día apagaba el celular y se desaparecía de la faz universal, de modo que en vano todos intentábamos felicitarlo. Otro, en cambio, nos exigía a los amigos que, si éramos tales, por favor, no lo felicitáramos ni le hiciéramos nada porque lo hacíamos sentir viejo. Otro, dedicaba ese día a un retiro espiritual y cual místico monje en oración pasaba su fiesta.
De mi parte, les cuento, que desde hace años separo este día como si fuese un dominical o festivo, hago literalmente huelga laboral y cual funcionario de un call-center, me dedico a atender llamadas y contestar mensajes todo el día, esto es, descaradamente me dejo consentir.
Y es que un día como el del cumpleaños es para eso, para hacer un alto en el camino, elevar los ojos al cielo y darle gracias al Dios de la vida por habernos regalado la existencia. Agradecer por nuestra madre que dijo SÍ a la nueva vida que se gestaba en su vientre, y desde entonces, no ha hecho sino preocuparse por nosotros dando lo mejor de su ser. Reconocer la tarea de educadores formadores que nos han ayudado a ser lo que somos. Celebrar a los familiares y amigos que, gratuitamente y sin ningún interés, han estado siempre ahí, para compartir el variopinto de la vida. Alguien dirá que eso debe hacerse todos los días y tiene razón, pero hacerlo en este día adquiere un sabor especial, un toque diferente, un sentido sin igual.
El tiempo se pasa vertiginosamente y hace rato pasé la raya de la mitad de la existencia. ¿Cuántos años nos quedan? Uno siempre hace cálculos creyendo que faltan muchos y se olvida por ratos que somos efímeros, que esta vida es prestada y que, por lo tanto, siendo en realidad muy corta, hay que aprovecharla al máximo, vivirla con intensidad y pasión. Si supiéramos el día y la hora no procrastinarianos tanto, no dejaríamos parar mañana lo que podríamos hacer hoy, disfrutaríamos más y nos estresaríamos menos. Nos dedicaríamos realmente a lo verdaderamente esencial e importante, relativizando lo que realmente no vale la pena.
Así las cosas, me dedicaré hoy a dejarme consentir por quienes con su afecto y amistad me expresan su reconocimiento y cariño. Puede sonar un poco egoísta, pero creo que es saludable para la autoestima. Además, uno sabe bien que todo eso que le dicen a uno no es mérito propio, sino que se debe a muchos, y por eso, cual cheque que no nos pertenece, toca “endosarlo” al Señor, a quien le debemos todo lo que somos y tenemos. No hay de otra.
¡Carpe diem! Vive tu vida, vive cada día, es único, irrepetible, irreversible. No sabemos cuánto nos resta, así que disfrutemos y gocemos nuestro trabajo, nuestras alegrías y también nuestras penas. Puestos en las manos del Señor, como dice San Ignacio, “hagamos todo como si sólo dependiese de nosotros, pero confiemos como si solo de Dios dependiese”. Al final del día, les prometo retornar con una oración todo ese afecto por ustedes brindado.