miércoles, 14 de agosto de 2019

Colombia y Venezuela: hambre y poder


Por José Alvear Sanín*

José Alvear Sanín
Se me hace que, con “Los caballeros”, Aristófanes inicia la ciencia política. Cleón ejerce el poder atragantando continuamente a un viejo tonto, Demos, con delicados bocaditos. Las hilarantes escenas iniciales describen admirablemente el mecanismo imperecedero de la demagogia. Consiste esta en halagar con migajas al pueblo, dejando de lado tanto el deber ser como el previsible daño posterior para la sociedad que se deja dominar por embaucadores y oportunistas.

El resto de la obra trata de la política de su tiempo en Atenas, esbozando la posible redención de ese flagelo, gracias a la intervención de los criados honestos del manipulable vejete.

Ahora bien, el tema del hambre domina toda la política. Saciarlo es el primer paso en el camino hacia el bienestar, meta que toda sociedad procura. Así que, con lamentable frecuencia, prosperan más fácilmente quienes seducen al pueblo con apetitosos subsidios y promesas que conducen a la permisividad y a la holgazanería, que quienes recetan esfuerzo, estudio, ahorro, austeridad y legalidad.

Ninguna sociedad ha podido eliminar las diferencias sociales, ni completamente la miseria. Los pobres de los países “desarrollados” serían considerados como ricos en el tercer y en el cuarto mundos, pero tanto ellos como los de los países ricos resienten las diferencias de ingreso y de oportunidades. No existe, entonces, país donde la demagogia no produzca buenos resultados electorales.

A mayor desigualdad y pobreza, mayor facilidad para los populistas y los promeseros, y mayores posibilidades también para la acción revolucionaria.

En Colombia se desconoce el inmenso progreso social y económico del país, por tanto, la miseria que todavía aqueja a parte considerable de su población facilita tanto la demagogia populista y electoral como la rebelión armada, que son precisamente los peores remedios. Esos deplorables extremos, combinados además como medios de lucha, coordinados estratégicamente y exaltados académica y políticamente, nos han conducido a la lamentable situación que atravesamos.

Las promesas revolucionarias de los movimientos marxistas hacen creer al pueblo que socialismo y revolución van a conducirlo a la prosperidad y a la felicidad, sin darse cuenta de que a los comunistas solo les importa la pobreza como catalizador del proceso revolucionario. Lo que los motiva es “la creación del hombre nuevo”, que justifica la revolución, la represión, la miseria y el hambre previos al “paraíso proletario” que debe encontrarse al final de la historia. La eliminación de clases sociales enteras y de “parásitos” es la constante en Rusia, China, Corea, Cuba…

Entonces, la lucha contra el hambre y la pobreza es el arma más eficaz para la conquista del poder, y una vez logrado este, el hambre se convierte en el arma más eficaz para dominar al pueblo; la distribución de comida escasa y mala es mejor que el hambre cotidiana. ¡Sin el carnet de la patria, ¿quién puede medio comer?!

En cierto sentido, los venezolanos son afortunados porque han podido huir por millones del hambre, cuando rusos, primero, y ucranianos luego, no pudieron escapar y murieron por millones.

El éxodo venezolano ha beneficiado al régimen porque: (1.) tiene menos bocas para mal alimentar, y (2.) millones de refugiados van a desestabilizar los países vecinos, ocasionando desempleo y hambre en las clases menos favorecidas.

A medida que los países se van cerrando, va llegando el momento en que solo Colombia acoja esa atroz diáspora.

Contradiciendo al despalomado Minhacienda, que afirma ignorar las causas del aumento del desempleo, es urgente tomar medidas para evitar que el aumento del paro haga menos sostenible el precario modelo económico que detenta la frágil democracia colombiana.

Con excepción de la benéfica recolección de café por parte de los venezolanos que reemplazan a los que se fueron para atender la permanente cosecha de coca, los colombianos vienen siendo desplazados de multitud de oficios como mensajeros, taxistas, cajeros, peones, obreros, meseros, lavacarros, para no hablar de servicios domésticos y sexuales, ni de ladrones, carteristas y vagos.

Mientras Maduro siga en el poder, para lo cual cuenta con la pasividad, imbecilidad y pusilanimidad de los gobiernos latinoamericanos, la economía de su país no podrá recuperarse y el éxodo seguirá incontenible, lo que a ese régimen abominable conviene, como ya vimos.

Es comprensible la tolerancia de Santos frente a este problema, pero no lo es tanto la ausencia de una política adecuada por parte del actual gobierno. No basta con atender los problemas médicos de los refugiados (que agravan la deficiente calidad de esos servicios para los colombianos), porque estamos en mora de recoger a los venezolanos en campos de refugiados, para impedir que quiten el trabajo a nuestros compatriotas. Esa solución es dura, pero mejor que la azarosa vida que llevan. También es costosa, pero para eso sirven las Naciones Unidas y la solidaridad internacional, porque hasta ahora, los campamentos instalados por ACNUR en la frontera son insuficientes y temporales, y no impiden que los desventurados venezolanos se extiendan por todo el país.

Ese gran problema sin precedentes puede arrastrarnos, si continuamos aplazando medidas urgentes y contundentes, como las que reclama esta crisis.

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Ningún colombiano respetuoso de la ley es premiado con ocho años de ingresos y EPS, que el gobierno se dispone a decretar adicionalmente para los “excombatientes” de Farc, amén de los costosos “proyectos productivos”, novedosa forma de emprendimiento, para que esos individuos se sientan inspirados gerentes, sin preocupación por el PyG, ni tener que correr con el riesgo empresarial implícito en la economía naranja.