José
Leonardo Rincón, S. J.*
Nos han metido en la cabeza que, si no tenemos dinero, no podemos ser felices,
porque con dinero se hace lo que se quiere, se compra lo que sea, y como si
fuera poco, se vuelve irresistiblemente seductor. El dinero es el “ábrete sésamo”
que todo lo consigue. Sin dinero no somos nada. Sin embargo, y para decirlo de
una vez, no hay nada más contrario al espíritu de este tiempo de Navidad que el
dinero. Por supuesto que suena contradictorio, porque es precisamente en estos
días cuanto más dinero se mueve y donde la sociedad de consumo muestra su
máximo esplendor.
Eso lo sabemos todos, pero todos hacemos caso omiso de tan preciada
sabiduría: el Creador, dueño y señor de todas las cosas, el todopoderoso, para
hacerse uno como nosotros, renunció a todo ese poder y magnificencia y desde la
miseria extrema de su nacimiento hasta su escandalosa muerte en cruz, nos
decepcionó optando por ser pobre y humilde. Como quien dice, su absurda
propuesta va en franca contravía a los más respetados paradigmas que nos hemos inventado,
al más precioso becerro de oro que hemos construido.
Perdónenme desciendo de tan trascendentales reflexiones a los banales
casos donde el dinero se muestra como un dios cada vez más popular e
imprescindible. Imagínense mis queridos amigos que, si tenemos dinero, nos han
dicho que ya no tendremos pico y placa. Con dinero pagamos el derecho a
movilizarnos en nuestro auto todos los días por las congestionadas vías
capitalinas. Lo que no podemos comprar es que se arregle la movilidad. Se
pondrá peor, pero gozaremos de la vana ilusión de haber pagado el podernos
mover en nuestra “limusina” privada sin tener que untarnos de pueblo en
Transmilenio. Toda esa turba ahora aumentará el tiempo para llegar al trabajo o
la casa, gracias a tan colosal, por no decir estúpida, iniciativa del gobierno
local. En lugar de mejorar el transporte masivo, exacerba el caos vehicular. ¡Son
unos genios!
No sufra, me dirán, coja taxi. Y va a ver uno y de las varias
aplicaciones que había, hubo una que con plata logró comprar las otras y nos
dejó sin opciones. Esa es la típica estrategia del mercado capitalista, el
monopolio. Entonces, si quiero un servicio, pido el taxi, pero si lo pido
normal es probable que me gaste mucho tiempo sin lograr que un chofer
compadecido con esta humanidad agobiada y doliente venga a recogerme, pero si
tengo dinero y ofrezco propina, qué curioso, resulta que en la zona abundan los
taxis y todos están disponibles. Como quien dice, usted con la plata hace bailar
el perro. Si tiene plata de más, tiene su taxi.
Y si quiere ir en avión, se han inventado las aerolíneas dizque a precios
muy módicos con los que puede viajar en el último puesto, junto al baño
trasero. Pero no se preocupe, si quiere ir en el penúltimo puesto puede pagar
tan deseado beneficio por una suma adicional. Y si quiere agua, añada otro
poquito, y si lleva otra maleta, pague de más. Al final, quedamos con las
tarifas de antes, pero nos queda la hedónica satisfacción de haber hecho valer
nuestro dinero.
Y bueno, no quería meterle política al asunto, pero no olvidemos que si
usted tiene platica, usted podrá evitarse la merecida mazmorra y obtener a
cambio su casa como cárcel. Pague platica y le dan libertad condicional. Pague
platica y podrá tener un bufete de abogados especializados en asesorar
delincuentes. Si tiene platica usted puede mover cielo y tierra y lograr que
las leyes cambien para su beneficio. Con dinero usted lava fachadas y deja de
ser un despreciable y vulgar delincuente para convertirse en todo un señor
ladrón de cuello blanco. Por el dinero que todo lo corrompe, usted deja caer
edificios y puentes, puede robarse vías u otras obras de infraestructura,
comprar congresistas para que voten a su favor; ganar licitaciones, comprar
árbitros y jueces y hubo un tiempo en que hasta el cielo mismo podría ganarse
pagando indulgencias… ¡qué tal!
Sin embargo, y como dice la canción, “ni se compra, ni se vende… no
hay en el mundo dinero para comprar los quereres…” usted podrá comprar
muchas cosas, pero, finalmente, no lo esencial y más importante: el amor, la
salud, la verdad, la honestidad, la amistad verdadera, la paz, la tranquilidad
de conciencia… la felicidad. Es entonces
y sólo entonces, después de habernos desencantado de que el dinero no todo lo
puede comprar, cuando recordamos que “lo esencial es invisible a los ojos” y
caemos en la cuenta de que, si el mismísimo Dios despreció el estiércol del
diablo, ése que se entra por el bolsillo, al decir de Francisco, razones
tendría y por algo sería. Entonces y sólo entonces, podremos comprender el
genuino espíritu de la Navidad, ese espíritu que nos ofrece la sincera alegría
y la auténtica felicidad. Sólo entonces.