viernes, 27 de diciembre de 2019

Del agüero al augurio


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Pasa todos los años. Ya próximos a acabar el año, se apodera de todos, una ansiedad particular. Lo digo por los lugares donde he trabajado y por las empresas que conozco. Hay un afán nervioso por hacer cierres, balances, inventarios, informes, dejar todo al día. Como si se fuera acabar el mundo. Como si al otro día las cosas fueran a ser completamente diferentes. Es un fenómeno muy particular. Es una noche como cualquiera y al otro día, una mañana común y corriente, otro día cualquiera, pero no. Es distinto: anoche era 2019, hoy es 2020. Adiós al año viejo y bienvenido el nuevo con todas sus sorpresas y retos. Es un ritual que se repite y que para muchos tiene su propia liturgIa. Es la cena especial con pavo a bordo, pero es también la noche para los agüeros y los buenos augurios.

A decir verdad, agüero y augurio parecieran tener la misma raíz etimológica porque en los diccionarios aparecen ambos como procedimiento para predecir o interpretar el futuro. Sin embargo, entre nosotros sí que muestran diferencias, pues eso de creer en agüeros tiene su connotación negativa, ya que colinda con lo exótico, esotérico, excéntrico, medio mágico. Los agüeros no son de la dimensión racional y menos trascendente, sino que son creencias que solemos tener y que al ponerlas en práctica, suerte y buenos resultados nos van a traer: Que si ponerse los calzones amarillos, o no ponérselos, nos dará suerte; que las papas debajo de la cama nos darán plata abundante;  que las velas  multicolores traen cada una su buena vibra; que correr con las maletas por el barrio será garantía de asegurados viajes; que comerse las 12 uvas al compás de las 12 campanadas, cada una con su respectivo deseo; que estrenar una prenda nos vaticina un ropero abundante; que quemar calendarios de un año maluco nos libera de esas perversas ondas; que barrer la casa es sacar las malas energías; que romper platos nos da suerte… ¡mejor dicho! Yo, para ser sincero, no creo en esas supersticiones.

En cambio, prefiero creer en los augurios, esas aspiraciones que inspiran, jalonan, movilizan, dinamizan, brotan del corazón para desear las mejores cosas a las personas que queremos y para quienes pedimos lo mejor de lo mejor: buenas ondas, bendiciones, salud, bienestar, que sea un año excepcional en el trabajo, que abunde el amor con los seres queridos, etc. Los augurios son siempre buenos y muy positivos deseos, pero se pueden quedar allí si no se aporta la propia cuota de esfuerzo y actitud constructiva, propositiva y proactiva para llevarlos a término y hacerlos realidad.

Los agüeros juegan al azar y con actitud pasiva nos ponen a esperar los golpes de la buena suerte. Los augurios hacen una apuesta que invita activamente a ser los artífices protagonistas de trabajar para alcanzar los nobles objetivos. Así que: ¡menos agüeros y más augurios para la noche de Año Nuevo! El Niño de Belén, que es La Luz que disipa las tinieblas, nos trajo los mejores augurios: paz, amor y felicidad. Así que ¡Feliz 2020 para todos!