Por John
Marulanda*
Si los soldados
y policías son humillados durante el cumplimiento de su misión, vilipendiados
por agentes extranjeros y juzgados y condenados por el enemigo que derrotaron,
cuando llegue el momento de salvaguardar a sus conciudadanos, vacilarán y cada
quien tendrá que defenderse como pueda. Y ahí reiniciará el caos.
Lo sucedido en
La Lizama, es un adelanto de lo que puede suceder en grande si no se adoptan
medidas serias, aunque incómodas, destinadas a evitar que el país caiga en una
nueva oleada de barbarie. Lo que viene sucediendo cada vez con mayor frecuencia
y de manera sistemática en Cauca, Nariño, Putumayo, Catatumbo, Arauca y en el
propio Bogotá, es una muestra de las vulnerabilidades y debilidades de las
fuerzas legales y legítimas del Estado. Ni en Noruega, ni en Francia, ni en
Estados Unidos, puede una persona amenazar a un soldado con un machete en el
cuello mientras intenta quitarle su fusil de dotación, ni apedrear a un militar
por la espalda, sin que haya una reacción fuerte. Aquí, burócratas, periodistas
y jueces mamertoides descalifican la letalidad de las fuerzas militares como
algo perverso, cuando en realidad es el mejor disuasivo para males peores, como
el del camino que estamos transitando a la vista de todos. La prudencia es una
cosa, el amilanamiento otra. Para no hablar de la cobardía.
Narcomilicianos
farianos y elenos, al comprobar que los soldados no van a disparar, avanzarán
intentando meterse a bases o cuarteles para asesinar uniformados, obtener
armamento o realizar actos simbólicos como izar su bandera y pintar grafitis,
éxitos asegurados de táctica propagandística.
Mientras tanto,
algunos comandantes militares y policiales, amedrentados por jueces amañados y
por gacetilleros, parecen esperar la orden del señor Vivanco desde Washington,
para hacer uso de sus armas de dotación, a pesar de estar cumpliendo a
cabalidad con todos los protocolos establecidos, como lo aclaró la Comisión de
Excelencia Militar.
Indígenas
cocaleros, campesinos entrenados por cubanos y jóvenes milicianos manipulados
por hábiles comunistas, impiden que nuestros policías cumplan órdenes de
captura, dinamitan a quienes erradican cultivos ilícitos, montan acusaciones
falsas, mientras sus cabecillas, desde Caracas, vociferan libertad, justicia,
antimperialismo y cacarean el tozudo proyecto castro chavista: construir a
punta de babas, ladronismo y plomo una sola patria narco bolivariana, ahora con
dos corredores estratégicos binacionales en pleno desarrollo, al norte y al sur
de ambos países. Cortesía santoshabanera de la “combinación de todas las
formas de lucha”.