Por Pedro Juan González Carvajal*
Epistemológicamente
hablando, las acciones humanas pueden ser, entre otras, acertadas, erróneas o
accidentales.
No
me considero en situación de juzgar, porque no soy juez, ni de evaluar, porque
no tengo los suficientes elementos de evaluación, con respecto a la situación
que se vive en Hidroituango. Confío en la idoneidad, profesionalismo y compromiso
de los técnicos vinculados al proyecto y en la responsabilidad y probidad de
los gobernantes y funcionarios pasados y actuales, pero sobretodo, en la
experiencia, seriedad y solvencia empresarial de Empresas Públicas de Medellín.
No
me cabe en la cabeza pensar ni por un minuto que las decisiones que se han
tomado no han sido sometidas a rigurosa evaluación técnica. Cabe la posibilidad
de que, como en cualquier situación humana, puedan presentarse errores y mucho
más, accidentes, pero no que la imprevisión, la soberbia o las presiones
ajenas, hayan influenciado la toma de decisiones adecuada.
El
desastre ambiental es inocultable, causado por el error o por los accidentes.
Cuando los países que han empleado bombas nucleares lo han hecho, ha sido a
plena conciencia y sin previa licencia ambiental, y sus impactos han generado
invaluables costos ambientales, incluyendo la muerte de seres humanos en gran
cantidad.
En
este caso, los errores, si existen, deben reconocerse y corregirse a la mayor
brevedad y los accidentes deben ser prevenidos y oportunamente alertada su
posible ocurrencia, así como atendida integralmente la población que se
encuentra potencialmente vulnerable.
Lo
sucedido cuando se secó temporalmente el cauce del río Cauca, aguas abajo, es
irreversible e irreparable. Su dimensionamiento es improbable y sus secuelas
golpearán a la región por largo tiempo.
Uno
diría que esto no puede volver a ocurrir, pero a esta altura de los
acontecimientos, no se puede asegurar a ciencia cierta.
Qué
prueba y qué exigencia profesional se viene para los responsables directos de
la toma de decisiones: evaluar y definir la viabilidad, sostenibilidad y
sustentabilidad del proyecto a largo plazo o clausurarlo definitivamente, con
todas las consecuencias que esto acarree.
No
podemos darnos el lujo de tomar decisiones para el corto plazo: los
funcionarios pasan, pero los Municipios quedan. Por cuidar reputaciones,
imágenes personales o proyectos políticos futuros, no podemos, por salir
airosos en el corto plazo, incubar una tragedia de quien sabe cuáles
proporciones para el mediano o largo plazo: sería un acto no solamente
irresponsable, sino, además, criminal.
Sostiene
la Negra Nieves: “Tengamos los ojos bien
puestos sobre Venezuela mientras hacen trizas nuestra paz”. (El Espectador,
sábado 23 de febrero).