Por Pedro
Juan González Carvajal*
En el año del
Bicentenario, la reflexión debería centrarse en sí hemos aprovechado o no estos
200 años para construir la sociedad que queremos en todos los órdenes, valorar
lo alcanzado, y reconocer los fracasos para no volverlos a cometer.
Sea lo primero,
aceptar que cuando dimos el Grito de Independencia por allá en 1810, no
teníamos ninguna propuesta concreta de qué hacer con la presumida independencia
alcanzada, y como era obvio, la Monarquía nos cogió con los calzones en la
mano, y en medio de 6 años de “Patria Boba”, nos reconquistaron Sámano y
Morillo, y nos dejaron peor de como estábamos.
Esto sirvió para
que Bolívar iniciara la Campaña Libertadora, respaldada en su propia
cosmovisión y después de derrotas y victorias, logramos la tan anhelada
Independencia el 7 de agosto de 1819, fecha en la que se hicieron evidentes las
posturas divergentes de Bolívar y Santander, de cómo organizar la nueva
República, lo que nos impidió tener un proyecto nacional único que nos sirviera
de punto de partida, hecho que, entre otras cosas, no ha sido superado hasta el
presente.
Otro hecho
frustrante es haber tenido en estos 200 años cerca de docena y media de
Constituciones Políticas, sin que ninguna haya podido cimentar las bases de convivencia
y de ciudadanía que se requieren para poder vivir en comunidad.
El hecho de que
hayamos tenido caudillos más que verdaderos líderes, es una circunstancia
frustrante y desafortunada.
La pérdida de
Panamá y de cerca de 300.000 kilómetros cuadrados de territorio nacional con
los vecinos, en este período, producto de la acción, de la omisión o de la
corruptela, es otro hecho que no solo resulta frustrante, sino, además,
imperdonable.
Nuestra relación
consuetudinariamente sumisa hacia los Estados Unidos es otra actitud frustrante
y vergonzosa.
El hecho de
tener registrados 63 conflictos entre internos y externos en estos 200 años,
habla muy mal y por sí solo, de nuestro espíritu pendenciero y proclive al
conflicto.
El no haber
podido construir en estos 200 años una cultura de la paz, de la tolerancia, de
la equidad, de la solidaridad, de la justicia y de la previsión, es un hecho
que habla muy mal del inadecuadamente llamado sistema educativo colombiano.
Los varios
intentos fallidos por lograr la paz, con todos sus costos colaterales, son una
realidad histórica frustrante que nos alerta sobre el futuro del proceso que en
la actualidad queremos consolidar.
El haber tratado
de integrarnos económica y comercialmente con los vecinos con proyectos
incompletos o fallidos como la ALALC, el Pacto Andino, el ALCA, entre otros, es
otro elemento de frustración.
La muerte de
millones de compatriotas producto de las luchas internas y el asesinato casi
sistemático de personajes ilustres, han privado a Colombia de un importante
patrimonio humano, llenándonos de rabia, impotencia y frustración.
El aborto del
Mundial de Fútbol de 1986, las especulaciones de Belisario con su tradicional
retórica y/o verborrea alrededor de la hipotética ciudad llanera de Marandúa,
comparable solamente con la Ciudad Atlante, habla a las claras de nuestros
sueños fallidos y de cómo una frustración va seguida de otra frustración.
Obras que
superan por cronograma a la construcción de las pirámides egipcias como la
reconstrucción de los ferrocarriles, el Túnel de la Línea, la carretera
Buenaventura-Bogotá, la recuperación de la navegabilidad del río Magdalena, la
terminación de la carretera Marginal de la Selva, por solo mencionar algunas,
nos hacen incrédulos con respecto a cronogramas y presupuestos que nunca se
cumplen y que dejan muy mal paradas a las instituciones de educación superior que
venden programas alrededor del diseño y la gerencia de proyectos.
A lo anterior
hay que sumarle la corruptela y la corrupción creciente que nos ha acompañado
durante toda nuestra vida republicana, haciendo que ya casi la veamos como un
hecho normal en el quehacer de la administración de los recursos públicos y
privados. ¡Qué gran frustración!
La falta de
conciencia geográfica e histórica, el abandono tradicional de la Colombia insular,
del Chocó, de la Guajira y de los anteriormente denominados Territorios
Nacionales, es otro gran estigma de frustración.
No haber podido
erradicar la aftosa, no cuidar el agua, ni los páramos, ni los bosques, ni las selvas, ni a nuestros niños, es el
complemento final de nuestra histórica cadena de frustraciones.
Ojalá este
bicentenario nos sirva para reflexionar y para enderezar el rumbo.