Por José Alvear Sanín*
No es que Bogotá se haya ganado. La actual
administración apenas se ha podido ocupar de la recuperación administrativa de
la capital, después de tres alcaldías deplorables en todo sentido, pero el doctor
Peñalosa —competente urbanista pero mediocre político— no pasa de ser un
funcionario “neutral” en un país empujado al abismo.
Desde luego, es mejor esa neutralidad que la
militancia revolucionaria de sus tres pésimos antecesores, el inepto, el ladrón
y el gran tergiversador.
La importancia de Bogotá en la política
nacional excede su tamaño económico y su enorme población, porque su peso
electoral es decisivo, aun sin tener en cuenta maniobras comiciales masivas y
fraudulentas, que pueden repetirse, si el Distrito retorna a la extrema
izquierda en octubre.
La derrota de Óscar Iván Zuluaga en 2014 se
debió a la combinación de: 1. La trapisonda del hacker. 2. Los dineros de
Odebrecht, y 3. Las novecientas y pico de juntas de acción comunal puestas por
la Alcaldía al servicio de la votación por Santos, abusiva intervención que
Peñalosa no repitió a favor de Duque, a pesar de llevar sufriendo tres años de
sistemática denigración y descalificación por parte de Petro, el bilioso.
Ignorar la amenaza que significa para la
democracia una Alcaldía de Bogotá en manos de la subversión es culpable miopía.
Por desgracia, ni el presidente ni el CD se ocuparon, desde agosto del año
pasado —como algunos advertimos— de preparar para la elección de octubre de
2019 un programa adecuado y un candidato idóneo y capaz de ganar. Entretanto,
las gentes se acostumbraban a considerar como inevitable la llegada al palacio
Liévano de una candidata iracunda, desenfrenada y descobalada, para reanudar en
Bogotá la peor guacherna populista, demagógica y desgreñada.
La más reciente medición demoscópica de Guarumo
debe tenerse en cuenta. A 93 días de las elecciones para gobiernos locales,
López ha descendido del 60% al 26.2% de favorabilidad, mientras Carlos Fernando
Galán llega al 12.7% y Miguel Uribe, al 9.7%.
Como los dos últimos señores, sumados
representan 22.4%, si se unen a tiempo pueden dar la pelea. De lo contrario,
ambos tendrán que responder por una tragedia aterradora para la capital y por
el pronóstico reservado para la supervivencia de la democracia colombiana,
porque no existe aún —estamos en mora— segunda vuelta en la elección de
alcaldes.
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La ambigua lavada de manos por parte de la Corte
Constitucional en el asunto de la aspersión con glifosato, solo puede
entenderse como una nueva demostración de que el país está sometido a una
autoridad clandestina, que se manifiesta a través de cuatro cortes de raposas
jurídicas. En consecuencia, la aspersión sigue excluida. Solo podrá usarse, y con
mil precauciones, cuando según los parámetros bien elásticos del AF,
interpretados por sus secuaces en ese “alto” pretorio, fracase —hacia el año de
Upa— la erradicación voluntaria.
***
¡Qué envidia del Perú, donde la amenaza de
convocar un referéndum recupera la autoridad presidencial y donde la justicia
llama a juicio a cuatro expresidentes indignos!