José
Leonardo Rincón, S. J.*
No es el título de una nueva película, tampoco se imaginen que voy a referirme
a esas voluptuosas mujeres, intrépidas, valientes e indomables guerreras, provenientes
de la rica y legendaria mitología greco-romana. No. Hoy quiero compartir con
ustedes mis reflexiones sobre esta vasta zona geográfica considerada el pulmón de
la humanidad (aporta el 20% del oxígeno global), esa gigantesca región (se dice
que son 7 millones de kilómetros cuadrados), depositaria de un tercio de la
biodiversidad planetaria, ubicada en nuestro continente y compartida por 9
países, entre los cuales nosotros, el cuarto con más área selvática.
La Amazonia está en la mira del mundo de modo especial por estos días
por dos razones: una, porque un área bastante significativa ha sido afectada
por incendios y, otra, porque en Roma y convocado por el Papa Francisco, se
adelanta por tres semanas el Sínodo de los Obispos con este tema.
No nos digamos mentiras, pero por lo menos en mi caso y durante la mayor
parte de mi vida, más allá de saber algunos datos generales, por no decir
vagos, era casi nulo mi interés por esta zona. En realidad, parecía no solo
lejana sino inaccesible, inexpugnable, quizás inspiradora de películas sobre
serpientes gigantes, tarántulas y toda clase de animales salvajes, delfines
rosados jugueteando en el segundo río más largo del mundo, tan ancho tan ancho que
no se divisaba la otra orilla, tan profundo, que barcos de hondo calado podían
navegarlo, otros ríos plagados de pirañas que se devoraban a sus víctimas en
segundos, tierras inhóspitas e insalubres donde llovía la mayor parte del año,
con árboles tan grandes que no dejaban asomar el sol, tribus de indígenas que nunca
habían tenido contacto con la “civilización”, mejor dicho, otro mundo.
Y es verdad, la Amazonia es otro mundo, no solo para descubrir, sino
sobretodo para cuidar. La Compañía de Jesús misma había tenido misioneros en
algunos de sus países, pero no en Colombia. Mi compañero de ordenación
presbiteral que lo fue desde el Noviciado, después de obtener su doctorado como
antropólogo en París se fue a trabajar allí por una década, fue provincial de
lo que llamamos en su momento el DÍA (Distrito Interprovincial Amazónico) con
sede en Manaos y hoy está en el Sínodo, invitado por el Papa. Solo hasta ese
momento comencé, yo creo que con muchos otros, a interesarme más por este
rincón tan importante del planeta. Años después, la conferencia de provinciales
crea una red panamazónica y establece una base de trabajo en Leticia que voy a
conocer hace apenas tres años por el interés de la Javeriana en vincularse a la
región.
El hecho es que los ojos del mundo están puestos hoy en el Amazonas. Con
preocupación global por los enormes incendios, dicen provocados por manos
criminales; con rabia con el presidente Bolsonaro que se siente su dueño y
califica de entrometidos a su colega francés y al Papa mismo por referirse a la
situación. Porque el Amazonas es de todos y no de unos pocos que quieren
enriquecerse explotándolo. Y a nivel eclesial, porque con la escasez de clero,
la atención pastoral a sus gentes, en aquellas distancias, no ha sido la mejor
y por eso la propuesta de ordenar sacerdotes a hombres mayores, casados y
probados. Porque las estrategias evangelizadoras no pueden ser las mismas de
otras épocas. Porque la Iglesia debe ser abanderada, junto con otros
movimientos ecologistas de su protección y cuidado. Francisco con su encíclica
Laudato Si ha llamado la atención al respecto y ya tenemos claro que no se
trata de una motivación romántica sino de nuestra supervivencia como especie
humana.
Vamos a ver en qué para todo esto. Sin duda, hay muchos intereses en
juego: ecológicos, económicos, políticos, religiosos, entre otros. No siempre
convergen y por eso la Amazonia seguirá en la mira por mucho tiempo, dará mucho
que hablar y la Iglesia jugará un rol muy importante en su cuidado. Veremos las
conclusiones del Sínodo y el Papa no vacilará en tomar posturas que a muchos
les resultarán incómodas. Lo comentaremos en su momento.