Yo confieso
Por Antonio Montoya H.*
Que voté a favor del acuerdo de
paz, en el año 2016, por ser un convencido de que las diferencias que se
presenten habitualmente en cualquier ámbito, sea social, empresarial, familiar
o institucional, debe ser solucionado a través de la concertación, por ser tal vez
el único medio en el que las heridas originadas en los desacuerdos pasen
desapercibidas y se puedan reanudar las relaciones entre las partes, bajo nuevas
reglas de convivencia.
Pero, lamentablemente la subversión,
las FARC, realmente entendieron poco el mensaje de convivencia, tomaron todo y no
dieron nada a cambio, con excepción de algunos líderes del grupo y muchos
guerrilleros de base que se han comportado a la altura del acuerdo firmado. Es
una lástima tener que aceptar que me equivoqué, porque el fin era noble, se
buscaba un país que después de más de cincuenta años de conflicto diera un
salto y cesaran los ataques, los muertos y la violencia que imperó en el
territorio colombiano.
La realidad fue otra, algunos
de los negociadores del acuerdo y firmantes de este, desestabilizaron su propio
grupo, lo dividieron, no supieron vivir en paz y retornaron a la guerra, para
producir terror, desazón en las personas y daño a la infraestructura, qué mal
ejemplo el que dan, la palabra empeñada no sirvió para nada.
También, como consecuencia de
ello, en el Congreso de la República vemos como las voces de apoyo de la
izquierda, los ataques a la institucionalidad generan cada vez más división,
fomentan el odio, utilizan todos los medios para desestabilizarla. Para ellos todo es malo, todo se ataca, nada es honesto, y
nada sale bien.
Entiendo que estamos bajo un
sistema democrático, representativo, en el que el respeto y la tolerancia deben imperar para lograr mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Por
ello, si nos atacamos, nos demolemos entre nosotros mismos, ganan las fuerzas
que por las armas no lograron la toma del poder y ahora que están gozando de
las mieles del acuerdo, aprovechan para conquistar el objetivo final, el
poder.
Confieso que he venido
pensando seriamente en el futuro que le dejaremos a las nuevas
generaciones al paso que llevamos. No ha sido tarea fácil, pero busco que, conociendo la historia y los
acontecimientos de los últimos años, este devenir no sea tan nefasto como a
primera vista da la impresión. No imagino peor futuro que quedar en manos de
quienes se llaman socialistas, sin entender lo que ello implica, que es mejorar
las condiciones de todos, garantizando trabajo, propiedad, justicia y equidad,
por cuanto lo que ellos consideran es simplemente obtener el poder y arrasar
con la economía, la estabilidad y el futuro.
Por todo ello, creo necesario
tomar una decisión personal, y es la de afiliarme al Centro Democrático como un
soldado más, sin buscar beneficio alguno, pero sí manteniendo unos postulados
firmes que permitan que, a través del trabajo, unidad de mando y respeto por
los demás, podamos contrarrestar los avances de la izquierda y darles opciones
mejores a los ciudadanos ávidos de esperanza, bienestar y seguridad.
Confieso que he estado en
desacuerdo con el señor expresidente Álvaro Uribe, en temas como el de la reelección,
el de las decisiones que dejan a los candidatos en el aire como sucedió en Medellín
hace cuatro años, o con el reciente de Bogotá. Pero al final son más las
coincidencias, por ello, en estos momentos de ataque a su nombre y al legado,
me inscribiré en el partido como nunca en mi vida lo había hecho y aunque
considere una buena opción al doctor Germán Vargas Lleras, partido al que nunca
me asocié.
Afiliarme ahora, es un acto de
fe, en un partido organizado y en el que la disciplina, el orden y el trabajo
en equipo dan resultados beneficiosos para el país.