viernes, 4 de octubre de 2019

Argentina


José Leonardo Rincón, S. J.*

José Leonardo Rincón Contreras
Hace 20 años vine por primera vez a este país austral con motivo de hacer mi Tercera Probación, última etapa de formación que tenemos los jesuitas. Ambas resultaron ser experiencias fascinantes: por un lado, porque tuve la oportunidad de consolidar mi amor por la Compañía y, por otro, corroborar mi afecto por este país maravilloso.

Y es que desde niño algo en mi vida tenía que ver con Argentina: la admiración por Gardel y sus tangos famosos que el tío Pedro colocaba a todo volumen en su radiola; el fútbol que semana a semana nos hacía vibrar con las importadas estrellas de ayer como Pedernera, de entonces, como Lóndero y Navarro y de hoy como Armani, por citar apenas estas cuatro, cuando en realidad fueron toda una constelación; la historia convertida en leyenda de Perón y su esposa Evita, las dictaduras nefastas, las madres, hoy abuelas, de la Plaza de Mayo, las Malvinas; tantos artistas… Quino con su proverbial Mafalda, cantantes como Sandro, Leonardo Favio, Palito Ortega, Piero, Mercedes Sosa; grupos como Le Luthiers, Los Chalchaleros, Soda Stereo, por citar estos pocos; sus icónicas construcciones: la Casa Rosada, el Obelisco, la Avenida 9 de julio, Caminito, la Bombonera y el Monumental, Recoleta, Palermo, el Luna Park; los escritores: Sarmiento, Lugones, Sábato o Borges. Además, como dato curioso, tres colombianos han sido provinciales jesuitas aquí: Moreno, Gaviña y Restrepo, y también futbolistas colombianos aquí han hecho historia con los bosteros de Boca y las gallinas de River. A propósito, fue Restrepo quien me regaló un libro de Félix Luna, “Historia de los argentinos”, que fue decisivo para consolidar mis afectos gauchos.

De manera que al partir, siempre he tenido la convicción de que volveré y así ha sido desde entonces una vez por año, en promedio. Siempre ha habido motivos. La vida me los ha presentado y yo, feliz, no los he rechazado. Buenos Aires tiene su seductor encanto: da gusto caminar largas horas por sus calles y avenidas construidas amplias y sin mezquindad, con andenes parejos y uniformes, con las mismas baldosas por doquier: Corrientes hasta encontrar “348, segundo piso ascensor”; Córdoba, Santafé, Callao, Florida o Costanera… y parar, mirar cada 100 metros hacia arriba y encantarse con esos viejos pero bien mantenidos edificios de los años 20, 30 del siglo pasado, con su derroche de buen gusto arquitectónico en sus fachadas, puertas gigantes y enormes ventanales, torres y cúpulas que los convierten en auténticos palacios. Pero también barrios y sectores: San Telmo, La Boca con su Caminito, Puerto Madero moderno y pujante, Chacarita, Flores o San Isidro. Eso, en capital, porque las provincias también tienen su encanto: Córdoba y sus estancias, Mendoza y sus vinos, Puerto Iguazú y sus cataratas, Posadas y el Paraná, Misiones y las Reducciones, Ushuaia y el Calafate, Bariloche con su chocolate en rama, el Tronador y sus lagos; el delta del Tigre y el viaje en catamarán por el Río de la Plata.

No es hora de complejos, pero Buenos Aires tiene metro, o Subte, como aquí le dicen, desde 1913 y no una línea o dos sino seis. No tiene un estadio, tiene una docena (cada club con el suyo). Dos aeropuertos (Ezeiza y Aeroparque). Las calles, todas señalizadas, bien pavimentadas y sin huecos. La cultura ciudadana da gusto: ni los autos se te tiran encima, ni los peatones a los autos, ante todo respeto. La ciudad es bastante limpia y su gente la cuida. Hay pobreza creciente dados los altibajos de su economía, por cierto, la más inestable de la región, pero así como se deprime, así se recupera. Hay cultura y educación y en ellas se invierte: las librerías y las bibliotecas, los colegios y las escuelas, las universidades públicas y privadas, los teatros, la música en shows o conciertos ofrecen un panorama esperanzador.

¿Como olvidar un buen asado en Siga la Vaca con sus chinchulines, morcilla y chorizo, matambre, costilla y colita de cuadril, acompañado de un buen malbec? ¿O un choripan con una Quilmes? ¿Y cerrar con un buen helado de frutilla o una porción de dulce de leche? ¡Ay, mi querida Argentina! En modesto lunfardo, espero que los políticos y los chorros no te hagan un quilombo y se afanen tus dineros, que haya guita para todos, y que tus bellas minas sigan tan hermosas como siempre. Finalmente, una palabra de gratitud para mis amigos de estas tierras, jesuitas y laicos, a quienes llevo en el corazón por ser siempre tan especiales. “Mi Buenos Aires querido, ¿cuándo yo te vuelvo a ver?”.