Por Antonio Montoya H.*
Es
cierto que la indigencia es un problema social que está presente en cualquier población
del mundo, desde los más ricos como New York o Tokio, hasta los de menores
recursos, como algunos lugares de África, Asia o Europa, regiones sumidas en la
pobreza. Es pues una situación que deben enfrentar los gobiernos del mundo y
Colombia no está exenta de ella.
Es
un asunto que tiene sus orígenes en la droga, el alcoholismo, e inclusive, en
las difíciles condiciones familiares que hacen que los niños, jóvenes y aún
mayores se alejen de allí prefiriendo sobrevivir en la indigencia que aceptar
el abuso y el maltrato familiar.
Se
dice que el lugar más seguro es el hogar, pero en muchos casos es el sitio de más
peligro, donde se convive con padres abusadores, violentos, que traen de la
calle la rabia, el orgullo herido o simplemente son malas personas y se
desahogan de sus propias tristezas y dolor, pegando, violando a sus propios
familiares y convirtiendo el hogar en un verdadero infierno.
Son
bastantes, constantes y coincidentes las historias que los indigentes cuentan
de su propia vida, y el porqué de la decisión de huir y someterse a la
inmundicia de la vida en las aceras y sitios de droga en la ciudad, sujetos que
prefieren pasar malas noches con hambre y frío que estar sometidos al atropello
de los suyos.
Todo
lo anterior es grave, una muestra palpable de la degradación sin límites de
nuestra sociedad, de lo difícil que es vivir, ya sea en el campo o en la
ciudad, del drama humano que nos rodea y del que de una forma u otra hacemos
parte del problema. El hecho de comprenderlo y aceptar la vulnerabilidad de
nuestros semejantes tiene que conllevar a una acción sistemática en la búsqueda
de la solución del problema, solución que no está en las organizaciones no
gubernamentales (ONG) que tanto trabajo realizan por el bienestar de los demás,
a través de personas y filántropos que ayudan con aportes en dinero a mejorar
condiciones sociales de miles de personas en el mundo. Ellos trabajan con ahínco
y sin interés alguno, pero el que le debe poner toda la dinámica, la
inteligencia, el análisis y la planeación a la disminución del impacto de la indigencia
es el Estado, y nuestro Estado es insolente y poco recursivo.
Pongo
un ejemplo de lo que ocurre en Medellín - Antioquia, nuestra querida ciudad. Desde
hace varios años los alcaldes inician acciones jurídicas y sociales para acabar
con el micro tráfico, las ollas de vicio y en efecto lo logran: todos los
indigentes, drogadictos y bandidos salen del lugar donde se juntan a consumir,
vender o traficar, pero siguen sueltos, abandonados y salen a poblar otro lugar
y así lo han hecho desde la Plaza de la Macarena río arriba por muchas cuadras,
llevando a las calles insalubridad, inseguridad y vicio, es decir, se riega por
todas partes la indigencia, la cual como no es buena, ni sana, y pone en riesgo
a los ciudadanos de bien. Hoy, el centro de la ciudad está inundado en sus
calles y aceras de personas durmiendo en ellas, y cuando se despiertan generan
violencia porque roban y atracan para subsistir. Hoy, de la tacita de plata no
queda nada, se están apoderando de la ciudad y a la gente le da miedo caminar.
Por
ello digo claramente, los gobernantes deben atacar el problema, con soluciones
reales, poniendo a trabajar a los indigentes no facilitando la vida en las
calles, espacio que les permite vivir del robo y la limosna, sin aportar a su
reinserción social.
El
alcalde prometió seguridad y prosperidad, y mejorar la calidad del centro de la
ciudad y eso no se está logrando. Tiene tiempo de mejorar las condiciones para que
los que trabajan y habitan en esos lugares tengan buena convivencia. Lo invito
a que camine por las calles y vea la realidad, un mundo diferente a lo que le
puedan describir quienes trabajan para la alcaldía. La indigencia tiene remedio
si se entiende y controla a tiempo su crecimiento exponencial. Hoy siguen
avanzando, apoderándose del espacio público y con el tiempo serán más
peligrosos si no se controlan y se llevan a sitios especiales para su
reinserción.