jueves, 30 de enero de 2020

Vigía: nuevo-viejo terrorismo


Por John Marulanda*

Coronel John Marulanda
Los actos terroristas estimulan la amígdala cerebelosa, el centro del miedo ‒mecanismo de supervivencia‒ en una inveterada práctica para doblegar voluntades y someter colectividades al logro de determinados objetivos políticos o delincuenciales. En Latinoamérica, Colombia es el país con mayor experiencia en asuntos de terrorismos, ambos de derecha y de izquierda. A pesar de esa larga historia, algunos “analistas” confunden a un asesino en serie o a un aislado masacrado con un terrorista, como en el caso de Pozzeto (1986); otros mezclan terrorismo con sabotaje, como en el caso de las voladuras de oleoductos; un sacerdote graduó de terroristas a las barras bravas futboleras de Bogotá y varios luchan por quitarle el adjetivo terrorista a sus amigos revolucionarios. “Luchan por el pueblo” dicen sin sonrojarse, “por la paz”, y disimulan una sonrisa. Actualmente, las patologías políticas regresionistas FARC, ELN, EPL, AUC y otros, se han transformado en terrorismo delincuencial, narcoterrorismo puro y simple.

Los terroristas de la izquierda latinoamericana no lograron llegar al poder a pesar de más de medio siglo de depredación e intimidación, pero el terrorismo como método delincuencial está al alza, refinando el ejemplo del cartel que a punto de carros bomba sometió al Estado en 1989. El ELN y las FARC están detrás del entrenamiento y la animación de los vándalos que, acunados en universidades como lo confirmó el fiscal general Martínez, agreden a nuestros policías y destruyen nuestra infraestructura urbana aplicando tácticas y técnicas del anarquista Black Bloc. Repiten lo que hicieron en Ecuador, en Chile y en otras latitudes.

Como elemento fundamental de esta estrategia, los carteles farianos, elenos, mexicanos, del golfo, las bandas, los combos, generan incertidumbre y la comunidad angustiada descarga su estrés contra las autoridades, en un fenómeno conocido como transferencia, que aprovechan agentes internos y externos para debilitar las instituciones militares y policiales, y facilitar el camino hacia el imperio del caos. No sobra enfatizar que estamos acosados por el crimen organizado transnacional y no hay ningún contenido político en la violencia que está creciendo en el país.

Con la mayor producción de cocaína en el mundo, fronteras incontrolables, impunidad, corrupción y una fuerza pública asediada, revaluar el concepto de terrorismo en la política del país y en el relatorio penal, es una necesidad evidente. Y urge tomar decisiones, como la de Bolivia, de suspender relaciones con Cuba, isla que protege y prohíja a los narcoterroristas que nos agobian.