José
Leonardo Rincón, S. J.*
Pasa todos los años. Ya próximos a acabar el año, se apodera de todos,
una ansiedad particular. Lo digo por los lugares donde he trabajado y por las
empresas que conozco. Hay un afán nervioso por hacer cierres, balances,
inventarios, informes, dejar todo al día. Como si se fuera acabar el mundo.
Como si al otro día las cosas fueran a ser completamente diferentes. Es un
fenómeno muy particular. Es una noche como cualquiera y al otro día, una mañana
común y corriente, otro día cualquiera, pero no. Es distinto: anoche era 2019,
hoy es 2020. Adiós al año viejo y bienvenido el nuevo con todas sus sorpresas y
retos. Es un ritual que se repite y que para muchos tiene su propia liturgIa.
Es la cena especial con pavo a bordo, pero es también la noche para los agüeros
y los buenos augurios.
A decir verdad, agüero y augurio parecieran tener la misma raíz
etimológica porque en los diccionarios aparecen ambos como procedimiento para
predecir o interpretar el futuro. Sin embargo, entre nosotros sí que muestran
diferencias, pues eso de creer en agüeros tiene su connotación negativa, ya que
colinda con lo exótico, esotérico, excéntrico, medio mágico. Los agüeros no son
de la dimensión racional y menos trascendente, sino que son creencias que
solemos tener y que al ponerlas en práctica, suerte y buenos resultados nos van
a traer: Que si ponerse los calzones amarillos, o no ponérselos, nos dará
suerte; que las papas debajo de la cama nos darán plata abundante; que las velas multicolores traen cada una su buena vibra; que
correr con las maletas por el barrio será garantía de asegurados viajes; que
comerse las 12 uvas al compás de las 12 campanadas, cada una con su respectivo
deseo; que estrenar una prenda nos vaticina un ropero abundante; que quemar calendarios
de un año maluco nos libera de esas perversas ondas; que barrer la casa es
sacar las malas energías; que romper platos nos da suerte… ¡mejor dicho! Yo,
para ser sincero, no creo en esas supersticiones.
En cambio, prefiero creer en los augurios, esas aspiraciones que
inspiran, jalonan, movilizan, dinamizan, brotan del corazón para desear las
mejores cosas a las personas que queremos y para quienes pedimos lo mejor de lo
mejor: buenas ondas, bendiciones, salud, bienestar, que sea un año excepcional en
el trabajo, que abunde el amor con los seres queridos, etc. Los augurios son siempre
buenos y muy positivos deseos, pero se pueden quedar allí si no se aporta la
propia cuota de esfuerzo y actitud constructiva, propositiva y proactiva para
llevarlos a término y hacerlos realidad.
Los agüeros juegan al azar y con actitud pasiva nos ponen a esperar los
golpes de la buena suerte. Los augurios hacen una apuesta que invita
activamente a ser los artífices protagonistas de trabajar para alcanzar los
nobles objetivos. Así que: ¡menos agüeros y más augurios para la noche de Año
Nuevo! El Niño de Belén, que es La Luz que disipa las tinieblas, nos trajo los
mejores augurios: paz, amor y felicidad. Así que ¡Feliz 2020 para todos!