Por John Marulanda*
El marxismo-leninismo y su versión
tropical castro-chavista es el verdadero opio de los jóvenes latinoamericanos,
su peor narcótico. Los enajena profundamente desde temprana edad, inducidos
tradicionalmente por agentes ya enviciados que, como jíbaros, reclutan más
imbéciles para su usufructo. Simple, unívoco, explicativo de toda complejidad
humana con argumentos plausibles, seduce con la rebelión propia de la juventud,
contra lo que dificulta o impide realizar sueños, anhelos o deseos. El gran
responsable de todo mal humano es el neoliberalismo capitalista que justifica
odio y violencia, enseñados, aplicados y aprobados por mente capti (mente
cautivos, mentecatos), cabecillas aferrados a la bomba, el fusil y el machete.
Petro es un lamentable ejemplo viviente
y actuante de esa añeja, estéril y dañina doctrina. En una reciente entrevista,
sigue delirando con lo mismo que acariciaron los asesinos de las FARC durante más
de 50 años: una multitud aclamándolos victoriosos. Vagas y falsas ilusiones.
Los de las curules regaladas, dan vergüenza a la gran mayoría de los
colombianos y los armados siguen secuestrando, asesinando y extorsionando con
las mismas banderas sesenteras, pero congregados alrededor del sucio beneficio
capitalista del narcotráfico.
Petro ve unas élites que, a menos que se
avengan a “una democratización de Colombia, por las buenas”, recurrirán al
“accionar de las ametralladoras, que es lo que están haciendo ahora”. Es un
hilo de violencia entreverada que aprendió desde muy joven en el monte, tutorado
por verdugos farianos, en el vil asesinato de José Raquel Mercado y en la
masacre del Palacio de Justicia. “Sociedad que no se mueve, es una sociedad
muerta” anuncia doctoral, pero no aclara que sociedad que se mueve en dirección al
socialismo del siglo 21, del cual es el connotado vocero y promotor, es
sociedad que va al despeñadero.
Preocupa pensar que los jóvenes que
asumirán el mando del país, en vez de aplicarse al conocimiento y al desarrollo
del sentido crítico, anden detrás de la imbecilidad de un violento que se erige
vocero entre “la base misma de la sociedad” y “el rey”, entretanto recibe
bolsadas de dinero como cualquier vulgar bandido. La paz, la solidaridad de los
pueblos, el internacionalismo y toda esa habladuría, solo sirven para encubrir
ambiciones de poder totalitario y delincuencial, que se disfraza de alternativa
en alianza atractiva con sectores “progres” empeñados en temas de moda y anti
todo lo que signifique institucionalidad. Esas minorías envenenadas pueden
acabar con un país. Miren a Venezuela.