viernes, 16 de agosto de 2019

Entre el semáforo y el túnel


José Leonardo Rincón, S. J.*


José Leonardo Rincón Contreras
Alguien hizo la comparación y me quedó dando vueltas. Mientras en la capital del país con rueda de prensa, bombos, platillos y gran despliegue en las redes sociales se anunciaba la puesta en marcha de semáforos con contador regresivo, en Medellín se inauguraba el túnel más largo de Latinoamérica que conecta a la capital de la montaña con el aeropuerto de Rionegro en solo 20 minutos.

Lamentable, por no decir vergonzosa, la fiesta bogotana haciendo alharaca de unos recién instalados semáforos que, en la población de El Paujil, en Caquetá, funcionan desde hace varios años, así como se usan desde hace muchos años en otras varias ciudades de Colombia. Qué cortedad y qué poquedad para una ciudad de más de 8 millones de habitantes, por cierto, con muy pocos rolos auténticos.

Motivo de alegría y orgullo, la fiesta paisa con la apenas ayer inaugurada obra de infraestructura realmente maravillosa. Acabo de pasar por allí. He observado también dos videos que la muestran desde la bocatoma en la vía Las Palmas, pasando por varios viaductos, algunos de ellos curvos, con vías nuevas, hasta llegar al túnel de 8 kilómetros, para tener finalmente la salida casi ad-portas del aeropuerto. Con antelación se había anunciado que el costo del peaje sería razonable, de modo que mucho se ha ganado con este nuevo aporte al país. Qué ganas, qué empuje, qué garra para hacer el sueño realidad. No es regionalismo, es amor por su tierra.

En Bogotá, después de 60 años, sigue la discusión sobre el metro: que si elevado, que si subterráneo, que si mejor el contaminante Transmilenio por la Séptima, que si el vetusto tren de cercanías… ahí lo están pensando.  Cada alcalde hace sus estudios, sus cálculos, su presupuesto y cuando va a arrancar, se le acabó su tiempo. Vendrá su sucesor a hacer lo propio, y así sucesivamente en el eterno retorno.

En Medellín, la cosa es diciendo y haciendo. El metro funciona hace décadas y parece inaugurado ayer. ¿Lo han visto? Sus estaciones perfectamente limpias, sus vagones impecables, la cultura ciudadana, la cultura metro, se ha venido construyendo y consolidando. No son solo las dos líneas que van desde Niquia hasta Caldas y de San Antonio hasta San Javier. Son las escaleras eléctricas, los teleféricos, el tranvía desde el centro hasta más arriba de Buenos Aires, los buses, el sistema todo, integrado y funcionando. ¡Es una espiral ascendente!

Bogotá es de todos y es de nadie. A ella llega todo el mundo en búsqueda de oportunidades, pero nadie se siente bogotano y menos aún tiene el sentido cívico para quererla y cuidarla. Es simultáneamente su grandeza de ciudad cosmopolita, efectivamente rica en alternativas, plural y abierta para todos, pero es también su karma y su lastre. Es un monstruo gigante y desordenado que no ha contado con la suerte de contar con buenos alcaldes. El uno fue tan honesto, tan honesto que lo único bueno que hizo fue tratar de inculcarnos valores ciudadanos, fracasando en su propósito porque ninguno posterior le siguió la onda. El otro fue y ha sido un realizador de obras, pero su arrogancia lo distanció de la gente. El otro con su ego político subido y crecida soberbia demostró ser mejor orador en el senado que alcalde ejecutor. Vendrá la gritona o el delfín aún biche, o el mejor de los hijos de Galán treinta años después.

Medellín con su calurosa primavera, que más parece ardiente verano, ha sufrido los peores rigores de la guerra por el narcotráfico, las bandas delincuenciales y todos los actores armados. Ha sabido sobreponerse en medio del más escabroso caos. Su gente, naturalmente colaborativa y solidaria, suma y multiplica. Con todo, la cultura del dinero fácil también ha hecho sus estragos pues pervirtió los ancestrales valores religiosos y volvió mediocres a muchos que nunca lo fueron por generaciones. El sentimiento regionalista ha sido el motor que no los ha dejado claudicar. Sus gobernantes suelen sobreponerse a sus animadversiones tratando de trabajar juntos.

Dos ciudades, dos realidades, dos actitudes ante la vida. En tanto para unos el semáforo es su gran logro, para otros el túnel es apenas un peldaño más hacia la realización de grandes sueños. Amo estas ciudades: en una nací en la otra me crie. Me alegran sus triunfos y me duelen sus reveses. Pero en lo que hoy les compartí, definitivamente las diferencias son muy grandes todavía. La cuestión no es solo de pasión, es también de convicción y de decidida gestión. Menos discurso y más acción.