Por John Marulanda*
Los actos terroristas estimulan la amígdala cerebelosa, el centro del miedo
‒mecanismo de supervivencia‒ en una inveterada práctica para doblegar
voluntades y someter colectividades al logro de determinados objetivos
políticos o delincuenciales. En Latinoamérica, Colombia es el país con mayor
experiencia en asuntos de terrorismos, ambos de derecha y de izquierda. A pesar
de esa larga historia, algunos “analistas” confunden a un asesino en serie o a
un aislado masacrado con un terrorista, como en el caso de Pozzeto (1986);
otros mezclan terrorismo con sabotaje, como en el caso de las voladuras de
oleoductos; un sacerdote graduó de terroristas a las barras bravas futboleras
de Bogotá y varios luchan por quitarle el adjetivo terrorista a sus amigos
revolucionarios. “Luchan por el pueblo” dicen sin sonrojarse, “por la paz”, y
disimulan una sonrisa. Actualmente, las patologías políticas regresionistas FARC,
ELN, EPL, AUC y otros, se han transformado en terrorismo delincuencial,
narcoterrorismo puro y simple.
Los terroristas de la izquierda latinoamericana no lograron llegar al poder
a pesar de más de medio siglo de depredación e intimidación, pero el terrorismo
como método delincuencial está al alza, refinando el ejemplo del cartel que a
punto de carros bomba sometió al Estado en 1989. El ELN y las FARC están detrás
del entrenamiento y la animación de los vándalos que, acunados en universidades
como lo confirmó el fiscal general Martínez, agreden a nuestros policías y
destruyen nuestra infraestructura urbana aplicando tácticas y técnicas del
anarquista Black Bloc. Repiten lo que hicieron en Ecuador, en Chile y en otras
latitudes.
Como elemento fundamental de esta estrategia, los carteles farianos,
elenos, mexicanos, del golfo, las bandas, los combos, generan incertidumbre y
la comunidad angustiada descarga su estrés contra las autoridades, en un
fenómeno conocido como transferencia, que aprovechan agentes internos y
externos para debilitar las instituciones militares y policiales, y facilitar
el camino hacia el imperio del caos. No sobra enfatizar que estamos acosados
por el crimen organizado transnacional y no hay ningún contenido político en la
violencia que está creciendo en el país.
Con la mayor producción de cocaína en el mundo, fronteras incontrolables,
impunidad, corrupción y una fuerza pública asediada, revaluar el concepto de
terrorismo en la política del país y en el relatorio penal, es una necesidad
evidente. Y urge tomar decisiones, como la de Bolivia, de suspender relaciones
con Cuba, isla que protege y prohíja a los narcoterroristas que nos agobian.