viernes, 31 de enero de 2020

La verdad, solo la verdad, nada más que la verdad


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón ContrerasTuve esta semana que salir de viajes y me tocó aguantarme unas cuantas esperas en los aeropuertos. Eso es normal. A todos nos ha tocado más de una vez soportar largas y tediosas horas en las salas de embarque o abordo de los aviones mismos. Lo que fastidia en la historia es que le mientan a uno: mienten en el mostrador de la aerolínea: “el vuelo tiene un retraso de media hora”, dicen, pero en realidad fue de dos horas. Miente el piloto: “no podemos despegar porque las condiciones en la pista no son buenas, y uno por la ventanilla ve pasar y luego despegar a otros aviones”. Mienten a los pasajeros: los suben al avión y después de que está carreteando, los devuelven a plataforma, los hacen bajar y les anuncian que el vuelo que los llevará saldrá cinco horas después. Lo curioso es que el tal desperfecto nunca existió y cuando se llevan a la gente para otra sala, de pronto resulta funcionando el avión y se va con otros pasajeros. ¿Por qué y para qué mienten tanto?

Pero la costumbre de no decir la verdad es un asunto cotidiano y totalmente reiterativo. Todo el mundo miente. Miente el político candidato cuando promete cosas que sabe muy bien que no va a cumplir. Miente el que ilusiona a otros con ayudas que nunca va a otorgar. Mienten los bancos ofreciendo regalado lo que luego cobrarán de manera implacable. Mienten las industrias con productos de mala calidad. Miente el que sonríe y elogia por delante, pero clava el cuchillo por detrás. Miente el que pide algo prestado y nunca lo devuelve, llámese un libro o dinero. Miente el políticamente correcto quien por guardar imagen y no perder puntos en su ranking de popularidad, acude a la diplomacia para quedar bien con todos.

A la luz de lo anteriormente narrado entiendo el título de mi reflexión como el compromiso de decir la verdad de quien jura ante un juez, pero, para decirlo escuetamente de una vez, también como una bella frase de cajón la cual, no lo dudo, se ha mancillado infinidad de veces sin importarle al sujeto haber jurado en vano. Al fin y al cabo, es su palabra, que se supone cierta y creíble pero que perfectamente no lo puede ser. ¿Quién lo sabe? Solo su conciencia. ¿Quién lo juzga? Nadie, porque no cree ni en el rejo de las campanas. De modo que puede mentir una y mil veces y nada ni nadie le importa.

La doctora Santa Teresa de Jesús, la de Ávila, hablaba de que la “humildad es verdad” y yo concluyo con Jaime Balmes, en su libro “El criterio”, que, si “La verdad es la realidad de las cosas”, entonces, la verdad no es ni más, ni menos, sino solo eso, lo que es. Más aún, el único que puede decir plenamente que ES, es Jesús, el mismo que había afirmado “Yo soy la Verdad”, la verdad por antonomasia, con mayúscula. Sabemos que Jesús de Nazaret apreciaba este valor cuando refiriéndose a Natanael dijo: “he aquí a un israelita de verdad, en quien no hay engaño” y que aborrecía la falsedad de los escribas y fariseos, por hipócritas.

Nada mejor que la verdad, así duela. Nada más hermoso que la transparencia. Si hay algo que oscurece un panorama y ofusca la mente es la mentira, el engaño. Cuánta decepción siente uno de quien le ha fallado a la verdad. Creo que buena parte del malestar social que estamos viviendo se debe precisamente al desencanto frente a discursos con promesas engañosas. Tras el desangre de décadas por la guerra con múltiples y complejos actores, las víctimas claman y reclaman saber la verdad de lo sucedido. Por eso y para eso se constituyó la así llamada Comisión de la Verdad, porque la gente quiere esclarecer lo que pasó, por qué pasó y quién lo hizo. El país merece conocer la verdad entera, no verdades a medias que resultan siendo mentiras. ¡Nos han dicho tantas!

Nada pues más excelso que la verdad. Por algo también San Pablo le diría a los Galatas: “La verdad os hará libres”, porque cuando se dice la verdad, no hay pesos ocultos, no hay trastiendas, no hay cartas bajo la mesa. Quien procede con transparencia y verdad se siente ligero de equipaje, ágil, vuela alto y lejos. Realmente es libre. Los invito a ser libres, diciendo la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad.