Por José Alvear Sanín*
“Cuando un peligro se
aproxima, dos voces hablan en el alma del hombre con la misma fuerza: una, pide
que reflexione sobre la calidad misma del peligro y la manera de evitarlo. La
otra dice que es demasiado penoso, demasiado duro, pensar en los peligros
cuando no es posible prevenirlos ni evitarlos, de manera que es mucho mejor
volver la espalda a las cosas penosas y pensar en las agradables”.
—Lev Nikolaievich
Tolstoi. Guerra y Paz. II parte. Cap. 17
La
mayor parte de la población, en cualquier país, ignora los complejos detalles
de la economía y la política. Las gentes viven, entonces, el día a día, distraídas
por el fútbol y la farándula. Esa situación normal es saludable, porque no
puede pedirse a la masa el análisis reservado a las élites. Mientras la
economía asegure alguna prosperidad y sea esperable un crecimiento futuro, los
países siguen su vida habitual.
En
Colombia, por obra de la narcoindustria, conservamos un cierto equilibrio precario,
que permite el funcionamiento del país. Sin embargo, ha llegado el momento de
percatarnos de que esta aparente normalidad enmascara una profunda inquietud.
Nos hemos resignado a vivir a la espera del batacazo, porque todo el mundo, de
manera fatalista, mira hacia el horizonte 2020-22 sin optimismo.
La
iniciativa política se ha convertido en monopolio de una extrema izquierda que
no encuentra reacción en una sociedad desanimada y en un gobierno abúlico, por
decir lo menos. En ese clima opera en condiciones ideales una fuerza
revolucionaria incansable, que sigue un plan estratégico bien estructurado y
mejor financiado.
Domina
en las Cortes, el Congreso, los medios, la educación, y hasta en la Iglesia. Las
gentes captan esta situación y por eso se resignan, esperando la inevitable caída
del régimen dentro de dos años y siete meses.
Sin
duda alguna, el de Petro habría sido el agresivo gobierno “de transición”, pero
el de Duque ha resultado ser el de la indecisión y el acomodo, y hasta se puede
pensar que, a pesar de la elocuencia oficial, el presidente adelanta un gobierno
de transición suave y silencioso…
El
único apoyo que le queda al gobierno es el de quienes aspiran a vivir hasta esa
fecha aterradora como si nada estuviera pasando. Pero nada hay más perjudicial
que negarnos a reconocer que el país va por el camino hacia la aniquilación
económica y social.
Por
eso es necesario detener esa carrera, con el gobierno, sin el gobierno o contra
el gobierno.
Como
la situación no da espera, el propósito de año nuevo es el de sacudirnos, porque
a partir del 1° de enero hay que reunir las fuerzas familiares, patrióticas,
productivas y morales del país, en un creciente movimiento de recuperación
nacional. El país no puede esperar por más tiempo la aparición de un líder para
esa inaplazable tarea colectiva.
¡Los
tiempos de los diagnósticos han pasado y ha llegado el de la acción!