José
Leonardo Rincón, S. J.*

Pero la costumbre de no decir la verdad es un asunto cotidiano y
totalmente reiterativo. Todo el mundo miente. Miente el político candidato
cuando promete cosas que sabe muy bien que no va a cumplir. Miente el que
ilusiona a otros con ayudas que nunca va a otorgar. Mienten los bancos
ofreciendo regalado lo que luego cobrarán de manera implacable. Mienten las
industrias con productos de mala calidad. Miente el que sonríe y elogia por
delante, pero clava el cuchillo por detrás. Miente el que pide algo prestado y
nunca lo devuelve, llámese un libro o dinero. Miente el políticamente correcto
quien por guardar imagen y no perder puntos en su ranking de popularidad, acude
a la diplomacia para quedar bien con todos.
A la luz de lo anteriormente narrado entiendo el título de mi reflexión
como el compromiso de decir la verdad de quien jura ante un juez, pero, para
decirlo escuetamente de una vez, también como una bella frase de cajón la cual,
no lo dudo, se ha mancillado infinidad de veces sin importarle al sujeto haber
jurado en vano. Al fin y al cabo, es su palabra, que se supone cierta y creíble
pero que perfectamente no lo puede ser. ¿Quién lo sabe? Solo su conciencia. ¿Quién
lo juzga? Nadie, porque no cree ni en el rejo de las campanas. De modo que
puede mentir una y mil veces y nada ni nadie le importa.
La doctora Santa Teresa de Jesús, la de Ávila, hablaba de que la “humildad
es verdad” y yo concluyo con Jaime Balmes, en su libro “El criterio”,
que, si “La verdad es la realidad de las cosas”, entonces, la verdad no
es ni más, ni menos, sino solo eso, lo que es. Más aún, el único que puede
decir plenamente que ES, es Jesús, el mismo que había afirmado “Yo soy la
Verdad”, la verdad por antonomasia, con mayúscula. Sabemos que Jesús de Nazaret
apreciaba este valor cuando refiriéndose a Natanael dijo: “he aquí a un
israelita de verdad, en quien no hay engaño” y que aborrecía la falsedad de
los escribas y fariseos, por hipócritas.
Nada mejor que la verdad, así duela. Nada más hermoso que la
transparencia. Si hay algo que oscurece un panorama y ofusca la mente es la
mentira, el engaño. Cuánta decepción siente uno de quien le ha fallado a la
verdad. Creo que buena parte del malestar social que estamos viviendo se debe precisamente
al desencanto frente a discursos con promesas engañosas. Tras el desangre de
décadas por la guerra con múltiples y complejos actores, las víctimas claman y
reclaman saber la verdad de lo sucedido. Por eso y para eso se constituyó la así
llamada Comisión de la Verdad, porque la gente quiere esclarecer lo que pasó,
por qué pasó y quién lo hizo. El país merece conocer la verdad entera, no
verdades a medias que resultan siendo mentiras. ¡Nos han dicho tantas!
Nada pues más excelso que la verdad. Por algo también San Pablo le diría
a los Galatas: “La verdad os hará libres”, porque cuando se dice la
verdad, no hay pesos ocultos, no hay trastiendas, no hay cartas bajo la mesa. Quien
procede con transparencia y verdad se siente ligero de equipaje, ágil, vuela
alto y lejos. Realmente es libre. Los invito a ser libres, diciendo la verdad,
solo la verdad y nada más que la verdad.