Por José Alvear Sanín*
Se me hace que, con “Los caballeros”,
Aristófanes inicia la ciencia política. Cleón ejerce el poder atragantando
continuamente a un viejo tonto, Demos, con delicados bocaditos. Las hilarantes
escenas iniciales describen admirablemente el mecanismo imperecedero de la
demagogia. Consiste esta en halagar con migajas al pueblo, dejando de lado
tanto el deber ser como el previsible daño posterior para la sociedad que se
deja dominar por embaucadores y oportunistas.
El resto de la obra trata de la política de su
tiempo en Atenas, esbozando la posible redención de ese flagelo, gracias a la
intervención de los criados honestos del manipulable vejete.
Ahora bien, el tema del hambre domina toda la
política. Saciarlo es el primer paso en el camino hacia el bienestar, meta que
toda sociedad procura. Así que, con lamentable frecuencia, prosperan más fácilmente
quienes seducen al pueblo con apetitosos subsidios y promesas que conducen a la
permisividad y a la holgazanería, que quienes recetan esfuerzo, estudio,
ahorro, austeridad y legalidad.
Ninguna sociedad ha podido eliminar las
diferencias sociales, ni completamente la miseria. Los pobres de los países
“desarrollados” serían considerados como ricos en el tercer y en el cuarto
mundos, pero tanto ellos como los de los países ricos resienten las diferencias
de ingreso y de oportunidades. No existe, entonces, país donde la demagogia no
produzca buenos resultados electorales.
A mayor desigualdad y pobreza, mayor facilidad
para los populistas y los promeseros, y mayores posibilidades también para la
acción revolucionaria.
En Colombia se desconoce el inmenso progreso
social y económico del país, por tanto, la miseria que todavía aqueja a parte
considerable de su población facilita tanto la demagogia populista y electoral
como la rebelión armada, que son precisamente los peores remedios. Esos
deplorables extremos, combinados además como medios de lucha, coordinados
estratégicamente y exaltados académica y políticamente, nos han conducido a la
lamentable situación que atravesamos.
Las promesas revolucionarias de los movimientos
marxistas hacen creer al pueblo que socialismo y revolución van a conducirlo a
la prosperidad y a la felicidad, sin darse cuenta de que a los comunistas solo
les importa la pobreza como catalizador del proceso revolucionario. Lo que los
motiva es “la creación del hombre nuevo”, que justifica la revolución, la
represión, la miseria y el hambre previos al “paraíso proletario” que debe
encontrarse al final de la historia. La eliminación de clases sociales enteras
y de “parásitos” es la constante en Rusia, China, Corea, Cuba…
Entonces, la lucha contra el hambre y la
pobreza es el arma más eficaz para la conquista del poder, y una vez logrado
este, el hambre se convierte en el arma más eficaz para dominar al pueblo; la
distribución de comida escasa y mala es mejor que el hambre cotidiana. ¡Sin el carnet
de la patria, ¿quién puede medio comer?!
En cierto sentido, los venezolanos son
afortunados porque han podido huir por millones del hambre, cuando rusos,
primero, y ucranianos luego, no pudieron escapar y murieron por millones.
El éxodo venezolano ha beneficiado al régimen
porque: (1.) tiene menos bocas para mal alimentar, y (2.) millones de
refugiados van a desestabilizar los países vecinos, ocasionando desempleo y
hambre en las clases menos favorecidas.
A medida que los países se van cerrando, va
llegando el momento en que solo Colombia acoja esa atroz diáspora.
Contradiciendo al despalomado Minhacienda, que
afirma ignorar las causas del aumento del desempleo, es urgente tomar medidas
para evitar que el aumento del paro haga menos sostenible el precario modelo
económico que detenta la frágil democracia colombiana.
Con excepción de la benéfica recolección de café
por parte de los venezolanos que reemplazan a los que se fueron para atender la
permanente cosecha de coca, los colombianos vienen siendo desplazados de
multitud de oficios como mensajeros, taxistas, cajeros, peones, obreros,
meseros, lavacarros, para no hablar de servicios domésticos y sexuales, ni de
ladrones, carteristas y vagos.
Mientras Maduro siga en el poder, para lo cual
cuenta con la pasividad, imbecilidad y pusilanimidad de los gobiernos
latinoamericanos, la economía de su país no podrá recuperarse y el éxodo
seguirá incontenible, lo que a ese régimen abominable conviene, como ya vimos.
Es comprensible la tolerancia de Santos frente
a este problema, pero no lo es tanto la ausencia de una política adecuada por
parte del actual gobierno. No basta con atender los problemas médicos de los
refugiados (que agravan la deficiente calidad de esos servicios para los
colombianos), porque estamos en mora de recoger a los venezolanos en campos de
refugiados, para impedir que quiten el trabajo a nuestros compatriotas. Esa
solución es dura, pero mejor que la azarosa vida que llevan. También es
costosa, pero para eso sirven las Naciones Unidas y la solidaridad
internacional, porque hasta ahora, los campamentos instalados por ACNUR en la
frontera son insuficientes y temporales, y no impiden que los desventurados
venezolanos se extiendan por todo el país.
Ese gran problema sin precedentes puede
arrastrarnos, si continuamos aplazando medidas urgentes y contundentes, como
las que reclama esta crisis.
***
Ningún colombiano respetuoso de la ley es
premiado con ocho años de ingresos y EPS, que el gobierno se dispone a decretar
adicionalmente para los “excombatientes” de Farc, amén de los costosos
“proyectos productivos”, novedosa forma de emprendimiento, para que esos
individuos se sientan inspirados gerentes, sin preocupación por el PyG, ni
tener que correr con el riesgo empresarial implícito en la economía naranja.