jueves, 15 de agosto de 2019

Saravena: de sargentos y coroneles


Por José Alvear Sanín*

Coronel John Marulanda
Corre en la red el video del teniente coronel comandante del Grupo (Batallón) de Caballería Revéis Pizarro, en Saravena, Arauca, poniendo los puntos sobre las íes en cuanto a lo que significa ser soldado del ejército de Colombia. Al oírlo me emocioné. Fui comandante de esa unidad táctica entre 1996 y 1997; años duros y difíciles. Y me llamó la atención que el oficial declarase con orgullo ser hijo de un suboficial.

El escalafonamiento castrense entre oficiales, suboficiales y tropa es una división funcional diseñada para la guerra desde la época griega. Luego de los romanos, en la era federiciana, devino en un fraccionamiento clasista en donde únicamente los nobles eran oficiales y quienes no fueran de la realeza, pero tuvieran condiciones excepcionales, podían ser suboficiales. El sargento, entonces, se convirtió en el eje articular del mejor ejército europeo para la época. De Prusia, ese tipo de organización saltó a Chile y de ahí llegó a Colombia, después de la guerra de los mil días. Ambos países, sin nobleza y altamente interraciales.

Hoy, es impensable que los hijos de generales sean suboficiales, pero los hijos de los suboficiales frecuentemente logran ser oficiales, en una dinámica que garantiza la esencia de liderazgo militar pues no es buen jefe quien no fue buen subalterno. Y los que nacen generales, no siempre entienden las dinámicas internas de “su” ejército.

Las jerarquías por grados y responsabilidades, la disciplina, severidad, tradiciones y símbolos, son características –y necesidades– de los cuerpos armados de todos los Estados. En los occidentales, esas peculiaridades han permitido democracia, seguridad y desarrollo; en los comunistas, ayudan a la tiranía a convertir el país en un cuartel y a la sociedad en soldadesca, como en Venezuela. Aquí, comunistas, resentidos y oportunistas han aprovechado la rígida estructura castrense para intentar generar odio de clases, especialmente entre retirados y reservistas.

Bien por el coronel Rico, hijo de sargento mayor. Es en esos contextos familiares y operacionales en donde se forja el carácter, la moral y la probidad. Allí es donde uno entiende que el coronelato no es un honor, sino un peso ético que, como una columna, soporta el deber ser de la institución bicentenaria. Los cajones de arena, cartas de situación, estadísticas y oficinas burocráticas, cultivan guerreros de utilería. Y son los soldados de verdad, los de “una profesión de hombres honrados” como diría Calderón de la Barca, los que ahora Colombia reclama con apremio.