Por John Marulanda*
Que los elenos, hijos dilectos de Fidel, asesinen cada semana soldados y
policías es una bobada, según algunos. Y que se reclame por el asesinato de 21
estudiantes de la Escuela Santander, es una “hostilidad del gobierno”, según
otros, como si soldados y policías fueran ilotas prescindibles. “Mientras
el comunismo cubano está en guerra y su próximo objetivo es Colombia, nosotros
estamos ‘en paz’ con La Habana” acierta José Alvear Sanín. A Cuba solo le
debemos sangre, muertos, daño ambiental y la vana palabrería de la neoizquierda
sesentera que drogó su alma adolescente con fantasías de 3.000 muertos en las
bananeras y recién nacidos con cola de cerdo.
Alberto Lleras Camargo rompió relaciones con Cuba en 1962, cuando fue
expulsada de la OEA; en 1964, Fidel fundó, entrenó, armó y motivó al ELN,
narcocartel hoy coludido con las mesnadas maduristas; en 1980 la dictadura
castrista acogió a los terroristas de la Embajada de Republica Dominicana y en
1981, Turbay suspendió de nuevo las relaciones por el entrenamiento y dotación
de armas al M-19, banda narcoterrorista que engañó y sacrificó cientos de
jóvenes; en 2017, uno de los terroristas del ELN que participó en el atentado
del Andino, confesó haber sido entrenado como explosivista en Cuba y del 2012
al 2017, el G2 acumuló secretos del Estado colombiano, con la excusa de su
apoyo al negociado habanero. Las relaciones comerciales con Cuba son
inexistentes y las culturales solo sirven para que células de ese país
adoctrinen campesinos de Arauca y otras regiones, en resistencia y solidaridad
revolucionaria. El G2 merodea por toda Colombia agitando la desestabilización
que facilite la llegada al poder de oscuros liberticidas. Y pronto llegarán los
enfermeros barriales, propagandistas disfrazados de médicos.
Romper los tóxicos lazos con La Habana en el contexto actual, tendría unas
connotaciones geopolíticas que no tuvo en las otras ocasiones. Sería una
decisión criticable, naturalmente, por pacifistas y entreguistas, o para
quienes nos ablandaron para tragarnos los sapos del acuerdo farcsantos,
batracios que aún croan en la garganta provocando arcadas. Pero sería un gran
paso para el derrumbe de la dictadura de Miraflores y ayudaría a desbaratar la
trama que poco a poco han tejido los marxistas leninistas del eje La
Habana-Caracas-Managua para apoderarse del país. Porque si cae Bogotá, el
subcontinente podría hundirse en la miseria, en un oscurantismo estalinista y
en un duro, largo y doloroso conflicto. Venezuela es el ejemplo inmediato.