Por Pedro
Juan González Carvajal*
La realidad suramericana,
textualmente está que arde. Por donde uno mira, no se ven sino problemas de
todo tipo: ambientales, de legalidad, de legitimidad, de corrupción, de
iniquidad, de violación a los derechos humanos, de desplazamientos forzados, de
crisis económica, de pobreza, de injusticia, de hastío y últimamente, porque
aquí todo nos llega tarde, de una “primavera suramericana” que nos aparece con varios
años de atraso con respecto a las
protestas que se vivieron en Oriente Medio (La Primavera Árabe) y en Europa, y
que finalmente solo tuvieron efectos reales en Egipto.
Y es que a la
gente ya se le agotó su paciencia. A la pobreza consuetudinaria, se suma la
indolencia también consuetudinaria de gobiernos que simulan ser democracias,
pero que en el fondo no pasan de ser manejos caudillistas y de castas, que
trabajan para hacer prevalecer sus intereses.
Una Argentina,
potencialmente rica, devastada por los gobiernos peronistas y por los gobiernos
antiperonistas que no han generado respuestas positivas en más de 80 años. En
Brasil, país configurado como monarquía luego de su proceso de independencia,
el aire autoritario es inocultable y las opciones se sumen en la corruptela. En
Perú, la solución propuesta por Fujimori hace algunos decenios no superó el
peso de la historia y hoy están en el caos político. En Chile, la influencia
militar y su imbricación con el poder económico son un fantasma permanente que
ni los Chicago Boys, ni los gobiernos democráticos han podido espantar. Ecuador
evidencia la lucha ancestral de los indígenas para reivindicar sus derechos en
medio de conflictos políticos no superados. Bolivia, la hija del Libertador,
nació con genética dictatorial y parece ser que así morirá. Venezuela, en medio
de un modelo fracasado, no ha encontrado la forma de implementar una salida lo
menos indigna posible al despelote en el cual se encuentra. Por las noticias
escasas, no sabemos muy bien lo que pasa por Paraguay, Uruguay, Surinam y
Guyana, que son también, compañeros de vecindario.
Si buscamos un hilo
conductor o un común denominador a todos estos procesos, hoy encontramos la
existencia de una fuerte polarización política (que es tendencia mundial), en
nuestro caso, agravada por la aparición de caudillos que no alcanzan la
dimensión de líderes, pero que sí tienen la suficiente fuerza para movilizar
seguidores, incendiar las pasiones y auto permitirse el caminar por el delgado
límite entre la legalidad y la ilegalidad.
Otro elemento
desestabilizador es la corrupción, que, dicho en lenguaje popular, “se salió de
madre”. Ya se roba sin recato, sin pudor, a plena luz y con plena desvergüenza.
Adicionalmente a
la corrupción se suma la impunidad debida a inexistentes poderes judiciales y
aparatos de justicia probos y eficientes. Sostienen algunos pensadores que, sin
justicia, no hay sociedad y parece ser que tienen razón.
Parodiando a
Eduardo Galeano, nuestra enorme riqueza natural nos llena de conflictos debido
a la baja calidad de la clase dirigente que hemos tenido y que inexorablemente
ha llevado al saqueo de nuestros pueblos.
Queda en evidencia,
además, que nuestros procesos educativos son mediocres y sirven para eternizar
los desequilibrios sociales e inhiben la anhelada movilidad social.
De nuestra
Colombia, tan mal querida y tan mal administrada, solo podríamos decir que es
el caso rampante del pecado de la omisión: un país tan pero tan rico, con tanta
gente pobre, no tiene derecho a nada.
Lamentablemente
estas protestas airadas por todo el continente solo sirven de válvula de
escape, de desfogue temporal para los oprimidos y de disculpa a los revoltosos
para atentar contra la infraestructura que finalmente es usada, en mayor
proporción, por las personas de menos recursos.
Sin embargo, es
un llamado de atención para toda la dirigencia suramericana, para que recuerde
que el sistema feudal ya fue superado, que ha habido revoluciones que han
colocado al hombre donde debe estar, en el centro del universo, que el hombre
tiene deberes y tiene derechos y que la política se define como el arte de
servir.
Por ahora,
siguiendo las recomendaciones de Maquiavelo, continuaremos siendo testigos de
cómo nuestra clase dirigente, los mal llamados caudillos, los líderes de
tercera, seguirán explotando y azuzando el miedo, el odio y la esperanza, para
que a partir de la premisa romana de la guerra de “divide y vencerás”, sigan
teniendo unos pueblos arrodillados y sumisos que, en algún momento de la
historia, como un gran volcán dormido, explotará, despertará, y ahí sí no habrá
tiempo para corregir lo que se sabe que se está haciendo mal.
Nota: Que yo sepa, no es necesario ser dirigente gremial para poder ejercer el
cargo de ministro de defensa.