José
Leonardo Rincón, S. J.*
Hace 20 años vine por primera vez a este país austral con motivo de
hacer mi Tercera Probación, última etapa de formación que tenemos los jesuitas.
Ambas resultaron ser experiencias fascinantes: por un lado, porque tuve la
oportunidad de consolidar mi amor por la Compañía y, por otro, corroborar mi
afecto por este país maravilloso.
Y es que desde niño algo en mi vida tenía que ver con Argentina: la
admiración por Gardel y sus tangos famosos que el tío Pedro colocaba a todo
volumen en su radiola; el fútbol que semana a semana nos hacía vibrar con las importadas
estrellas de ayer como Pedernera, de entonces, como Lóndero y Navarro y de hoy
como Armani, por citar apenas estas cuatro, cuando en realidad fueron toda una
constelación; la historia convertida en leyenda de Perón y su esposa Evita, las
dictaduras nefastas, las madres, hoy abuelas, de la Plaza de Mayo, las Malvinas;
tantos artistas… Quino con su proverbial Mafalda, cantantes como Sandro,
Leonardo Favio, Palito Ortega, Piero, Mercedes Sosa; grupos como Le Luthiers,
Los Chalchaleros, Soda Stereo, por citar estos pocos; sus icónicas
construcciones: la Casa Rosada, el Obelisco, la Avenida 9 de julio, Caminito,
la Bombonera y el Monumental, Recoleta, Palermo, el Luna Park; los escritores:
Sarmiento, Lugones, Sábato o Borges. Además, como dato curioso, tres
colombianos han sido provinciales jesuitas aquí: Moreno, Gaviña y Restrepo, y
también futbolistas colombianos aquí han hecho historia con los bosteros de
Boca y las gallinas de River. A propósito, fue Restrepo quien me regaló un
libro de Félix Luna, “Historia de los argentinos”, que fue decisivo para
consolidar mis afectos gauchos.
De manera que al partir, siempre he tenido la convicción de que volveré
y así ha sido desde entonces una vez por año, en promedio. Siempre ha habido
motivos. La vida me los ha presentado y yo, feliz, no los he rechazado. Buenos
Aires tiene su seductor encanto: da gusto caminar largas horas por sus calles y
avenidas construidas amplias y sin mezquindad, con andenes parejos y uniformes,
con las mismas baldosas por doquier: Corrientes hasta encontrar “348,
segundo piso ascensor”; Córdoba, Santafé, Callao, Florida o Costanera… y
parar, mirar cada 100 metros hacia arriba y encantarse con esos viejos pero
bien mantenidos edificios de los años 20, 30 del siglo pasado, con su derroche de
buen gusto arquitectónico en sus fachadas, puertas gigantes y enormes
ventanales, torres y cúpulas que los convierten en auténticos palacios. Pero
también barrios y sectores: San Telmo, La Boca con su Caminito, Puerto Madero
moderno y pujante, Chacarita, Flores o San Isidro. Eso, en capital, porque las
provincias también tienen su encanto: Córdoba y sus estancias, Mendoza y sus
vinos, Puerto Iguazú y sus cataratas, Posadas y el Paraná, Misiones y las
Reducciones, Ushuaia y el Calafate, Bariloche con su chocolate en rama, el
Tronador y sus lagos; el delta del Tigre y el viaje en catamarán por el Río de
la Plata.
No es hora de complejos, pero Buenos Aires tiene metro, o Subte, como
aquí le dicen, desde 1913 y no una línea o dos sino seis. No tiene un estadio,
tiene una docena (cada club con el suyo). Dos aeropuertos (Ezeiza y Aeroparque).
Las calles, todas señalizadas, bien pavimentadas y sin huecos. La cultura
ciudadana da gusto: ni los autos se te tiran encima, ni los peatones a los
autos, ante todo respeto. La ciudad es bastante limpia y su gente la cuida. Hay
pobreza creciente dados los altibajos de su economía, por cierto, la más
inestable de la región, pero así como se deprime, así se recupera. Hay cultura
y educación y en ellas se invierte: las librerías y las bibliotecas, los
colegios y las escuelas, las universidades públicas y privadas, los teatros, la
música en shows o conciertos ofrecen un panorama esperanzador.
¿Como olvidar un buen asado en Siga la Vaca con sus chinchulines,
morcilla y chorizo, matambre, costilla y colita de cuadril, acompañado de un
buen malbec? ¿O un choripan con una Quilmes? ¿Y cerrar con un buen helado de
frutilla o una porción de dulce de leche? ¡Ay, mi querida Argentina! En modesto
lunfardo, espero que los políticos y los chorros no te hagan un quilombo y se
afanen tus dineros, que haya guita para todos, y que tus bellas minas sigan tan
hermosas como siempre. Finalmente, una palabra de gratitud para mis amigos de
estas tierras, jesuitas y laicos, a quienes llevo en el corazón por ser siempre
tan especiales. “Mi Buenos Aires querido, ¿cuándo yo te vuelvo a ver?”.